¿Te gusta que tu pareja te toque el culo en público?

Foto: Manel / Flickr.

¿Qué hay de tocar fuertemente el culo a la pareja en el espacio público? ¿Cariño, mimo…? ¿O no? ¿Manaza machista? A mí me parece un signo inequívoco de posesión frente a la sociedad. Aunque quizá haya matices…  También agravantes en función de la situación de poder en que uno o la otra se encuentren.

Esperas el metro, o el bus, o vas caminando detrás de una pareja en cualquier acera, y ves que el señor de la pareja que está delante va tocándole el trasero a mano abierta a la señora que lo acompaña. ¿Os suena? A cualquier hora del día y la noche. A veces ella hace por darle la mano a su pareja, para dirigirla hacia otro sector de su cuerpo; en otras ocasiones no se observa reacción de su parte… quizá no presta atención a lo multitudinario del público que hay detrás de ella. Ocurre más en parejas heterosexuales y siempre es él quien considera que su manaza en el culo de otra persona es un mimo compatible con su trayectoria de viandante.

No hay moralina alguna en esta serie de observaciones que he venido haciendo a lo largo de los últimos meses y años. No creo que no haya que tocarse el culo mutuamente (en caso de desearlo recíprocamente), sino que veo en este gesto unilateral (en la vía pública) otro de los rasgos machistas que denotan posesión y poder sobre una mujer frente a los demás.

Quizá no haya consciencia ni intencionalidad tan clara de poder viril, pero tampoco parece haber la mínima reflexión en quien lo ejerce.

Ante las banderas rojas que hemos venido desplegando las mujeres en los últimos años, empezando por el indispensable acuerdo para toda manifestación de afecto erótico, estos chicos-manazas podrán argüir que a sus novias les gusta, que ellos saben lo que ellas desean porque las conocen y que si-no-te-gusta-mires-para-otro-lado.

Esto de mirar hacia otro lado es algo que he hecho bastante, para no incomodar, pero que hace un buen tiempo no practico, más bien, todo lo contrario, porque quiero entender. Todas las veces que asisto al espectáculo de las manazas sobre culo ajeno me pregunto si nosotras también lo hacemos, y no me parece que sea algo habitual… Creo que si pudiéramos compararlo con una actitud femenina más bien sería como tratar de agarrarle la entrepierna en público al novio, porque es mío… O ir acariciándole el culo sin parar en el vagón del metro… ¿A que él se quejaría?

Sin dudas, la noción de propiedad es una condición que se adivina en la seguridad con la que el hombre-manazas suele medir, sopesar y abarcar glúteos, en cuanto ella se acerca a abrazarlo o a darle un beso, incluso cuando se inclina a decirle algo al oído.

No se trata de las amorosas manos entrecruzadas en los bolsillos del vaquero del partner, ni del roce al descuido de un acosador serial o de un niño travieso. Hablamos de esa manaza del que se siente dueño de carne ajena y lo proclama públicamente.

Algunas veces, el poderoso no es el novio ni el marido, sino el entrenador o el jefe. ¿Quién no recuerda el beso no consentido de Rubiales a Jenny Hermoso? Para las que estuvimos atentas, esa desagradable actitud no terminó en lo que sucedía con la aproximación brusca de las caras, sino que siguió con las manazas del jefe del fútbol, cuando se fueron posando en ella en forma de cachetitos por la espalda que iban bajando, mientras ella se alejaba. En el mismo momento en que ocurría aquello pensé que las mujeres estamos hartas de esas tocaditas de caderas con confianza que no siempre hemos concedido.

Luego de aquella final con celebración y acoso vino el escándalo del piquito arrancado, obligado, porque lo contrario implicaría forcejear. Y ya estamos hartas de esquivar o forcejear y/o no podemos hacerlo con un superior porque perderíamos el trabajo. Tampoco con un cliente, que es algo que bien conocen las camareras, hastiadas de los mano-largas.

Como al descuido, algunos señores dan palmaditas descendentes (de las que solo podríamos defendernos dando manotazos como gallinas intentando levantar vuelo), o rozan con su antebrazo nuestro pecho o con el dorso de la mano revolotean sobre lo que puedan, en zonas genitales, o nos toman por la cintura, como dirigiendo nuestros pasos. Nos ponen en aprietos, a veces nos indignan y otras, simplemente nos hacen reír con ese modo infantil de intentar imponer su voluntad (siempre que estemos a salvo, claro) ¿Os acordáis de aquel capítulo de Girls en que Lena Dunham no sabía discernir si su jefe era afectuoso o acosador porque venía a darle masajes por detrás, mientras ella escribía?

En las coreografías de la vida cotidiana, los manotazos masculinos son tan habituales que hasta se le asignaron a un robot humanoide con atuendo saudí programado para apuntar su mano a rozar la baja espalda de cualquier persona que se encuentre delante de él. Esto es lo que se vio en un vídeo que circuló en redes hace tiempo, en el que se veía a una reportera frente a uno de esos salones de tecnología que tiene que esquivar al brazo programado de la máquina con disfraz de macho.

Pero volviendo al gesto entre personas que se hacen arrumacos mutuamente, según los foros que se encuentran en todos los idiomas con discusiones sobre el tema ‘tocar el culo en público’, lo que más se lee es “depende” del lugar en el que esté la pareja o de cuánto tiempo llevan saliendo… y la palabra que se repite es el consentimiento. Parece una obviedad, pero la pregunta que inmediatamente se me ocurre es si nosotras, en ese momento, advertimos que es un signo inequívoco de posesión del otro, si lo toleramos porque pensamos que controlamos, si sabemos que hay gente detrás viendo la manaza en la carne propia… o si nos gusta.

¿Nosotras lo hacemos? Creo que no. Sin embargo, hay algo que sí ejercemos cuando queremos demostrar posesión y es tocar la cara y el cuello del otro. Pero esas zonas del cuerpo serán motivo de una próxima reflexión. Por ahora, ¡pasad un feliz verano de libres nalgas, con o sin arena lijando la piel!

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