Año del Turismo Sostenible: cómo hacer ecoturismo en un pueblo de 15 habitantes
Es 2017 el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. Por este motivo y por encontrarnos en plena semana de vacaciones, hablamos en la ‘Ventana Verde’ con Marcos, que cambió hace cuatro años la gran ciudad por un pueblito de 15 habitantes, la aldea de Paderne de O Caurel, para poner en marcha Pía Paxaro, iniciativa de ecoturismo en una de las zonas más hermosas y olvidadas de la península: los montes gallegos del Caurel.
Por ALBERTO PEREIRAS
Su antigua casa de pizarra, piedra y madera concilia el encanto de los refugios rústicos con Internet y un moderno equipo de sonido. Las vigas de madera y los crujientes maderos del suelo contrastan con un monitor LED, una biblioteca donde conviven clásicos de la literatura universal y discos de Winton Marsalis y Charlie Parker, con los pájaros que cantan por la ventana. Marcos forma parte de esa generación neorrural que un día, bajo la presión del rodillo urbano, sintió la llamada de la naturaleza. Es biólogo, y junto a su pareja, hace cuatro años dejó su vida en la ciudad al frente de un club de jazz para irse con la música a otra parte. Dice que tiene más vida social en las montañas.
La sierra del Caurel, en Lugo, está considerado el corazón botánico de Galicia. Sin embargo, a pesar de ser una de las zonas más valiosas y frágiles del interior galaico, carece irónicamente de la protección más básica: la de parque natural. Contra las amenazas que ello implica, en los últimos años han aflorado iniciativas de consumo responsable y ecoturismo que, a título personal y desde el asociacionismo, resisten como los galos, defendiendo un modelo de vida y progreso sostenible.
A fuerza de siglos aislado, todo se preserva tan nuevo como si acabara de nacer: el aire, el agua, la tierra… Desde su origen geológico (vestigio del nacimiento de Galicia) a la prehistoria, los castros celtas o las ruinas medievales, todas las eras han pasado por aquí. Sepultándolo todo, la masa forestal es tan densa como un océano donde naufragan pequeñas aldeas, dispersas unas de otras a grandes altitudes. Rodeadas de este bosque infinito, insonorizadas del mundo exterior, conviven con la fauna del lugar. Todo bajo la atenta mirada de la Rogueira, un majestuoso bosque vertical que desafía la gravedad. Marcos nos atiende desde una de esas aldeas…
¿Cómo va el año?
Al revés que en el resto de la Península y a pesar de la fama que nos precede, el invierno fue muy seco. Veníamos de un verano muy caluroso y de un otoño de poca lluvia, así que la situación empieza a ser preocupante.
Cuéntanos, ¿qué es y cómo nació Pía Paxaro?
Pía Paxaro es la plasmación de una idea que desde hacía tiempo rondaba mi cabeza: dar a conocer la riqueza de estas montañas desde un turismo sostenible y luchar para que no mueran devoradas por la pirámide demográfica. Desde que vi el Caurel la primera vez, supe que algún día viviría aquí. Cuando tenía un día libre me escapaba de la ciudad para venir, y al volver era un shock: coches, prisas… De pronto, entre la crisis y la competencia, pensé «ahora o nunca». Durante esos años que venía, vi que mientras la hostelería crecía, la población desaparecía. Estaba convencido de que la causa era en parte el desconocimiento de los visitantes de la singularidad del lugar: disfrutaban del paisaje, pero sin profundizar. Y ahí es donde encajamos nosotros, intentado no sólo atraer a gente que nunca se ha atrevido a venir aquí, mediante rutas o talleres, sino haciéndole ver a los que ya venían lo que desconocían (por ejemplo, casi el 90% de las especies vegetales de la Galicia interior se encuentran en O Caurel, que ocupa el 4% de su territorio). Y claro, a través de este turismo sostenible, intentar fijar población. Además de rutas por bosques y aldeas, organizamos cursos de fotografía, identificación de aves, setas, plantas medicinales o estrellas. Pero también enseñamos las tradiciones del lugar y todo lo relacionado con la castaña, la miel y los productos típicos, poniendo a los visitantes en contacto directo con la gente que los elabora.
