Todo cambiará y Mayrit se convertirá en ‘La Ciudad Bosque’
Para la última entrega de ‘Área de Descanso’ de 2024, Javier Morales quiere regalarnos un relato, una fábula inspirada en ‘Las ciudades invisibles’ de Italo Calvino. “Poco a poco, el humo irá oscureciendo el cielo. Los humanos tendrán dificultad para respirar. A la luz del sol le costará entrar y mucho más salir”.
Era uno de esos días en los que el Gran Kan estaba apesadumbrado. Quizás presentía la muerte. No tanto la suya, sino la de su propio imperio. Marco conocía muy bien esos momentos y sabía cómo contentar al emperador.
–Tus ciudades no existen –dijo Kan–. Tal vez no han existido nunca. Bien lo sé. Por eso quiero que hoy me hables de las ciudades del futuro.
–Emperador, como sabéis, las ciudades que he visitado son un sueño que nace del corazón de ciudades invisibles e inventadas. En mi viaje en el tiempo, al futuro, he visto cómo llegará un momento, muy lejano aún, en el que viviremos en ciudades inmensas, en megalópolis, en urbes de dimensiones inimaginables. El sol no se pondrá nunca en ellas y para desplazarse de un lugar a otro habrá que recurrir a monstruos de metal, como el de las espadas. Pero estos monstruos no serán ligeros y leves como nuestros sables, sino muy pesados, como los hierros de las mazmorras, y tan ruidosos como las cadenas que caen y nos aprisionan. Los caballos ya no podrán mover estos monstruos y, para lograrlo, unos sabios inventarán un nuevo ingenio que sustituya a los animales. Este artefacto será el corazón del monstruo, estará oculto, dentro de la armadura de metal. Para que el monstruo pueda respirar los sabios tendrán que abrir un agujero en la parte trasera, por donde echará un humo negro, como el que sale después de que un bosque se incendia. Durante muchos años la gente se subirá a ellos, fascinada, para desplazarse por las calles, calles duras y sin vida. Todo estará pensado para que estos monstruos de acero puedan moverse. Será lo más importante.
Al fin y al cabo, ¿quién no quiere vivir en una ciudad así?, pensará casi todo el mundo, casi toda la gente, bueno, menos la otra gente, claro, los animales y las plantas, que cada vez tendrá menos espacio para vivir. Poco a poco, el humo irá oscureciendo el cielo. Los humanos tendrán dificultad para respirar. A la luz del sol le costará entrar y mucho más salir. Los pocos rayos que atraviesen la barrera de humo se quedarán atrapados y el calor comenzará a ser insoportable. Los árboles serán los únicos que podrán devolver la luz del sol, pero algunos gobernantes, como los que rigen la ciudad de Mayrit, que se encuentra muy lejos de su imperio, majestad, donde el sol se oculta, decidirán que son más importantes los monstruos de acero que el aire que respira la gente, que respiran ellos mismos y sus hijos, más importantes que la vida. Se dedicarán a talar y talar y talar los árboles supervivientes. Los animales tendrán que huir y dejará de oírse el canto de los pájaros. La naturaleza se marchará, despavorida. Pero no para siempre.
Historias apocalípticas hay muchas, emperador, pero en los relatos que le cuento, nunca ha sido mi intención darles cabida. Hartos de vivir en el exilio, compadecidos de los humanos y de la otra gente, de los animales y de los insectos, los árboles próximos a Mayrit decidirán en una asamblea del bosque entrelazar sus raíces y tejer una red de vida. Las raíces se extenderán tanto que llegarán de nuevo al centro de la ciudad y romperán el suelo de piedra, repoblarán las calles y las plazas. A las fachadas de los edificios les crecerán hojas y las ramas servirán para desplazarse de un lugar a otro. El humo se desvanecerá hasta convertirse en un recuerdo del pasado. El sol y las estrellas serán visibles de nuevo. Las personas y la otra gente, los otros animales y las plantas, regresarán. El pequeño río, como una manzana apetitosa, volverá a estar habitado y, a partir de entonces, a Mayrit se la conocerá como la Ciudad Bosque.
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