También estuvimos en Roma… pero en la gran Cumbre Lesbiana

De izquierda a derecha, la activista georgiana Tamar Jakeli, la kazaja Zhanar SSekerbayeva, y las francesas Audrey Angele y Pierrette Pyram Ambrosio. Todas participantes en la gran Cumbre Lesbiana de Roma.

Sí, estos últimos días nosotras también hemos estado con ‘El Asombrario’ en Roma. Pero no en el funeral del Papa, sino en la multitudinaria Conferencia de la EuroCentralAsian Lesbian* Community (ELC) (más de 700 activistas de 55 países), donde la lucha ecofeminista, junto al anticolonialismo y antirracismo, ha sido la gran protagonista, y donde pudimos escuchar tanto esfuerzo como incomprensión en entornos totalmente agresivos contra el colectivo LGTBIQ+, como Georgia y Kazajistán.

La activista georgiana Tamar Jakeli sonaba solemne al sentenciar: “Me di cuenta de que en algún momento podré conseguir mis derechos como una persona queer, pero si el planeta se está deteriorando, ¿dónde voy a disfrutar de esos derechos? Eso me llevó al activismo medioambiental. Para mí, conectar el feminismo, mi condición de queer y el ecologismo fue bastante natural”.

Jakeli, directora del Tbilisi Pride y  experta en ecología humana, acababa de exponer en la Conferencia de la EuroCentralAsian Lesbian* Community (ELC) , celebrada la pasada semana en Roma, su lucha contra la construcción de la gran planta hidroeléctrica de Namakhvani en el oeste de Georgia, por su enorme coste medioambiental. Durante 500 días, los activistas locales acamparon para proteger el río y obtuvieron, expuso Jakeli, la solidaridad del colectivo. Ocurrió sin embargo que los líderes de la protesta lanzaron un manifiesto homófobo y se unieron a una marcha violenta contra el Pride de Tblisi (Tiflis, Georgia). 

Y ella se preguntaba a continuación ante una sala repleta de asistentes: “¿Puede la solidaridad no ser correspondida? ¿Debemos seguir siendo solidarias hacia los que apoyan a nuestros opresores?”.

El ecofeminismo resonaba en el encuentro junto al anticolonialismo, antirracismo, anticapacitismo y otras interseccionalidades, y constituyó uno de los tópicos analizados en la multitudinaria conferencia de lesbianas (más de 700 activistas de 55 países) que, como un cónclave –así se bromeaba en la inauguración– se celebró la semana pasada coincidiendo con el día de la Visibilidad Lésbica (el sábado 26 de abril) en una Roma tomada por los fieles que despedían al Papa difunto y bajo la sombra de la ola ultraconservadora que va impregnando el mundo. De hecho, el lema fue Lesbianización contra el Fascismo, y concluyó el sábado con la primera marcha lésbica celebrada en Italia, eso sí, reducida a un mínimo y simbólico recorrido en la capital blindada por el funeral de pontífice.

Roma ha sido elegida para el encuentro en solidaridad con las lesbianas italianas, afectadas por la pretensión de Giorgia Meloni de que la madre no gestante de una pareja lésbica no pueda ser registrada como familiar del niño o la niña. La reunión estuvo auspiciada por la ELC, que más allá de Europa, se extiende por Asia Central, un enorme territorio donde la opresión hacia el colectivo LGTBIQ+ se incrementa a medida que se avanza hacia el este. 

Jakeli vive en un país, Georgia, con escasos derechos LGTBIQ+, sin matrimonio igualitario ni reconocimiento de la realidad trans y cuyo Gobierno ha impulsado una ley represiva incluso más severa que la rusa. Señalaba uno de los grandes escollos históricos de la colaboración con otros activismos, el rechazo de la realidad queer. Algo que también se hace extensivo al feminismo, que ha apoyado causas de las que, una vez conseguidas, ha sido expulsado. “Las mujeres siempre hemos estado al frente en muchos movimientos sociales”, añadía. Y a sus propias preguntas, con cierto deje de tristeza, se respondió: “Hay que estar siempre al lado de los oprimidos, incluso cuando estos no son solidarios con nosotras, las queer”. Esa afirmación hace rememorar la lucha de gays y lesbianas junto a los mineros durante las huelgas en el tatcherismo que retrata la película Pride. El sindicato les rechazó y ellos tuvieron que entregar el fruto de su solidaridad directamente en uno de los pueblos galeses desabastecidos por la lucha. Así que después de que la conferencia transitara y analizara todas las interseccionalidades posibles, todas las causas, la codirectora de ELC, la serbia Dragana Todorovic, se lamentaba en el cierre del encuentro: “Nos han dejado al margen después de estar en todos los movimientos sociales. Las asociaciones de lesbianas están sufriendo para sobrevivir”.

