El ‘sueño de la razón’ de Goya sigue produciendo monstruos
Con la excusa del bicentenario de las ‘Pinturas negras’, el Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez, de Madrid, y La Fábrica acaban de presentar la exposición ‘El sueño de la Razón’, una reflexión sobre la influencia de Goya en el arte contemporáneo, desde 1960 hasta ahora. Un recorrido por 58 artistas, 97 obras, en una muestra que recorre las Pinturas negras, los Desastres de la guerra, los Caprichos y los Disparates. El horror sigue habitando entre nosotros. En la exposición, hasta el 24 de noviembre. En la vida, nos tememos que mucho más allá.
Hace 200 años, Francisco de Goya acababa de cumplir 73 años. Dejaba atrás los años duros de la Guerra contra los franceses y la depuración cuando Fernando VII regresó al trono español. Se sentía viejo, enfermo, estaba sordo y su mujer había muerto siete años antes. Nada le ataba a la Corte y al centro de Madrid, y compró una casa junto al Manzanares, “más allá del puente de Segovia, en el lugar donde antiguamente se encontraba la ermita del Ángel Guardián”. Era una finca con tierra cultivable y un huerto. Todo por 60.000 reales. Se llamaba la Quinta del Sordo, y no por Goya, sino por el anterior propietario, un labriego que estaba como una tapia.
En el verano de 1819, Goya se mudó allí con su hijo Javier, su ama de llaves Leocadia Zorrilla y los hijos de ésta, “su familia bastarda”. Goya se encarga de decorar los muros de la casa y lo hace con unas escenas terroríficas y pesimistas, sus Pinturas negras. Su discípulo, Antonio Brugada, realizó el inventario de las posesiones del pintor antes de partir al exilio de Francia en 1924 y certificó cómo estaban colocadas: en el piso de arriba, Átropos, Dos forasteros, Dos hombres, Dos mujeres, El santo Oficio, Asmodea, Un perro y Dos Brujas. En la planta baja: El gran cabrón, La Leocadia, Dos mujeres, Saturno, Dos viejos, Judith y Holofernes y La romería de San Isidro. Eran sus pinturas más privadas y dramáticas.
Oliva María Rubio, comisaria de la exposición El Sueño de la Razón, ha elegido para abrir la muestra una obra que es un puñetazo en la boca del espectador, un vídeo titulado Nada (2015-2016), que Mounir Fatmi (Tánger, Marruecos, 1970) ha elaborado con todo tipo de imágenes procedentes de archivos, museos, de películas, de la Segunda Guerra Mundial, de obras de Goya… Fatmi superpone y mezcla tal catarata de violencia para mostrar los horrores del mundo como hizo el pintor aragonés.
La exposición está dividida en tres grandes grupos. En el principal se reúnen obras que reinterpretan títulos de Goya: El perro semihundido de Goya de Saura; un Saturno de Pablo Serrano y otro de Robert Longo, así como una manola: Leocadia Zorrilla, del Equipo Crónica, o la gran escultura de Francisco Leiro, Cronos vomitando a su hijo (2014). Otros artistas como Darío Villalba y su Black Woman Goya (1976) o Rafael Canogar y su Serie negra nº 12 aluden a las Pinturas negras en sus obras pero sin referirse a ninguna en concreto.
“La huella de Goya en el arte contemporáneo va más allá de la alusión directa a sus grandes cuadros. Él introdujo la subjetividad, lo grotesco, la violencia, la deformidad, la locura, que son temas recurrentes en todo lo que vino después. Por eso no nos hemos limitado a escoger obras que lo reinterpretan, sino también otras que beben de él”, señala Oliva María Rubio. Uno de esos ejemplos en que se trasluce el eco de Goya es una de las obras del alemán Anselm Kiefer (1945), realizada con ramas y zarzas sobre un lienzo, y encerradas en un cristal.
En el apartado de los Caprichos, Pilar Albarracín ha reinterpretado la estampa nº 39 Asta el abuelo, en una instalación con un burro disecado entre una montaña de libros. Mientras que en los Disparates se ha recurrido a las obras procedentes de la Fundación Fuendetodos, con obras que intentan dar continuidad a los grabados de Goya. Eva Lootz, Günter Grass, John Berger, Cristina Iglesias, Luis Gordillo o Juan Genovés reinterpretan los del maestro con un único requisito: respetar el tamaño del papel en el que Goya realizó la serie.
Los Caprichos, junto con los Desastres de la guerra, La Tauromaquia, los Disparates y las Pinturas negras fueron realizados por Goya tras la enfermedad que le dejó sordo en 1792, y no obedecen a ningún encargo.
