Tolstói, los secretos de las entrevistas y de la felicidad
Descansamos hoy en esta área dominical leyendo el libro ‘Lev Tolstói. Conversaciones y entrevistas’, que nos ofrece un retrato intimista y poliédrico del gran autor ruso a través de las entrevistas que le hicieron cuando se retiró a vivir a su aldea natal. Entre las entrevistas más memorables, una en que el periodista le pregunta: “¿Qué debemos hacer para ser felices?”.
Uno de los géneros periodísticos y literarios que más me gusta es la entrevista. Sobre todo las que buscan plasmar el lado humano de un personaje. Aparte de una buena selección de preguntas, cuanto más alejadas del tópico mejor, para lograr una buena entrevista se necesita aparcar el ego, dejar que sea el personaje quien hable, y saber mirar. Precisamente para agudizar esa mirada, para no perder detalle, García Márquez era partidario de no utilizar grabadora. Otro gran periodista y escritor, Pedro Sorela (quien por cierto escribió un libro imprescindible sobre la obra periodística de García Márquez), aseguraba que la entrevista es un acto de seducción. Tenemos que “conquistar” a nuestro personaje, dejarle hablar, “intimar” con él para lograr un retrato veraz.
He leído recientemente Lev Tolstói. Conversaciones y entrevistas. Encuentros en Yásnaia Poliana, publicado con buen acierto por la editorial Fórcola. Este libro pequeño pero inmenso en contenido, me ha acompañado en mis viajes en metro. En edición a cargo de Jorge Bustamante, recoge una selección de entrevistas al gran autor ruso durante los últimos años de su larga vida, en los que vivió en Yásnaia Poliana. Esta finca rural, situada a 12 kilómetros de Tula y en la que nació Tolstói (1828-1910), se había convertido en un lugar de peregrinación para periodistas, escritores, artistas y curiosos. El autor de Guerra y Paz no solo era el autor ruso más importante, sino una referencia moral y ética para sus compatriotas. Es sabido que durante los últimos años de su vida el conde Tolstói, que había participado en las guerras en su juventud, emprendió un camino espiritual a través del cristianismo primigenio que le llevó a abrazar la no violencia y el vegetarianismo. Su influencia se extiende hasta nuestros días, desde Gandhi al Nobel John Coetzee, quien le rinde homenaje en sus memorias.
A lo largo de las entrevistas, conocemos un poco más a Tolstói, sus opiniones sobre la literatura, el arte, la vida, los animales, la vida en la ciudad, su obra o la obra de otros autores. En un momento dado, por ejemplo, a cuenta de la crítica, asegura que un autor nunca debería publicar en vida, para no dejarse influir por las opiniones ajenas. En otro le dice al periodista que la prueba de fuego de una obra es si es capaz de soportar la traducción y no perder su espíritu. Es muy interesante la manera de hacer periodismo en esa época, finales del siglo XIX y principios del XX, y cómo ven a Tolstói los reporteros que viajan hasta allí entre emocionados y ansiosos por conocer al gran padre de las letras rusas.
En la que le hace en 1904 Alexéi Zenger, una de las mejores y más jugosas de libro, el periodista se sorprende de cuán diferente es el escritor de los retratos que había visto. “Los retratistas lo representan de manera incorrecta. Mirándolo, uno no puede notar ni aquella barba, que tan escrupulosamente le adjudican los pintores, ni la frente abultada, especial, ni la expresión severa del rostro… / Lo que uno puede ver es ante todo unos ojos: pequeños, redondos y –como rasgo particular– completamente planos, que irradian un solo color; es como si uno mirara una potente fuente de luz: ves un resplandor continuo y no puedes distinguir de dónde viene ni cómo se genera”. El periodista ha ido allí a hablar de la obra de Tolstói, pero este, esquivo con su propio trabajo, prefiere hablar de Chéjov, quien acaba de morir. Tolstói sentía una gran admiración por el Chéjov narrador, pero no por el dramaturgo, demasiado influido por Shakespeare, que no era del gusto del autor de Anna Karenina. “Chéjov fue un artista incomparable. Un artista de la vida. Y la virtud de su obra estriba en que es clara y afín, no solo para cualquier ruso, sino para cualquiera en general. […] Era sincero, y eso es una gran virtud; escribía sobre lo que veía y cómo lo veía. Y gracias a esa sinceridad, logró crear formas inéditas, en mi opinión completamente nuevas, en el mundo de la escritura”.
Además de admiración por su obra, Tolstói sentía por Chéjov un gran afecto, a pesar de la diferencia de edad, y según cuentan sus biógrafos (y rememora Raymond Carver en el homenaje que le rinde en Tres rosas amarillas) fue a visitarle al hospital durante una de las crisis del maestro del cuento ruso. Después de la conversación, de unas dos horas, el periodista se despide de Tolstói y de su mujer para irse a Tula. Ellos se sorprenden de que se quede tan poco tiempo, un viaje tan largo (Tula está a 12 kilómetros) para dos horas. Pero el periodista les dice que ha de mandar la entrevista por telégrafo. “¿Tantas palabras?”, se sorprende Tolstói.
Otra de las entrevistas más memorables es cuando el conde habla de la felicidad, imposible de conseguir sin trabajo y amor. Data de 1896 y el autor es desconocido. “¿Qué debemos hacer para ser felices?”, le pregunta el periodista. “¿Qué hacer? Ya le dije lo que hace falta para la felicidad: no quebrantar nuestros lazos con la naturaleza, el trabajo físico, deseado y libre, la familia, el trato sano, franco y afectuoso con todas las personas del mundo”. Palabras inmortales dichas hace más de cien años y que son más vigentes que nunca.
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