‘Suzhou River’, buscando sirenas en el río más sucio del mundo
Se ha estrenado en España, restaurada en 4K, la película ‘Suzhou River’ (2000) del director Lou Ye (Shanghái, 1965), una obra de culto de la cinematografía china contemporánea vetada en su país y que obtuvo el Premio Tiger en Rotterdam y ha ido cosechando galardones en los festivales de París, Tokio, Viena y Oporto. Una historia posmoderna de amor y culpa, impregnada de romanticismo ‘noir’ y dobles sentidos, cuya trama se refleja en las aguas turbias de otras rarezas magistrales como ‘Vértigo’, de Hitchcock, o ‘Mulholland Drive’, de Lynch.
El río Suzhou, que se adentra en la ciudad de Shanghái a lo largo de más de 20 kilómetros, es de color cemento. La cámara nerviosa que recorre el cauce muestra cascotes y basura en sus orillas, a los pies de edificios a medio construir o a medio derruir, remolcadores y barcazas que flotan en la corriente como saurios gigantes, bicicletas, camiones, motos y destartalados autos que cruzan sobre el puente con su respiración de hollín. Y de pronto allá, entre los tablones podridos del muelle, un pescador cree ver por un momento el extraño centelleo de una cola de sirena. “Este es el río más sucio del mundo”, nos está diciendo el narrador. Luego, con espray negro y una plantilla, va estampando su número de teléfono en las paredes de los muelles mientras nos cuenta que se ofrece para hacer películas: bodas, cumpleaños, lo que tú quieras. Y que ha visto con su cámara muchas historias que podría contarte, aunque también podría ser que mintiera sobre ellas. “Si lo miras el tiempo suficiente”, dice su voz en off, “el río te lo mostrará todo”.
Cuando en el año 1998 Lou Ye rodó esta película, las autoridades acababan de lanzar un ambicioso plan para limpiar el río Suzhou a su paso por el distrito de Jing’an, en pleno corazón industrial de Shanghái, en cuyas orillas, asediadas por los ruinosos cadáveres de fábricas y almacenes, rompía el oleaje de aguas contaminadas que dejaba el intenso tráfico de mercantes. Durante 30 días, de forma clandestina, porque tenía prohibido hacerlo sin permiso de las autoridades, el director chino registró cámara en mano la incesante agitación de personas y vehículos en torno al río donde, como contó cuando estrenó la película, había transcurrido su infancia inventando historias sobre la gente que veía pasar desde su ventana. “Nadie se atreve a mirar al río Suzhou de frente porque, si bien es el río madre de la ciudad, también es una amalgama de contaminación, caos, pobreza y vestigios del pasado colonial de Shanghái. Sin embargo, también es un escondite de hermosos recuerdos”.
Lou Ye tenía la idea de fotografiar el río y usarlo como escenario para las relaciones entre algunos personajes cuando leyó un reportaje cuyo título se le quedó grabado: Espectáculo de sirenas; después, le asaltó la idea de incluir en su película un yo, ese narrador-cámara que nos habla y que en la Taberna Feliz conoce a Meimei, la sirena que con su larga peluca rubia se contorsiona para los clientes en un tanque de agua. Ella le contará la historia del joven triste a quien vemos acodado en la barra, que lleva años buscando un amor perdido. Es Mardar, que trabaja con su moto como mensajero y en otro tiempo se enamoró de Moudan, la hija de su jefe, a quien por presiones de una mafia con la que se relacionaba, tuvo que secuestrar. Rota de dolor por la traición del mensajero, de quien también se había enamorado, Moudan se arrojó al río y desapareció entre sus aguas. Tal como ocurre con Madeleine, el personaje de Kim Novak en Vértigo de Hitchcock, Meimei y Moudan –interpretadas ambas por Zhou Xun– parecen dos versiones de una misma persona, y de igual forma la ficción va entrando en la realidad o es la realidad la que penetra en una historia que quizá solo existe al ser narrada en la cabeza de la sirena Meimei: “Tal vez pasó junto a mi ventana… ¿Qué más? Déjame pensar”.
Pero Suzhou River no es solo una historia de amor. Y sería difícil encasillarla en un género; no es solo un melodrama, ni un thriller. El carácter documental de los planos en movimiento que capta el narrador, los desenfoques, el tono desvaído de la fotografía con la textura del Super 16mm, el montaje en secuencias rápidas con sus fallos de etalonaje, a veces casi como parpadeos, imprimen a la película un carácter de autenticidad que se va diluyendo en ese otro río de la ficción y la memoria donde los amantes están viviendo su tragedia como un desdoblamiento de la realidad, como en un juego de cajas chinas. Y es que, ¿acaso ha habido alguna vez sirenas en el sucio río Suzhou? “Las cámaras no mienten”, nos repite el narrador en off desde su vida presente. “¿Seguirás buscándome hasta que mueras?”, pregunta Meimei a Mardar con insistencia.
En realidad, el esquema de la historia fue surgiendo durante el montaje en Berlín sobre la película inicial de una hora con las tomas del río donde se desarrollaban algunas acciones de los personajes cuya interacción no estaba definida. El director tuvo que rodar y añadir nuevas escenas y comenzó también a reescribir muchas frases del guion, donde cobró relevancia el narrador con su voz en off y la cámara como un quinto personaje, y se decidió además el destino de Meimei: si ella y Moudan, la sirena de la Taberna Feliz, serían o no la misma mujer. Los continuos cambios de perspectiva subjetiva y objetiva terminaron de dotar de misterio y ambigüedad a la trama. En una entrevista promocional, Lou Ye confesó que a partir de Suzhou River había cambiado su forma de trabajar para siempre: “Descubrí cómo el guion cambia su función una vez terminado el rodaje y se convierte en una mera referencia para crear un material del que luego salga la película. Esto me hizo más atrevido en los siguientes trabajos. Es un hito en mi carrera, me liberó creativa y técnicamente”.
Lou Ye pertenece a la llamada Sexta Generación de cineastas chinos, posterior a la eclosión en las salas de todo el mundo a finales de los 80 de las grandes epopeyas históricas y coloristas de directores como Zhang Yimou. En el estilo y la temática de esta nueva generación, que trabajaba con presupuestos modestos en escenarios urbanos y marginales y cuya pretensión era mostrar la radical transformación del país, dominaba una corriente de realismo sucio donde Suzhou River surgió como una revolucionaria extravagancia, y el mantra que repite el narrador en la película, “mi cámara no miente”, se convirtió en el eslogan del grupo y dio título a un documental sobre el movimiento. Lou Ye no pudo ver Suzhou River en las salas de su país, ya que pesaba sobre él la prohibición de hacer películas y proyectarlas sin permiso de las autoridades, y pese a que solicitó el permiso, nunca obtuvo respuesta. Pero la película se estrenó en Rotterdam, donde fue reconocida con el Premio Tiger, el máximo galardón, obteniendo luego nominaciones y premios en los festivales de Gijón, París, Viena, Tokio y Oporto.
Suzhou River es “un documental que se vive como un sueño”, como la definió el prestigioso crítico americano James Lewis Hoberman. La película retrata una ciudad que ya no existe; el río finalmente se limpió, hoy incluso se celebran en él competiciones deportivas y sus orillas están flanqueadas por largos rascacielos plateados que se levantaron sobre los cascotes de aquel pasado industrial. Pero la película de Lou Ye sigue reflejando intacta la verdad poética que le arrancó a sus aguas: que en una ciudad inmensa todas las vidas pueden llegar a cruzarse, confundiendo sus destinos para siempre.
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