La serie de los Desastres de la Guerra (1810-1814), 82 grabados realizados tras los sucesos de la Guerra de la Independencia, son la expresión contra la guerra, contra la violencia de los dos bandos, franceses y españoles. Los Desastres son la evidencia de que las ideas de la Ilustración habían fracasado. En este apartado, la comisaria de la exposición ha seleccionado obras del chileno Alfredo Jaar (Muxima, dedicada a la gente de Angola) y de la brasileña Dora Longo (Farsa Goya), quien utiliza la foto de Jahangir Razmi, premio Pulitzer, de la masacre del 27 de agosto de 1979 durante la revolución iraní, en la que un grupo ejecuta a nacionalistas kurdos.
Rogelio López Cuenca, en el vídeo After Goya, superpone una imagen de la Guerra del Golfo y la invasión de Irak, con el cuadro de Los Fusilamientos y propone una reflexión sobre las coincidencias de 1814 y 2003-2011. “Lo que en España se considera heroico patriotismo en la guerra de Irak es considerado terrorismo de bárbaros fanáticos”, asegura el artista.
En el apartado de los Desastres de la guerra, las obras combativas son el nexo de unión. Un audiovisual de Harold Charre, Réquiem, refleja la metáfora de la Guerra Civil con un organista que camina junto a su hijo por Madrid, En un esfuerzo por transmitirle parte de su conocimiento despierta el pasado, pasean por fosas, entre vivos y muertos, heridos y exiliados, donde nadie ganó y todos perdieron.
En el lienzo Nous ne sommes pas les derniers (1971) el pintor esloveno Zoran Music (1909-2005), que sufrió en sus carnes los horrores de la Segunda Guerra Mundial –fue deportado al campo de Dachau por los nazis– es el grito desgarrado del hombre que dedicó su vida artística a reflejar la vida en los campos de exterminio, hornos crematorios, hombres ahorcados y cadáveres amontonados.
Las pinturas del 2 y del 3 de mayo de 1808 también han inspirado al artista José Manuel Ballester. El lienzo de Goya lo ha reinterpretado a la manera de sus pinturas vaciadas del Prado, no hay personajes, sólo destaca el candil iluminado que provoca una sensación de absoluta tristeza.
Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 1970) busca siempre en su obra pliegues, agujeros y grietas. Representante del arte político. bucea en los entresijos de la historia y elabora piezas como las inspiradas en el atentado que sufrió el almirante Carrero Blanco en 1973. Confiesa que siempre le inquietaron los daños que sufrieron El 2 de mayo de 1808 en Madrid o La Carga de los Mamelucos en la Puerta del Sol, durante su traslado a Ginebra para salvarlos de la Guerra civil. Sánchez Castillo muestra ese daño oculto a través de una imagen radiografiada del cuadro y señala: “Como decía Sartre, lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”. Estos trabajos pretenden oponerse, de algún modo, al actual proceso de borrado histórico en el que desafortunadamente parecemos inmersos. “Desde estudiante”, afirma Sánchez Castillo, “cada vez que visitaba el Museo del Prado, una mancha abstracta, proteica, de color sangre seca despertaba mi imaginación y curiosidad al detenerme ante esta pintura de Goya, El 2 de mayo. Era bella por verdadera, como un silencio integrado en un cuadro que contaba muchas cosas”.
Pero la realidad fue más prosaica: un bombardeo de la aviación franquista en Bernicarló en marzo de 1938 derribó una balconada que se derrumbó sobre uno de los camiones de la comitiva que trasladaba las obras del Prado hacia Suiza. La guerra había intervenido como una gran paradoja en los cuadros de Goya. En la caja en la que viajaban juntos El 2 de mayo y El 3 de mayo se fragmentaron en 18 partes. Los Fusilamientos se agrietaron con surcos de hasta tres metros en la base, y los laterales de las esquinas se resquebrajaron. Los pigmentos se trasladaron de un lienzo a otro. En el Castillo de Perelada, el restaurador Manuel de Arpe, que viajaba con los cuadros con destino a Ginebra, lo recompuso como pudo. La Carga de los mamelucos fue zurcida y reintegrada con tierra de Siena. Aquella era la mancha que obsesionaba a Fernando Sánchez del Castillo: “Durante medio siglo, hasta 2008, varias generaciones vivimos interrogando a aquella mancha que contaba su historia”.
En 1873, Frédéric Émile, barón d’Erlanger, compró la Quinta del Sordo. Los muros de adobe amenazaban ruina y decidió salvar las pinturas trasladándolas al lienzo. Los medios a su alcance y los usos de la época hicieron que en esa operación de arrancarlas de los muros se perdiera buena parte de su magnetismo, detalles e incluso partes enteras. El primer destino de las Pinturas Negras fue la Exposición Universal de París de 1878. En 1881, las donó y fueron inscritas en el Museo del Prado. Escondidas en los almacenes, no se expusieron juntas hasta 1898.
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