‘Teléfono Rojo’ de Kubrick: la estupidez humana no conoce límites

Un fotograma de '¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú'.

Un fotograma de ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’.

Un fotograma de '¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú'.

Un fotograma de ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’.

Con Trump y Putin al frente de dos potencias con armas nucleares, y sus bravuconadas constantes de machos sin complejos (o con muchos complejos), se hace necesaria la revisión de esta obra maestra de Kubrick estrenada hace 55 años: ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’, en torno al miedo al desastre total que se vivía bajo la Guerra Fría y la posibilidad de un Apocalipsis. Y, sobre todo, en torno a la ilimitada capacidad de la estupidez humana.

Aseguraba el célebre historiador económico italiano Carlo Maria Cipolla: “Existe una fuerza humana más enérgica que las grandes corporaciones, más poderosa que los estados más robustos y más audaz aún que las redes criminales sofisticadas. Esa fuerza es la de la estupidez humana”.

Hubo un tiempo, durante la llamada Guerra Fría, en que el mundo aprendió a vivir bajo el miedo al desastre total, a un Apocalipsis cuyo ilógico algoritmo detonador se encontraba, en definitiva, en las manos y entre las mentes de los dos personajes más poderosos del momento. Dos presidentes, el de Estados Unidos y el de la URSS, ostentaban ese honor desgraciadamente supeditado –no sin remedio– a sus estados de ánimo o a sus potenciales paranoias. Hoy en día en que nuestros dirigentes y con seguridad una gran cantidad de nosotros mismos en todo el mundo representamos un claro e infeliz ejemplo en la preocupante ascensión contemporánea de la estupidez, la película que este viernes les animo a ver puede ayudarnos, quién sabe, a pensar en el futuro que necesitamos, ese futuro que anhelamos, o no.

Ese miedo del que les hablo con el que la humanidad aprendió a vivir estuvo representado en nuestras candorosas mentes por algo tan nada excepcional como un teléfono (rojo, propiamente como la sangre) y por algo tan frío, lóbrego y burdo como una indeseable bomba.

Menos de dos años después de la crisis de los misiles en Cuba y tan solo mes y medio tras la muerte del presidente Kennedy, Stanley Kubrick estrenaba en enero de 1964 la farsa histórica sobre la Guerra Fría conocida en España como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, cuyo título original es Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (es decir, Dr. Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar la bomba). Una comedia negrísima, una sorna política y explosiva, realizada sobre un guión inteligente e inmenso, y llamada a ser una de las más brillantes e ingeniosas comedias oscuras de todos los tiempos. Un clásico del cine universal.

El guión de Kubrick y Terry Southern proporciona originalidad, brillantez y humor negro a una historia en la que la ironía se encuentra en el eje de todos los acontecimientos de la película. Situada en el meollo de las tensiones de la Guerra Fría, la historia presenta a un demente general de Estados Unidos (Sterling Hayden) que, frustrado por su impotencia sexual, planea lanzar un ataque nuclear contra la Unión Soviética, convencido –como lo estuvieron en realidad ciertos sectores ultraconservadores de la época– de que la fluorización del agua era un plan comunista para contaminar el suministro de Estados Unidos y así destruir sus «preciosos fluidos corporales». Mientras tanto, un grupo incalificable de funcionarios, políticos y militares (George C. Scott) encabezados por el presidente norteamericano (Peter Sellers) intenta desesperadamente evitar el cercanísimo Apocalipsis.

Esta película, que se concibió originalmente como una mirada dramática a la Guerra Fría (basada libremente en la novela Alerta roja, de Peter George), se convirtió durante su escritura, y más tarde en su realización, en una comedia, en la terrible ironía del desastre humano y la aniquilación atómica, cuando Kubrick sintió que sería más efectiva como sátira y que tal tono, rompedor para el momento y para la historia que narra, conseguiría aun más vigor en su propósito. Lo logró con creces, alcanzando una inesperada contundencia con consecuencias incluso más apasionadas y reflexivas sobre la paranoia nuclear.

