Tavernier y Aronofsky cuestionan la Humanidad desde Noé
Desde los dos lados del Atlántico, dos maestros del cine, Bertrand Tavernier y Darren Aronofsky, nos traen este fin de semana a la gran pantalla una visión descreída de la Humanidad desde el más lejano de los comienzos, desde los tiempos del diluvio universal (estreno en abril, aguas mil). Del Antiguo Testamento a la crónica del absurdo de la política actual. Revisamos los estrenos de ‘Noé‘, con un Russell Crowe que se sale, y ‘Crónicas diplomáticas‘, con el surrealismo llevado a las estancias del poder, desde ministerios a Naciones Unidas.
Las superproducciones a menudo dan vértigo. Porque las cosas pierden su esencia ante la facilidad de los recursos. Pero Darren Aronofsky (Cisne negro) en Noé no pierde su esencia, sino que la maximiza. Lo bíblico cae rendido a lo épico. No se trata de una historia del Antiguo Testamento, sino de una historia que roza la ciencia ficción o la fábula. Aronofsky, cuyo padre se llama Abraham, nos pone contra las cuerdas, cuestiona la humanidad y sus principios, juega con los límites de lo correcto y de lo salvaje. Todo bien llevado a cabo, todo bien encajado. La producción es espectacular, todo tipo de efectos, un reparto de primer nivel, con Russell Crowe como auténtico Mesías que se cuestiona a sí mismo.
Noé no agradará a los ultracatólicos, porque no verán un código de conducta implacable que les respalde, sobre el cual sostenerse. La realidad es mucho más laxa; la humanidad, muy frágil; y las posibilidades, ilimitadas. Todo es posible, a pesar del mal que nos rodea. El mal se llama X, Y o Z. El mal está siempre ahí, invisible, porque como Hobbes decía ya en la Edad Moderna, “el hombre es un lobo para el hombre”.
Adán y Eva traspasando los límites de la realidad. El mito de Abel y Caín, la ruptura de la realidad y la confrontación. Y los descendientes como figuras entre lo posible y lo imposible. Noé como nómada, como buscador de la vida pura, en un mundo donde la vida no vale, donde la vida cae en un mundo rodeado de imágenes y de peligros naturales. Aronofsky nos toca la fibra, nos cuestiona, nos conmueve. Más allá de las superproducciones, no pierde el meollo. Lo espectacular está bien retratado: batallas, conflictos, panorámicas… Pero la esencia humana no se pierde. Aronofsky consigue ponernos contra las cuerdas, y nos da fe en la humanidad, a pesar de la podredumbre y de las dudas dogmáticas. Russell Crowe se sale, Noé creíble. Hopkins es un ángel apaciguador. Y el resto del reparto sigue una línea redonda. Noé, o como poner en duda la humanidad. Sacré Aronofsky! Tocapelotas!
Y de la gran producción norteamericana a la cámara europea de unas Crónicas diplomáticas. El cine francés tiene su charme y su lado malvado; quien lo dude no sabe lo que dice. Entre sus directores de categoría de una generación posterior a la nouvelle vague, figura uno de los grandes, Bertrand Tavernier, un director que no deja indiferente. Su nueva película es una parodia sobre el mundo de la diplomacia. Con diálogos ágiles, situaciones que llaman a lo absurdo de la situaciones críticas. Y un reparto estupendo que, más allá del conocido Lhermitte, tiene a un excelente Niels Arestrup que da temple a todo. La cinta presenta a un treintañero que viene a encargarse del lenguaje, del discurso, del ministro de Asuntos Exteriores francés; y expone su relación con su pareja, las sandeces del ministerio, la decadencia de los recursos, la burocracia, los chascarrillos, los juegos de lenguaje y sus variantes… Un todo controlado, pero ridículo.
Heráclito como centro del pensamiento de un ministro que se rige por sensaciones más que por conocimientos. Mundos absurdos. Decisiones alargadas, posiciones indeterminadas, dudas infinitas. Salidas a ninguna parte. Todo girando alrededor de lo absurdo. Diálogos de sustancia, andamiaje de calidad, una parodia del mundo surrealista en el que vivimos. Ese discurso final en la sede de la ONU alabando la paz no deja de ser la mayor de las demagogias del mundo contemporáneo. ¡Pero tan real! ¡Salve regina!
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