Toletis, un remedio frente al síndrome de déficit de naturaleza
De tanto escucharle y seguir sus historias, Toletis se nos ha vuelto alguien muy cercano y familiar. Como su creador, el periodista y escritor Rafa Ruiz, coordinador de ‘El Asombrario’, quien imaginó a este niño desde el sosiego que proporciona la región de Las Merindades, al norte de Burgos. Recientemente ha visto la luz ‘Toletis y Claudia’ (MadLibro), su tercer libro de cuentos de “realismo mágico-ecológico para niños de 7 a 107 años”. Vuelve a sumergirnos en un mundo de ternura y solidaridad en el que la naturaleza es nuevamente protagonista y la madurez bien entendida toma presencia.
¿Cómo se nos ha vuelto así de familiar Toletis?
Toletis nació sin ninguna pretensión. Fue un verano en mi pueblo, estaba en reposo con una luxación de hombro y, como me aburría, empecé a escribir cuentos; no pensando en publicarlos ni en un público determinado. Tan sólo buscaba inspiración en mi pueblo, en mi abuelo, que me acompañaba con sus noventa y tantos años, y en mí mismo. Así surgió el primer libro, de la forma más tonta. Luego decidí publicarlo, después fue re-publicado por la editorial infantil NubeOcho. Cuando dejé mi trabajo diario en El País, sentí ganas de recuperar a esos niños que tanto me acompañaban. Así, en 2015 salió la segunda entrega, ‘Toletis. Cuatro estaciones’ (MadLibro/NubeOcho). Y hace unos meses ha llegado la tercera entrega, ‘Toletis y Claudia’, ya solo de la mano de MadLibro. El primero tiene la frescura del novato. El segundo lo veo más gamberro y con más acción. Con este tercero, me he dado cuenta de que necesito sacar a los niños del cajón cada tres o cuatro años.
¿Y cómo ha sido este nuevo reencuentro?
Van madurando; por dentro, no por fuera. En realidad son ellos los que deciden qué hacer. Y lo que más me gusta es que con el tiempo han ido prescindiendo mucho del narrador, de la voz en off. Siempre digo que los documentales y películas son mejores sin esa voz en off, porque dejas al público más libre para sacar sus propias conclusiones. Así que en esta tercera entrega me parece muy bonito que haya tantos diálogos entre Toletis y Claudia, sin la necesidad de que el narrador esté explicando continuamente lo que pasa.
¿Qué tienes que decirnos de Claudia, que ya ha sido ‘ascendida’ incluso al título?
Sí, ha ido ganando protagonismo. Los tres libros, con 12 cuentos cada uno, los he escrito fuera de Madrid; necesito tranquilidad para que se expresen, intento estar a solas con los personajes, hablar prácticamente solo con ellos en los días de escritura. Como nunca sé cómo va acabar cada cuento, sino que van fluyendo, veía que con su desparpajo Claudia iba tomando más y más protagonismo frente al reflexivo Toletis. Ellos lo iban decidiendo. Hay quien dice que son la misma persona, que Claudia es el instinto y Toletis la reflexión. Y, claro, decidí que se merecía tener el protagonismo que se merecía.
Ambos entienden la madurez como una fase en la que se añaden sentimientos, y asimilan este concepto como si fuera un juego.
El último capítulo de cada libro -en el primero es Toletis mirando fotografías antiguas de su familia, en el segundo rebuscando los libros que leía de pequeño y en el tercero descubriendo recuerdos-, hay una especie de madurez, de crecimiento, en el sentido de que los niños tienen consciencia de algo. De quiénes son. Para mí esa es la madurez interesante, conocer nuestro pasado como un bucle con el presente y el futuro. Creo que una de las etapas de crecimiento de un niño consiste en tomar consciencia de quién es. Ese sentimiento va creciendo en cada último capítulo. En cualquier caso, tengo claro lo que no es crecer; madurar no es hacerte una persona mayor llena de prejuicios y que se olvida de vivir con imaginación y sentido del humor y de la risa. Eso no es crecer. Crecer para mí es otra cosa; y en ese sentido Toletis y Claudia sí van madurando libro a libro. De ahí también eso de que vaya dirigido a niños y niñas de 7 a 107 años; trato de reivindicar todas las edades.
Señalas una evolución de los personajes, pero no en su forma de interactuar con el entorno.
Eso es lo que llamo realismo mágico-ecológico. Algunos lectores me dicen que viven pocos problemas, pocas dificultades en sus historias, pero es que quiero llevar a los lectores a ese mundo un poco de ensueño que era la infancia en contacto con la naturaleza. Es lo que pretendo defender. Hoy en día mucha gente sufre lo que se ha venido en llamar “síndrome de déficit de naturaleza”, y yo lo que vengo a decir es que es posible tener a la naturaleza como amiga. La vida y el mundo me parecen bastante ideales; lo que sucede es que nos empeñamos en volverlos más complicados y feos.
¿Qué enseñanzas puede extraer un adulto leyendo a Toletis?
Quienes lo leen me suelen transmitir la sensación de que les relaja; muchos leen capítulo a capítulo por la noche, uno cada noche antes de irse a dormir; dicen que es como entrar en una nube de algodón, que les relaja. Una sensación melancólica y alegre a la vez. Pero insisto en que lo que quiero trasmitir son los beneficios y la serenidad de estar en contacto con la naturaleza.
