Tiempo de revueltas antes de la definitiva: la anárquica
Contenedores incendiados, brutalidad policial, saqueos en tiendas de grandes firmas de ropa, rostros tapados bajo las capuchas, detenciones, heridas graves provocadas durante las cargas y denuncias de tortura en comisaría son algunos de los acontecimientos que normalmente, unos con más presencia mediática que otros, se dan durante las revueltas sociales. Donatella Di Cesare, catedrática de Filosofía teorética en la Università ‘La Sapienza’ di Roma, reflexiona sobre ellas. La revuelta social: de dónde parte, qué significado tiene, a qué responde. En un pequeño ensayo titulado ‘El tiempo de la revuelta’ (Siglo XXI) la autora disecciona el contenido, futuro y trasfondo de algunos de los estallidos sociales actuales.
“En el vórtice compulsivo del capital, esa espiral catastrófica que ha hecho de la respiración un privilegio para unos pocos, lo que pasa a un primer plano es la angustia de los explotados, de quienes tienen que plegarse al paso acelerado sin pausa alguna, de los más vulnerables confinados en la angustia opresiva”. Lo que viene a decir: si todo lo impregna el capitalismo, cualquier tipo de revuelta tendrá que ser anticapitalista. Así, con este silogismo, las tesis de la escritora toman fundamento. Audaz en sus planteamientos, concreta en sus determinaciones.
De esta forma, la escritora toca todos los aspectos de suma relevancia en una revuelta. De la policía escribe que “tiene el monopolio de la violencia interpretativa, porque redefine las normas de su propia acción y, apelando a la seguridad, aumenta su control de la vida de las personas. Su soberanía violenta es tan escurridiza como fantasmal”. ¿Pero cuándo se hace realidad la capacidad política de una revuelta? La autora responde en la monografía: “Cuando logra manifestar la injusticia dentro de los límites vigilados del espacio público reconfigurándolo”. Y es el espacio público en donde Di Cesare incide, tomando las plazas como bandera: Place de la République, Plaza Taksim, Liberty Plaza, Puerta del Sol.
Respirando el aroma que deja el neoliberalismo imperante en cualquier tipo de sociedad actual, la catedrática de Roma escribe estas palabras: “Toda lucha de clases se convierte en un conflicto dentro del individuo, que en lugar de culpar a la sociedad se culpa a sí mismo. Así pues, este régimen se inmuniza constantemente. Los individuos, ya siempre derrotados, divididos por una competencia despiadada, no se solidarizan, no se unen en una multitud, no se levantan en una revolución de masas o en una protesta global”.
La escritora no deja nada a su paso. Los conceptos precisos y simples con los que arma sus argumentos se entrelazan con la realidad más innegable. Habla de revueltas sociales contra el capitalismo, la serpiente que siempre conseguirá retorcerse una vez más para seguir con vida: “La cólera justa, aislada muchas veces, replegada en reivindicaciones personales, corre el riesgo de implosionar en microconflictos, de disiparse en un odio ciego, de ser consumida diariamente por el mercado para que ningún depósito de subversión pueda comprometer el horizonte último del capitalismo (…)”. Y si no, ahí están las camisetas del Che, la mercantilización del Orgullo LGTBI y el “Everybody should be feminist” que rezaban camisetas fabricadas por una de las mayores líneas de ropa en España.
El análisis de la realidad no se queda en lo palpable, lo perceptible sensitivamente. Si antes la revuelta se organizaba contra el patrón o el político y gobierno de turno, ahora nadie sabe nada de su opresión: “En la democracia actual el poder, alejado y separado de su fuente popular, parece cada vez más imperceptible. Esquivo, ubicuo, reticular, proyectado en los canales de la tecnología y los flujos de la economía, desprovisto de centro y tal vez de dirección, no tiene rostro, ni nombre, ni dirección”.
¿Y cuáles son las armas de cualquier persona que quiere empezar la revuelta? La primera, la desobediencia civil. Así lo expresa en El tiempo de la revuelta: “La desobediencia no solo es válida en regímenes disposicionales. Es la sal de la democracia. Los ciudadanos no son súbditos y, por tanto, no pueden aceptar servilmente una ley que, incluso antes que los límites de la constitucionalidad, sobrepasa los de la humanidad”, porque “quien desobedece no viola la ley, la desafía”, según la perspectiva de Di Cesare, quien añade: “Desobedecer es una obligación en un mundo en el que la responsabilidad está fracturada, la indiferencia exime de reaccionar, la impotencia política se confunde con neutralidad soberana».
Pero la vida sigue y la revuelta cambia. Anonymus es el ejemplo de ello. La escritora no pasa por alto la posibilidad de pensar en uno de los movimientos más subversivos que existen, “un colectivo no colectivo, un nombre sin marca, un nombre que no designa a nadie, a disposición de todos”. Así llega al aspecto espacial: fronteras, muros, patria y dolor. “El espacio de protesta ya no está institucionalizado, ni monopolizado por la policía, ni gestionado por intermediarios tradicionales (partidos, sindicatos), ni asignado a grupos y movimientos permitidos. El resultado es la dispersión de lugares y la redistribución democrática”, comenta en la obra.
En cierta forma, lo que hace Di Cesare es recoger su postulado expresado en ‘¿Virus soberano? La asfixia capitalista’ (Siglo XXI, 2020), donde reflexiona el sinsentido de poner fronteras al coronavirus. En esta monografía también deja al descubierto la diferencia que hay entre protegidos e indefensos, la crueldad del capitalismo y la imposibilidad de la salvación sin ayuda mutua.
Casos como el de Edward Snowden y Julian Assange, que huyeron de sus países tras revelar multitud de información secreta, ejemplifican que su huida también trastoca los márgenes del Estado, los esquemas estatocéntricos que nos obligan a amar a nuestro país, nuestros conciudadanos, nuestra bandera desde que nacemos. “La emigración como forma de lucha es la novedad de una revuelta que nos invita a mirar de forma transversal la división nacional y las fronteras estatales del escenario político”, dice la escritora.
Sigue habiendo muchos tipos de revueltas. Recordemos que las imágenes se siguen sucediendo a lo largo y ancho del planeta. Allí donde hay una causa injusta, allí la gente se organizará para luchar contra ella. Tarde o temprano. Pero solo habrá una revuelta definitiva, la que Di Cesare tilda de “anárquica”. Será la que discuta las fronteras, el orden mundial vigente y termine con el Estado: “Además de excluir y, de hecho, prohibir, el poder estatal incluye y capta. Marca y discrimina el exterior y el interior. Aunque de forma diferente, también se ejerce la coerción en el ciudadano, y es una violencia integradora. Sujeto de derecho, el ciudadano goza ciertamente de protección y margen de libertad, pero incluso antes de eso está atrapado ya en ese orden político-jurídico, sin haber podido elegir”.
Puedes seguir aquí al autor, Guillermo Martínez, en Twitter.
No hay comentarios