Su libertad no nos hará libres
Pocas cosas dan más miedo últimamente que escuchar la palabra libertad en boca de determinados líderes políticos de la derecha y de la extrema derecha. Quizá se deba a que percibimos algo sospechoso en esa machacona insistencia en el término. Resulta evidente que esto no es casual; casi nada es casual en realidad cuando hablamos de comunicación política. En este sentido, nos atrevemos a lanzar una hipótesis un tanto perogrullesca, pero no por ello banal: el objetivo de tanta insistencia no es otro que convertir su idea de libertad en la única libertad posible y, sobre todo, pensable. No se nos ocurre mejor manera de celebrar hoy el Día de la Constitución que reivindicando la verdadera Libertad, palabra tan mancillada últimamente.
Como bien sabía Joseph Goebbels, el maestro de la propaganda nazi, el mejor camino para lograr convencer a la gente de algo es insistir y volver a insistir. Por eso se le atribuye eso de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Y es que las fake news de hoy sólo tienen de novedoso el anglicismo. Al poder, sobre todo a sus concepciones más totalitarias, no le interesa la verdad, sino la construcción de una apariencia de verdad que le sea útil para sus fines. Y lo útil para el neoliberalismo es que absolutamente todo esté al servicio de la creación de riqueza y de la concentración de esa riqueza en unas pocas manos.
Se me podría replicar con mucha razón que la izquierda también intenta contraponer su propia visión de las cosas, y que si está perdiendo la batalla en este campo concreto de la libertad no es por gusto, sino quizá porque no está sabiendo librar estas guerras culturales. Tal vez por impericia, por exceso de escrúpulos, por negarse a pelear en el fango o por no disponer de los mismos recursos económicos, mediáticos, judiciales y hasta policiales a su servicio. O por una combinación de todas estas cuestiones. Es posible, pero vuelvo a recordar el principio de este texto: el problema de la concepción de libertad de las derechas es que da miedo. Y debería dar miedo a muchísima gente, incluso a los que no son rojos rompespañas.
Retrocedamos un poco en el tiempo ahora, para analizar la evolución de la libertad con algo de perspectiva histórica. Pensemos, por ejemplo, en una de las obras de artes más emblemáticas del siglo XIX, como fue “La Libertad guiando al pueblo” de Delacroix. Pintura del año 1830 que en realidad es un homenaje a la revolución que en ese año estalló en París y que terminó con el reinado del déspota Carlos X. Todos tenemos esa imagen icónica en la cabeza: la mujer semidesnuda con los pechos al aire que lidera el avance de los revolucionarios mientras enarbola la bandera tricolor. Es un claro símbolo de la libertad entendida como lucha colectiva. Porque si algo entendieron los revolucionarios liberales de los siglos XVIIII y XIX es que la libertad sólo se podía arrancar de las manos de los tiranos a través de la movilización popular.
Al mismo tiempo, esa lucha colectiva era la única manera de garantizar los derechos individuales de cada persona. Recordemos cómo empieza la Constitución de Estados Unidos, que para muchos es la primera Constitución liberal (1787): “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la Defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América”.
Otro ejemplo interesante lo tenemos dos años después en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, histórico texto firmado en los primeros días de la Revolución Francesa por “los Representantes del pueblo Francés, constituidos en Asamblea Nacional”. Es decir, el pueblo soberano es el que se da a sí mismo, y el que reconoce a “todos los Miembros del cuerpo social” los “derechos naturales, inalienables y sagrados del Hombre” –por cierto, lo del Hombre no era una metáfora del género humano, pues muchos de estos derechos no eran disfrutados en igualdad por la mujer, como bien denunció Olympe de Gouges con toda la razón–.
En suma, las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX entendieron la libertad como un proceso colectivo que al mismo tiempo hacía posible nuestras libertades individuales. Sin embargo, la revolución neoliberal de finales del siglo XX camina en una dirección totalmente contraria.
“No hay tal cosa como la sociedad. Hay hombres y mujeres y hay familias», dijo en cierta ocasión Margaret Thatcher. Es difícil encontrar una impugnación más radical de la dimensión colectiva de la sociedad. Para el pensamiento neoliberal, la libre competencia es, paradójicamente, obligatoria en todo momento y lugar. Condena por ello cualquier tipo de acuerdo colectivo que ponga por delante la protección de esos derechos naturales, inalienables y sagrados para las revoluciones liberales. Es más, dichos acuerdos son para los neoliberales un seguro Camino a la servidumbre, como se titula el libro más importante de Friedrich Hayek, uno de los ideólogos de cabecera de la ex premier británica.
Y de aquellos barros, estos lodos de la libertad neocon, entendida como la libertad del más fuerte. Concepto que, por ello, se sitúa ideológicamente más cerca de quienes defendían los privilegios de los soberanos autocráticos del Antiguo Régimen que de los defensores del verdadero liberalismo. La diferencia es que los más fuertes ya no son reyes, sino las multinacionales, que hoy en día acumulan más capital que los propios países. Y en tiempos de capitalismo, capital es igual a poder, no lo olvidemos.
Por eso es muy importante que entendamos que, cuando la lideresa de la derecha y de la extrema derecha madrileña habla de “libertad”, no está defiendo la libertad de sus muchos votantes de las clases populares, que ciertamente van a ser los grandes perjudicados de unas políticas que favorecen siempre y en cada caso a los ya privilegiados y favorecidos. Su libertad es la libertad de los poderosos machacando al pueblo. Privatizando sus servicios públicos. Especulando libremente con la vivienda. Recortando derechos y, curiosamente, libertades, como va a suceder en Madrid con las leyes LGTBI y Trans. Y engañándonos a través de unos muy bien financiados medios de comunicación para que su propaganda sea la única verdad posible y pensable. Una verdad que debería darte miedo, votes a quien votes y pienses lo que pienses, salvo que pertenezcas al selecto grupo de los únicos que pueden ser realmente libres.
Comentarios
Por Netanyahu, Milei, Ayuso, el sultán… y Riechmann, menos mal, el 10 diciembre 2023
[…] se ha apropiado de palabras que durante siglos han sido referentes de la causa de la izquierda, como Libertad e Igualdad. Y la Cumbre del Clima 2023 (¡y vamos 28!) se celebra en un petro-Estado donde reina un sultán […]