A cuatro años de dar el paso, ¿cuál es el balance a nivel profesional y personal?
A nivel personal muy contentos. Despertarse en estos parajes es cumplir un sueño de juventud. Y disfrutar y/o padecer las cuatro estaciones, cosa que en la ciudad, entre calefacciones, aires acondicionados y luces nocturnas pasa desapercibida. A nivel profesional, luchando todavía: el turismo aquí es muy estacional, siendo otoño la temporada álgida, y en invierno es difícil atraer gente. Nos gustaría que viniese en todas las estaciones porque los paisajes cambian completamente.
De tu experiencia anterior a esto hay un trecho, y como amante del jazz habrás conocido y tratado a muchas bandas. ¿Ves algo en común entre tu pasión por la música y la naturaleza que te rodea?
Creo que las sensaciones que puedes tener al oír un solo de saxofón de Coltrane o unas variaciones de Bach y las que sientes al disfrutar de la vista que tengo desde mi ventana de la devesa de A Escrita no son muy distintas. Remueven de forma parecida ese “yo” que te hace sentir único. “Courel dos tesos cumes que ollan de lonxe, aquí síntese ben o pouco que é un home”, escribió Uxío Novoneyra, el poeta de estas montañas, pero un par de siglos antes ya Goethe había afirmado algo como “pobre insensato que tan insignificante juzgas cuanto te rodea, porque tan insignificante eres tú”. Esa sensación de sentirse insignificante, pero al mismo tiempo parte de ese “todo” es la que nos apasiona, y yo la consigo admirando estas montañas o con la música. En momentos determinados, la calma de los prados me recuerda a Bach o a solos de piano de Nina Simone; la efervescencia de la montaña en primavera podría asociarla a un tema de Coltrane con su cuarteto (My favourite Things o A love Supreme, por ejemplo), en otoño creo ver la Patética de Tchaikovski o a Van Morrison cantando su Astral Weeks. Y para que no quede tan melancólico todo, a veces veo a Jimi Hendrix o a Radiohead en un temporal… No sé, todo tiene su momento, pero es verdad que siempre tiendes a construir puentes asociativos entre tus pasiones.
¿Y literaria o cinematográficamente?
Supongo que el espíritu de Jack London o de Joseph Conrad está en todos los que emprendemos aventuras como ésta aunque no lo sepamos, pero muchas veces también veo a Hans Castorp perdido en la nieve en La montaña mágica. En cuanto a referencias cinematográficas, siempre me viene a la cabeza Dersu Uzala, que supongo es el personaje integrado en la naturaleza al que todos nos gustaría parecernos.
Uno de los grandes frenos que puede ver la gente para dar un paso como el que has dado, además de las condiciones climáticas o la falta de recursos, es el aislamiento social y cultural. En pleno boom tecnológico y digital, de información y ficción, de series y redes sociales, ¿cómo lo llevas? ¿Se puede estar al día y ser parte de este momento cultural viviendo en los bosques?
Sí, claro. Si tienes esos intereses. Sin mi pareja quizás sería más complicado meterte en un pueblo de 15 habitantes, con una edad media altísima y con los que en un principio no tienes apenas nada en común que no sea el amor por estas montañas. Respecto al boom digital, series, redes sociales y demás, no tenemos ningún problema para acceder a ellas. Sí es cierto que en ocasiones, sobre todo en las noches de invierno, se echa de menos alguna actividad cultural (cine, teatro, conciertos…).
Hay cierta tendencia en el cine y las series recientes de ciencia ficción a futuros donde el progreso técnico propone el regreso a la naturaleza, sin ir más lejos ‘Westworld’. Parece como si nos apretásemos cada vez más en ciudades buscando esa libertad por pantalla en vez de reconquistarla donde más espacio hay. ¿Notas un cambio de tendencia en el turismo en ese sentido? ¿Más demanda de experiencias y actividades de aventura fuera del simple retiro bucólico?
