¿Sueñan los androides con Manuel Rivas?
Parece que la Inteligencia Artificial, ese concepto que da tanto miedo, ya es capaz de escribir ‘bestseller’. Pero los robots nunca serán capaces de escribir libros como ‘El último día de Terranova’, de Manuel Rivas, o ‘A tamaño natural’, de Erri de Luca, que es, junto a Rivas, uno de los escritores europeos que más admiro y de quien más aprendo. Son las dos recomendaciones de lectura hoy en nuestra ‘Área de Descanso’.
Esta semana ha comenzado el juicio contra los científicos que arrojaron tinta biodegradable al Congreso de los Diputados hace un año. El planeta se calienta, hay ya señales de colapso en la corriente oceánica atlántica, los expertos de la ONU no dejan de advertirnos de que la rendija para actuar está a punto de cerrarse, este mismo organismo pide que se señale las responsabilidades de los distintos países en la emergencia climática y, sin embargo…
Sin embargo, aquí juzgamos a quienes protestan y gritan ante quienes padecen sordera selectiva. Con una clarividencia estremecedora, lo cuenta uno de los acusados, el científico Fernando Valladares, en sus redes sociales.
Dado que nuestra supervivencia en el planeta pende de un hilo, tal vez lo que suceda a partir de ahora lo acaben narrando las máquinas, ahora que se habla tanto de la “Inteligencia Artificial”, un concepto inquietante. Lo es desde el propio término, pues no olvidemos que detrás del nombre hay toda una estrategia que está en manos de unas pocas multinacionales, de unas pocas personas. Nuestra servidumbre al poder tecnocapitalista da miedo. Para entender ese futuro inhóspito, quizás tengamos que regresar a los clásicos que supieron leerlo, como Philip K. Dick o Ursula K. Leguin.
Parece ser que los robots, de momento, son capaces de escribir algo parecido a un bestseller, pero no lo que en el mercado editorial se llaman novelas literarias, un término que nunca he llegado a comprender del todo, pues en el fondo esconde un oxímoron y una paradoja: hay novelas que no son literatura, aunque se vendan como tales.
Esta lucha que tenemos contra quienes no quieren escucharnos, contra los bárbaros, contra los especuladores y los que hacen balance con la vida, me hace pensar que todos somos un poco como Vicenzo Fontana, el narrador de El último día de Terranova (Alfaguara), una novela luminosa de Manuel Rivas. De joven, Vicenzo vivía contra los libros. Aunque en realidad el conflicto lo tenía contra Amaro, su padre, letraherido y dueño junto a Comba, la madre de Vicenzo, de la librería Terranova. El conflicto padre e hijo es tan viejo como la humanidad.
“Para salir, a las lágrimas también les hace falta libertad”, escribe el gran Erri de Luca (junto a Rivas, uno de los escritores europeos que más admiro y de quien más aprendo) en A tamaño natural (Seix Barral), un libro que explora las siempre difíciles relaciones entre padres e hijos a partir de Chagall y Abraham, el padre de todos los padres. Vicenzo logró llorar y con el tiempo se hizo cargo de Terranova, una librería refugio en los estertores del franquismo, un lugar donde las palabras escondidas en los libros prohibidos ensanchaban la libertad que se nos negaba. Ya en la democracia, la librería se enfrenta a otros enemigos. O a los mismos, pero con distinto rostro.
El último día de Terranova es una novela de escritura lírica y a veces febril, fragmentada, como un rompecabezas. Las voces de los libros, como susurros que viajaran a través del espacio y del tiempo, se mezclan con las de los personajes que habitan esta historia, un canto en defensa de las luces y contra la intolerancia.
Las máquinas podrán escribir novelas, sí, pero creo que la verdadera literatura es la que nos habla de lo que no se puede contabilizar, de lo intangible, de aquello que no se puede expresar con palabras, aunque necesita a las palabras para ser dicho. La buena literatura, como la de Rivas o de Luca, es un diálogo permanente entre los vivos y los muertos. Si por definición las máquinas no pueden morir, ¿cómo narrarán nuestro último lamento?
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