Soñé una vida… que se hizo realidad

Anne Hathaway en Los Miserables.

Anne Hathaway en Los Miserables.

TRAS LA RESACA DE LOS OSCAR, EL AUTOR ANALIZA ‘LA’ ESCENA DE LA ÚLTIMA VERSIÓN HOLLYWOODIENSE DE ‘LOS MISERABLES’. UNOS POCOS MINUTOS QUE LOGRARON QUE ANNE HATHAWAY CONQUISTARA LA ESTATUILLA.

ALBERTO D. PRIETO

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Yo he visto sufrir a Fantine. Sé lo que es eso. La he visto llorar por su pequeña cenicienta, he conocido su historia de adolescente amor robado y cómo se madura sin remisión en la Francia del temprano XIX si llevas un bombo y estás sola. Y en tantos sitios. Hoy mismo en esta España.

Yo he visto cantar a Fantine. Y la he escuchado soñando su vida, he recitado con ella sus versos de desesperación, he comprendido su incomprensión ante un mundo que la rechaza, es más, que abusa de ella, que se aprovecha de su debilidad para patearla tras beneficiarse un revolcón. La he reconfortado con mis lágrimas de lástima en inglés, en francés, en español. Yo sé quién es Fantine.

Es cualquier pobre idiota enamorada, engañada, que inconsciente se entrega sin calibrar, sin imaginar –incapaz de hacerlo– lo que vendría después. Porque es inimaginable. Porque el uso y abuso de un cuerpo sólo es una parte del daño. Es quien va dentro de esa carne, es esa persona la que pierde su valor, la que se ve en un espejo y no se mira, desdentada, con harapos, vendido el cabello, un pedazo de pellejo que camina sin rumbo, porque es mejor así: no tener dónde ir, carecer de compañía, que nadie sepa ni quiera saber.

Y menos Cosette, por quien hago (todo) esto.

Yo sé lo que es llorar ese sueño perdido, convertido en pesadilla. Yo he visto y oído ese infierno, se lo he leído a Victor Hugo y lo he escuchado cantar en decenas de ocasiones. Y no ha habido una sola de ellas en que no se me haya erizado el pelo. Al menos. Pero nadie me hizo entenderla como ella.

Seguramente, la Fantine de Anne Hathaway no pasara el antidoping del teatro. Por potencia, por registro, por presencia, qué se yo. Y claro que el cine hace trampas, desordena la canción y la ubica en un mejor momento de la historia; claro que el primerísimo plano es efectista, por supuesto que ese foco tan corto, y el encuadre dramático, claro, embaucan y mecen las entrañas hasta exprimir el último jugo de sentimiento compartido con la chica que se desgarra en pantalla.

Pero ¿acaso no es eso lo que busca una historia contada? ¿No es mérito de quien tiene unos recursos aprovecharlos hasta destilar toda su esencia? ¿Qué quería Tom Hooper, que sintiéramos ese dolor? ¿O pedir disculpas por hacer cine, por poner al servicio de Fantine todas las armas de los Lumière?

Ha sido una canción la que ha valido un Oscar. Habrá quien resalte la rentabilidad de un papel no superior al cuarto de hora de metraje. Pero errará quien lo mida así. En realidad fue esa lágrima, que cae cuando debe, ese desespero meneando la cabeza en busca de dios sabe qué modo de salir de la pesadilla. Fue ese ‘I dreamed a dream’ de un tirón, cantado a jirones. Y fueron esos kilos perdidos, esa peluquería mordida, ese empeño obsesivo por pillar el papel… fue esa pantalla llena de Hathaway, que no engaña, que hay que sostener los tres minutos de lamento cantado.

Anne Hathaway acunó la estatuilla y le susurró ‘The dream came true…’ Lloraba de emoción, culminado su trabajo, su mimetización con Fantine, y se despedía del personaje soñado que la ha convertido en una estrella de verdad abrazando el fruto de su amor: Fantine dio la vida por Cosette; Anne Hathaway lo dio todo por Fantine. Y la pesadilla de una, el sueño de la otra, se hizo realidad.

 

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