Enormemente corrosiva, alegórica y dolorosa para una sociedad temerosa que recela callada y perdida ante la posibilidad del desastre. Comprometida en forma de venenoso thriller, de hostigadora comedia negra, desgrana bajo el absurdo de sus personajes la locura de la Guerra Fría y sus posibles efectos, superando enérgicamente en crueldad a la seria novela que adapta, y colmando la cinta de paradojas y caricaturas tan divertidas como impactantes, al mismo tiempo que plausibles y astutas. El frío desprecio por la humanidad en nombre del patriotismo equivocado por parte de individuos aturdidos con la potestad –arbitraria– de erradicar toda existencia como si de un juego se tratara.

A través de una impecable fotografía en blanco y negro y decorados precisos, imaginativos (como esa sala de guerra grandiosa e inexistente en la realidad y que se ha convertido en un clásico en cualquier película bélica posterior), la cámara de Kubrick rastrea, dinámica, registrando hábilmente esas pequeñas piezas de brillantez que constituyen esta gran película repleta de esa lucidez técnica que ha convertido a muchas de sus imágenes en clásicas, en secuencias y planos de los más identificables de la historia cinematográfica.

Las alusiones sexuales, más que obvias, se suceden en la película, y no por cómicas resultan menos terribles e incómodas sobre la locura humana. Y lo hace no sólo a través de las hábiles asociaciones de sus diálogos, sino también en la carga de simbología que se esconde tras los misiles, los cigarros, las armas, o con la fantástica secuencia de los títulos de crédito con esos aviones fusionados en el cielo mientras reportan combustible o la inabarcable sucesión de explosiones del final.

Interpretaciones magistrales por parte de Scott y Hayden, más el festival camaleónico de un Peter Sellers en gracia, que desempeña tres papeles muy diferentes: el capitán de la Royal Air Force, que intenta tímidamente detener el ataque nuclear; el ineficaz y perplejo presidente de Estados Unidos, que debe dar las malas noticias al primer ministro soviético; y el Dr. Strangelove, un asesor científico presidencial en silla de ruedas con un pasado nazi.

La historia de la concepción y el rodaje de esta película daría para un libro entero de anécdotas y teorías, a cada cual más interesante (échenle un vistazo al documento No Fighting in the War Room or Dr. Strangelove and the Nuclear Threat), pero primero descubran o recuperen y disfruten esta obra imprescindible, que, muy a su pesar, sobrevive a su tiempo (si no, recuerden las caras que gobiernan el mundo en estos momentos) y que la han convertido en una obra cinematográfica subversiva que sobrepasa su contexto.

Parafraseando la boutade del político francés Clemenceau que se dice en la película: “La guerra es un asunto demasiado importante como para dejarla en manos de los generales”. Permítanme que añada: y de los estúpidos.

 

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Comentarios

  • Ignacio Agulló

    Por Ignacio Agulló, el 19 abril 2019

    Según comenta John Baxter en su libro sobre Kubrick, lo que empujó a Kubrir a convertir el guión serio en paródico fue que Columbia Pictures estaba rodando al mismo tiempo otra película sobre una crisis similar. Hablamos de «Punto límite» (Fail-Safe), de Sidney Lumet, y con Henry Fonda y Walter Matthau en el reparto. Si hablamos de «esa sala de guerra grandiosa e inexistente en la realidad y que se ha convertido en un clásico en cualquier película bélica posterior», lo siento pero creo que estamos hablando de la sala de guerra de «Punto Límite» y no de «Teléfono rojo»; es evidente que las salas de guerra posteriores como por ejemplo la de «Juegos de guerra» se parecen más a la primera.
    Según IMDb Kubrick (siendo un obseso del control como era) presionó para que su película se estrenase antes y lo consiguió, lo que perjudicó claramente a «Punto límite»; después de la parodia de «Teléfono rojo» costaba tomarse en serio el dramatismo de la primera.

  • Pacorrix

    Por Pacorrix, el 19 abril 2019

    Fantástica película. En el guión sólo hay dos potencias, hoy, desgraciadamente, hay más. China y Corea del norte. Se actualiza con el presidente de EEUU y el de la Federación Rusa pero me quedo con la duda de dónde ponemos al de Corea del norte. Los chinos parecen más comedidos.

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