Junto a la espigada activista georgiana, se sentaban en la mesa ecofeminista las kazajas Zhanar Sekerbayeva, una energética periodista y levantadora de pesas, y Gulzada Serzhan, copresidenta de ELC, ambas fundadoras de la iniciativa feminista Feminita. Relataban a la audiencia otra lucha contra la construcción de cuatro centrales nucleares en Kazajistán, que les ha hermanado con otros opositores. La población kazaja sufre graves secuelas por la radiactividad generada por el polígono soviético de ensayos nucleares de Semipalátinsk. “Somos una zona para todo tipo de pruebas”, contaba Sekerbayeva, “bombas, químicos, centrales nucleares. Nuestra tierra, vista desde el espacio, es una extensión de color negro, llena de agujeros. Solo se extrae, se extrae, no se deja de extraer, y quien sufre las consecuencias del cambio climático, de la falta de agua, son las mujeres, siempre las mujeres. Y nosotras, las lesbianas, construimos una buena conexión con los activistas antinucleares de nuestro país, aunque son muy diferentes a nosotras en edad, estatus y mentalidad”. Kazajistán es, como Georgia, un país sin derechos para las personas LGTBIQ+, y sus activistas, como expuso Sekerbayeva en otro foro de la conferencia, están acosadas tanto por el Estado como por sus compatriotas dentro de la creciente agenda contra la llamada “ideología de género”.

Una de las pancartas antiespecistas de la primera marcha lésbica celebrada en Italia. Roma, 26 de abril 2025.

Una de las pancartas antiespecistas de la primera marcha lésbica celebrada en Italia. Roma, 26 de abril 2025.

También el anticolonialismo se exponía junto al ecofeminismo, representado por dos activistas caribeñas, la inquieta Pierrette Pyram Ambrosio, fundadora y presidenta de  DiivinesLGBTQIA+, que opera tanto en el Caribe francés como en la metrópoli, y Audrey Angele, de la misma organización. Ellas repetían una palabra nefanda: clordecona. Un pesticida usado intensamente en las colonias de ultramar Martinica y Guadalupe tras ser prohibido en los años 70 en Estados Unidos y posteriormente en otros países, pero no en Francia, que las utilizó en las plantaciones bananeras. Más del 90% de la población de las dos islas ha estado expuesta y tiene trazas de químico en la sangre (es un compuesto que no se degrada en décadas) y la región posee, según investigaciones recientes, las más altas tasas de cáncer prostático del mundo, además de otros problemas de salud. La costa de las dos islas está contaminada en su mayoría.

“Se trata de la tierra. Venimos de la nuestra, África, y fuimos desplazadas, y cuando vemos la situación y el nivel de devastación de nuestros territorios, la única posibilidad que tenemos es ser anticolonialistas y ambientalistas”, razonaba Pyram. Unas palabras que parecen apelar a su compatriota Françoise d’Eaubonne, eminente feminista y aliada del colectivo, fundadora junto con otro activista del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) y que en los años 70 del pasado siglo acuñó el término ecofeminista.

“Muchas lesbianas racializadas están entrando en partidos verdes en Francia, aunando la lucha antirracista y ecologista”, aseguraba la activista. Diivines se ha personado en las causas legales contra el Estado francés y ha conseguido que se distribuyan test gratuitos entre la población para comprobar los niveles de contaminación. La última victoria ha llegado el pasado mes de marzo, cuando el tribunal de apelación ha reconocido la culpabilidad del Estado francés por haber expuesto a la población a un riesgo que ya conocía”.

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