El Thyssen acoge dos impactantes instalaciones sobre el expolio de tierra y mujeres
Una exposición que denuncia la violencia que a veces nos deja paralizados, sin palabras. Silencios para denunciar a gritos las estrategias de silenciar los atropellos contra la tierra, contra las comunidades apegadas a la tierra, contra las mujeres que tan bien entienden lo que es ser tierra. De eso va la conmovedora muestra del artista indio Amar Kanwar que presentan el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la fundación TBA21 (Thyssen-Bornemisza Art Contemporary) en Madrid hasta el 19 de mayo.
“Es el silencio lo que nos permite oír los lloros”. Así presentó esta muestra, montada primordialmente en torno a dos vídeoinstalaciones, Francesca Thyssen-Bornemisza, hija del barón Hans Heinrich y fundadora de TBA21 Y subrayó cómo quiere dar continuidad a la pasión coleccionista de su familia adaptándola a lo que exigen los nuevos tiempos: “Quiero ser coleccionista de la conciencia”.
“Sus obras hablan del atropello a los derechos humanos, hablan de la violencia, pero con un lenguaje sutil, delicado, poético”, ha dicho Guillermo Solana, director artístico del museo, sobre la obra de Amar Kanwar. “Su trabajo son pruebas acusatorias frente a la violencia, pero son también un memorial, un monumento, una elegía, un lamento, un ensayo de curación de esas heridas. Son piezas inmersivas entre la desesperación y la esperanza, con algo de plegaria, de misticismo”.
Las vídeoinstalaciones de Amar Kanwar se exponen en el museo Thyssen con la colaboración de dos entidades centradas en la sostenibilidad y la economía circular, y que son también entidades colaboradoras de El Asombrario: Signus , que se encarga de la recuperación de los neumáticos fuera de uso en España, y la Fundación Ecolec, que se ocupa del tratamiento y reciclado de los materiales derivados de los aparatos eléctricos y electrónicos, pilas y acumuladores. Ese compromiso con el planeta es también columna vertebral de la TBA21, según le gusta subrayar a su fundadora, y del museo Thyssen-Bornemisza, como ya comprobamos el año pasado con la obra Purple, de John Akomfrah en torno al cambio climático, también comisionada por TBA21; así como por el anuncio realizado por Guillermo Solana de su intención de que el museo madrileño encuentre una fórmula para albergar los proyectos artísticos de conciencia social y medioambiental a los que Francesca Thyssen va dando alma y energía.
La escena del crimen
La exposición se abre con la parte central del proyecto El bosque soberano: La escena del crimen, un vídeo de 42 minutos que presenta los impresionantes paisajes de la región india de Odisha antes de su destrucción, a través de unas imágenes capturadas con sensibilidad poética y precisión íntima que permiten explorar su belleza a la vez que invitan a la reflexión. Casi todas las escenas de esta película muestran territorios que ya han sido recalificados como áreas industriales y están inmersos en procesos de compra por parte del gobierno y poderosas empresas. “El paisaje natural se presenta como la escena de un crimen: cada lugar, cada brizna de hierba, cada manantial y cada árbol pertenecen a un terreno adquirido y su destino es desaparecer. A través de esas imágenes y del ritmo meditativo de la edición, Kanwar explora el significado de la pérdida y la muerte”, según explican en el Thyssen.
Si La escena del crimen denuncia el expolio de la tierra, cómo despellejan a su gente, humillan a las comunidades que habitan en ese territorio, la otra gran obra, Testimonios relámpago, nos arroja a la cara el sometimiento, violación y asesinato de mujeres. Es una videoinstalación envolvente de ocho canales que recoge el testimonio de varias mujeres sobre la violencia sexual y los secuestros en la India. Con un complejo montaje de relatos simultáneos, incluye historias como el secuestro masivo y la violación de mujeres durante la partición de India, en 1947, o las protestas contra las agresiones sexuales en Manipur, en 2004. “El artista explora las situaciones en las que los episodios de violencia sexual se suman a los conflictos sociales y políticos en India, con la intención de acabar con el silencio que cubre las agresiones a las mujeres, tanto en el ámbito público como en el privado”.
Por eso, el día de la presentación, Amar Kanwar resumió su trabajo así: “Son dos obras en las que llevo trabajando 15 años. Un largo proceso para explicar lo que a veces nos deja sin palabras, lo que nos deja en silencio”.
La comisaria de la muestra, Chus Martínez, recalcó que la obra de Amar Kanwar nos habla de la idea de justicia, en concordancia lo que parecen hechos lejanos con lo que nos sucede a nosotros alrededor. “Abordan las ideas de violencia e injusticia social mezclando lo documental con la experiencia poética; es una experiencia que llega a la gente de una manera lenta, toma su tiempo entrar ahí”.
Efectivamente, lo que nos propone Amar Kanwar no se puede despachar en 5 ni en 10 minutos; requiere una inmersión de al menos una hora en esas estancias oscuras en las que se proyectan imágenes de indudable impacto poético, con un ritmo pausado, reflexivo, oriental, al que nuestro modo de vida de urgencias occidentales no está habituado. Las proyecciones de Kanwar nos proponen una experiencia total, no sólo por lo que nos están contando, sino porque nos piden detenernos, nos exigen para aprehenderlas pausas, contención, reflexión, aparcar lo que tenemos programado para dos horas después.
La sala de las semillas
Entre La escena del crimen y Testimonios relámpago, otra sala nos invita a reflexionar sobre el empobrecimiento de la agricultura y la pérdida de biodiversidad (no solo de la biodiversidad silvestre, sino de la doméstica, la agrícola y ganadera, también muy preocupante y a la que apenas prestamos atención). La sala de las semillas contiene pequeñas películas proyectadas sobre libros de papel artesanal –documentan actos de resistencia social frente a las vulneraciones políticas y empresariales, así como el olvido de los muertos y desaparecidos, con la intención de ocultar agravios y delitos flagrantes-, más una pared de semillas autóctonas de Odisha. Como explica Kanwar, “cuando el agricultor Natabar Sarangi comenzó a cultivar arroz, se dio cuenta de que en su región se utilizaban muy pocas variedades, aunque él recordaba que en su infancia había formas, gustos y cualidades naturales muy diferentes”. “Para preservar ese rico legado y devolverlo a los ciclos naturales de cultivo, Sarangi se dispuso a recoger, cultivar, cosechar, propagar y archivar semillas”.
En esta tercera sala, se presentan 272 especies de semillas de arroz en cajoncitos hecho a mano. Procedentes de “la escena del crimen” y bajo una constante amenaza de desaparición, constituyen un extenso sistema de conocimiento que se ha compartido y desarrollado durante décadas, y nos habla también –a gritos pero en silencio, con poesía, pero contundencia- de cómo la sociedad está perdiendo su soberanía alimentaria, en manos de grandes corporaciones aliadas con gobiernos a los que profundizar en la democracia no es precisamente lo que les mueve ni interesa.
‘Amar Kanwar’ puede visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Hasta el 19 de mayo.
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