¿Estos tiempos tan sombríos que vivimos nos incitan a escribir o a callarnos?
¿Se escribe desde la felicidad o desde la herida? ¿O desde ambas? ¿Estos tiempos tan sombríos que vivimos nos incitan a escribir o a callarnos? No recuerdo la frase exacta, pero Kafka aseguraba que si uno puede vivir sin escribir entonces mejor que no lo haga. Es una frase un tanto categórica pero que en el fondo viene a decirnos que escribir no es una obligación. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Escribir se convierte en un acto de resistencia contra el mundo agitado en el que vivimos, en una pausa para pensar en nosotros mismos a través de otros personajes, reales o inventados. Hay mucho de magia en este oficio que trata de encender una luz en la oscuridad.
Por JAVIER MORALES
No existe tampoco una respuesta convincente o lógica que explique qué le lleva a una mujer o a un hombre a sentarse frente a un papel a pergeñar historias, cuando uno podría pasar el tiempo de otras maneras quizás menos laboriosas. En mi caso, siempre he visto la literatura como un placer, también como una aliada contra las adversidades. Un refugio al que acudir cuando las cosas van bien y también cuando van mal. Leer y escribir, sumergirse en historias propias o ajenas, puede convertirse en una manera de luchar contra la inercia de los tiempos que corren.
Sobre escribir en tiempos de pandemia leí hace poco un artículo brillante de Sara Mesa publicado en el diario El País, Escribir a pesar de todo, que me parece que pone el dedo en la llaga. “No quiero simplificar. Es decir, entiendo perfectamente la angustia, el desconcierto, el choque vital que ha supuesto para muchas personas la llegada de esta pandemia a sus vidas. Lo que me llama la atención, repito, es la consideración de que ciertos oficios, como el de la escritura, o bien son incompatibles con esta situación –por no decir inútiles– o, para hallar su sentido, han de modificarse drásticamente. Pensar esto equivale a pensar que antes no había motivos de sobra para desconcentrarse, tanto personales como colectivos. Si escribíamos antes, ¿por qué no íbamos a seguir escribiendo después? ¿O es que antes todo iba como la seda? La historia de la literatura está llena de escritores que trabajaron en los peores tiempos y circunstancias, que padecieron en sus propias carnes la experiencia del encarcelamiento, la guerra, el exilio, la represión, la enfermedad y la pobreza. Otros muchos, lo sé, y sobre todo otras muchas, no pudieron seguir escribiendo y fueron aplastados por estas crudas realidades, al igual que se aplasta cada día, a causa de la desigualdad económica, el potencial talento de una juventud privada de recursos. Por desgracia, esto ha sido así siempre y sigue siéndolo en una gran parte del mundo. No debería ser el modelo de nada, no debería ocurrir, pero es importante que no lo olvidemos para no caer en una estúpida autocompasión”.
Sara Mesa cita el caso de Agota Kristof, pero los ejemplos de escritores que siguieron escribiendo aún en las peores circunstancias es larga. Después de todo, escribir no deja de ser un acto de resistencia, ¿no? “Echarse a un lado, resistir, seguir escribiendo (o componiendo, o dibujando, o fotografiando, o bailando), con la mirada puesta no en el centro marcado por la actualidad inmediata, no en aquello de lo que todo el mundo habla, sino en ese otro lugar infinitamente más atrayente y sugestivo: ese es el reto. ¿Hace falta para ello concentración? Hace falta seguir creyendo en lo que se creía”, asegura la autora de Un amor (Anagrama).
Si la literatura sirve para algo es para intentar explicar lo que nos resulta imposible de entender con palabras. Por eso inventamos historias. Para hacernos más llevadero el combate contra el transcurrir del tiempo, para alumbrar los enigmas de la vida, para tratar de explicar nuestro paso en el mundo que nos ha tocado vivir. Por mucho que pensemos que las cosas eran más fáciles para quienes nos precedieron, eso nunca es así. Nuestro juicio es retrospectivo y estoy convencido de que nuestros antecesores, por muy lejos que nos vayamos a los orígenes, sintieron la misma perplejidad que nosotros ante la vida. ¿De dónde creemos que nació esa necesidad de dibujar en las cavernas? De la extrañeza. Del impulso de contar y cubrirnos con la piel de las historias.
Eso es lo que hacemos en el Taller de Escritura, contar historias, aunque ahora nos veamos mayoritariamente a través de una pantalla. Mientras en el exterior, acuciados por el estrés o el miedo, la mayoría de la gente corre o regresa de sus trabajos, de sus quehaceres cotidianos, nosotros leemos relatos y novelas, las analizamos, pensamos de qué manera pueden mejorarse, jugamos con las palabras, les damos un sentido distinto. Compartir la escritura se convierte así en un acto de resistencia contra el mundo agitado en el que vivimos, en una pausa para pensar en nosotros mismos a través de otros personajes, reales o inventados. Hay mucho de magia en este oficio que trata de encender una luz en la oscuridad. Y no me negarán que necesitamos un poco de magia para sobrellevar la incertidumbre de los días.
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