Se impone cada vez más una visión urbanita de la vida…
Pues sí. Eso de la España vacía no es verdad, es la España vaciada. Llevamos décadas de políticas para vaciar el medio rural y concentrar a la gente en macrogranjas urbanas. Y te diré que no creo que sea gratuito, sino porque me parece que el sistema encuentra mucho más fácil aplicar así las reglas del ultracapitalismo, que son vender, controlar y manipular. Al poder le resulta mucho más fácil con la población concentrada. Mi pueblo, donde he escrito las aventuras de Toletis, tiene ahora nueve habitantes, en una zona en la que todos los pueblos tienen entre 5 y 100 habitantes. Es verdad que eso es muy difícil de manejar, pero tienen todas las de perder. ¿Qué político les va a hacer caso si suponen una centésima parte de un diputado? Y esta es la España que reivindico a través de Toletis. Que no es todo idílico, claro que no, pero el contacto con la naturaleza es fundamental para un crecimiento mínimamente equilibrado, de la persona y de la sociedad. Vivimos acoplados a unas pautas muy urbanas y, a menudo, muy descentradas.
¿Qué puede descubrir un niño de ciudad del mundo rural de Toletis?
Que si tiene a la naturaleza como aliada le puede solucionar muchos problemas, como por ejemplo de soledad, depresiones o tristezas. Algo que también he querido trasladar en mi poemario ‘Hierba’, porque la naturaleza influye en tus estados de ánimo. Si sientes angustia o ansiedad, un paseo por el bosque te sosiega. Te aporta equilibrio. Y eso lo estamos perdiendo. En la última campaña electoral, he asistido con satisfacción a ciertos recordatorios del mundo rural, a reivindicaciones de su importancia. Pero me temo que una vez más se quedará todo en palabras de programas electorales, mítines y entrevistas que luego no se cumplen. Hemos asumido el éxodo rural como una regla que no se puede cambiar y a mí me parece un desastre. Entre otros motivos, porque estamos dejando al campo, al paisaje, a la naturaleza, sin custodios, sin guardianes del territorio. Cuando no viva nadie, ¿cómo gestionaremos todo ese inmenso espacio? No somos muy conscientes de lo que puede pasar de aquí a 20 años si seguimos esta dirección; y en este sentido he de decir que veganos y animalistas flaco favor hacen reclamando la desaparición total de la ganadería, sin distinguir entre la muy criticable industrialización de agricultura y ganadería, las macrogranjas, y la agricultura biológica y la ganadería ecológica, extensiva. Las críticas de trazo grueso, las campañas de eslogan y soflamas, tan exitosas hoy con las redes, poco ayudan.
Pero hay formas de meter la naturaleza en la ciudad. Lo estamos viendo…
Sí, lo que ahora se llama naturalizar o re-naturalizar las ciudades; por ejemplo, lo que se ha hecho con el cauce del río Manzanares en Madrid. Eso ya es un paso. También están los huertos urbanos o la educación ambiental. Se pueden hacer muchas cosas, aunque son sólo aproximaciones a la naturaleza en toda su expansión y expresión.
Desde luego, la intención de reconectar está ahí.
Los políticos tienen mucho poder, en el sentido de que con una ley pueden conseguir que más gente se quede a vivir en los pueblos. Que el éxodo rural no es algo inamovible, una condena perpetua. Es verdad que los movimientos sociales influyen, pero no podemos pedir a las personas heroicidades constantes; desde una ley de Desarrollo Rural se pueden conseguir muchos avances.
Destacabas el efecto tranquilizador que sienten muchos leyendo las historias de Toletis, donde la sensibilidad ecológica debe mucho a la memoria.
Creo que Toletis cuenta cosas muy profundas de una manera muy sencilla. El cuento de la invasión de las nubes que ralentizan todo en el pueblo es una crítica a la urgencia permanente, a las prisas que nos acogotan. Lo mismo sucede con la reivindicación del pasado, que ayuda a saber quiénes somos. Hoy en día no tenemos ni siquiera tiempo para recordar. También en este sentido han madurado mucho los protagonistas, respecto a que nuestra vida es un bucle de pasado, presente y futuro del que forman parten nuestros antepasados, la gente que está pero poco, la gente que está-está y la que se fue. Claudia, por ejemplo, dice que quiere enmarcar el dibujo de una gallina que pintó antes de nacer. Madurar es eso, y no otras cosas.
¿De qué te ha servido escribir Toletis?
Para reafirmarme en lo que ya tenía claro: no perder nunca el sentido de la tranquilidad, de la naturaleza, priorizar la imaginación y darle tiempo al tiempo. Y por si se me olvida alguna vez, dejarlo por escrito para volver a leerlo. (Risas).
Y revivirlo.
Sí, como dicen los personajes, qué manía de estar siempre analizándolo todo. Hay que dejarse llevar más. Si te fijas, todos los libros terminan con las montañas azules. En el horizonte de tu vida siempre tiene que haber montañas azules, es algo que también sale en Hierba y en todos mis libros. Te da una especie de tranquilidad. Es un horizonte vital de equilibrio.
Los libros de ‘Toletis’ pueden conseguirse a través de la web de MadLibro y de la distribuidora La Rueda.
No hay comentarios