Sí, ese tipo de actividades están cada vez más de moda. No sólo talleres en plena naturaleza sino actividades como barranquismo, trail o escalada. Estas actividades de aventura son positivas, pero sí me gustaría que existiese una normativa más clara para controlarlas, pues algunas veces buscan el dinero rápido. Creo que el regreso a la naturaleza pasa por aplicar en ella cierto desarrollo tecnológico. Las tecnologías bien aplicadas en este campo ayudarán a fijar población.
¿Qué fue lo que más te ataba para dar el paso y qué te animó a darlo? ¿Cuáles son las mayores dificultades y oportunidades?
No había nada que me atase, una vez liberado de mis obligaciones laborales… Pero el hecho de que a mi pareja le guste también esta vida me ayudó a darlo. Creo que es importante tener un cómplice con el que compartir experiencias al tomar una decisión así. Respecto a las dificultades, además de la estacionalidad, lo complicado es llegar a la gente y transmitirle lo que haces y dónde lo haces, aunque parezca mentira en esta sociedad del bombardeo informativo… Y la desconfianza inicial de los habitantes del pueblo ante una pareja que “viene de fuera a enseñar una flor que está ahí desde hace años”. Lo que de verdad hace falta es una administración local y autonómica que apueste por estas zonas. Muchas veces parece que ni siquiera desde los ayuntamientos quieren apostar por su territorio; existe una desidia típica de zona abandonada que resulta peligrosa. Si a ello le unimos la desconfianza secular de los gallegos, que dificulta la unión para luchar por causas comunes, nos metemos en terreno pantanoso. Respecto a las oportunidades, creo que el rural y en concreto esta zona rebosan posibilidades para experimentar sobre la base del turismo sostenible, que deben integrarse con actividades tradicionales adaptadas a los tiempos: aprovechamiento de los soutos [bosques de castaños], producción típica, ganadería, elaboración de mermeladas, miel…
Estamos en el año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. ¿Qué importancia tiene el turismo en una zona de valor ecológico y cómo contribuye a su desarrollo? ¿Puede armonizarse la conservación con la dinamización?
En los tiempos que corren creo que todos los que nos dedicamos a esto estamos convencidos de que sí. Es más, una tiene que llevar forzosamente a la otra. El turismo es fundamental para este territorio. La población baja de forma vertiginosa y con ella está desapareciendo parte de la esencia de Galicia, ésa que tanto vende fuera de nuestra autonomía. Los que quedan son viejos y van abandonando por causas obvias el campo; los jóvenes se marchan a pesar de amar estas montañas, pues no ven futuro en actividades tan duras y poco viables económicamente como las que desarrollaban sus padres y abuelos. La única forma de que estos jóvenes vuelvan y puedan adaptar los procesos productivos a los nuevos tiempos, gracias a su formación y acceso a la información es que vean futuro en la zona. El turismo tiene que complementarse con el resto de actividades: no tendría sentido un turismo si se pierden los pastizales o mueren los castaños abandonados. Yo no quiero ver O Caurel y Os Ancares convertidos en un museo temático, con pueblos muertos y que sólo abran sus puertas el fin de semana.
¿Y qué valor añadido crees que busca hoy el viajero en el turismo sostenible?
Yo no entiendo un turismo “no sostenible”, con lo cual creo que el epíteto tendría que sobrar. Siempre está el típico turista que no sabe exactamente adónde ha venido y te aparece para una ruta con zapatos de suela o tacón, pero desde mi experiencia, el viajero que viene es más que un turista, es alguien que se siente identificado con lo que ve, que disfruta de esas montañas porque en él se remueve algo atávico, que lo mueve a experiencias quizás no vividas, pero que sí están en las entrañas de todos. Ese sentirse copartícipe es el que provoca que quiera que todo esto perviva. La gente valora lo diferente, lo característico, sea aquí o sea en un libro o una canción. Esa diferencia crea una empatía que provoca la sensación de ser único en el que la experimenta. Y aquí, a fe que quienquiera que nos visite, se sentirá único.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
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