‘Tragaluz democrático’, la expo que levanta ampollas entre los falsos patriotas
La exposición ‘Tragaluz democrático’ es una de esas oportunidades de acercarse a la historia de España por un ‘agujero’ que, por más que pasa el tiempo, sigue provocando ‘ampollas’ en algunos sectores sociales. A través de obras de arte y objetos cargados de significado, muestra esas “políticas de la vida y la muerte” que han caracterizado el devenir de este país a lo largo de más de un siglo, entre 1868 y 1976. Saber de dónde venimos para entender el presente es el objetivo de esta ventana abierta en la sala La Arquería, en Madrid, hasta finales de julio.
A pocos metros de las sedes ministeriales donde se deciden y debaten muchas de las políticas vigentes, La Arquería nos invita a asomarnos a un Tragaluz democrático que, como señala su cartelería, permite proyectar fragmentos del pasado sobre el presente, un recorrido por ese transcurrir colectivo durante décadas entre periodos de violencias de la instituciones y resistencias de la ciudadanía. Obras de arte, documentos, textos y objetos nos ponen frente a un espejo, al margen de si nos gusta o no lo que en él vemos.
Su comisario, Germán Labrador Méndez, catedrático en excedencia de la Universidad de Princeton (EE UU) y director de actividades en el Museo Reina Sofía, reconoce que no esperaba una reacción tan virulenta por una parte de la sociedad que prefiere seguir sin mirar de frente un proceso histórico que puede doler, pero que está ahí y que por este “tragaluz” se mira sin prejuicios. “El rechazo se debe a que la Guerra Civil aún pica y en este espacio se cuestiona esa parte del nacionalismo español resultado de una violencia colonial y fascista que son lo mismo, porque viene la una de la otra, y se documenta, por ejemplo, que España fue esclavista en Latinoamérica, como lo fueron otros Estados, frente al heroicismo que nos han contado. Hacer esta revisión crítica de nuestra historia no es regresar a la leyenda negra, es reconocer lo que pasó”, argumenta.
Entre las piezas, de las que la mayoría ya estaban expuestas, aunque dispersas, en medio centenar de instituciones culturales, encontramos un látigo que evoca a los esclavos de españoles comprados en el Golfo de Guinea. Ese instrumento de tortura, que se exhibía en el Museo Nacional de Antropología, fue comprado por un militar español antiesclavista en el siglo XIX y, sin embargo, hay quien hoy niega que existiera ese comercio. “La forma tan brutal del ejército fascista de responder tras el golpe de Estado frente a la población civil es heredera de las guerras coloniales previas, y precisamente encontrar las raíces de por qué se respondía de ese modo es lo que hemos tratado de indagar”, apunta Labrador.
En realidad, cuando surgió la propuesta de plasmar en una exposición ese recorrido histórico, una iniciativa de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, la idea original era centrarse en las repercusiones del conflicto civil y la postguerra, pero al comenzar a documentarse, explica el comisario, se encontraron con que era difícil explicar lo sucedido sin incorporar lo que supuso para España la Primera República (1873 y 1874), que fue la primera vez en la que se reconocieron algunos derechos tan básicos como la libertad de conciencia, el libre acceso al culto o el fin de la esclavitud. Pero aquellos avances se vinieron abajo con la Restauración y no se recuperaron hasta la Segunda República (1931), a la que siguió una repetición de aquella restauración del siglo XIX en forma de una dictadura, el franquismo, en la que los poderes continuaron en manos de las mismas instituciones que en el siglo anterior. “Explorar esos ángulos oscuros es lo que hemos pretendido, que sea un laboratorio de reflexión, un lugar desde el que indagar en episodios que no conocemos y en los que se puede seguir profundizando fuera”, argumenta el catedrático.
Para ello, ha conseguido reunir piezas que hablan por sí solas, como el garrote vil con el que se ejecutaba a los esclavos rebeldes en América o a obreros revolucionarios, y cuyas últimas víctimas fueron Salvador Puig Antich y Heinz Chez, en el año 1974. Obras que nos hablan de cómo las relaciones comerciales con las ex colonias siguieron (y siguen) tras ser descolonizadas. Figuras como las de Las hermanas Fandiño, del escultor vasco César Lombera, un homenaje a esas mujeres gallegas que formaron parte de la Resistencia; las zapatillas de punto que hizo alguna de las Trece Rosas cuando estaban en la cárcel; autógrafos de Federico García Lorca, cuadros de Daniel Rodríguez Castelao, que reflejan una sociedad en la que la desigualdad era la norma; fotos de la huida hacia Francia de los perdedores en el año 1939… El recorrido acaba con la Transición, justo después de pasar por delante de la maqueta de un vehículo destrozado que recuerda al atentado mortal contra Carrero Blanco y por las imágenes de las matanzas en Vitoria.
“La exposición”, comenta Labrador Méndez, “nos hubiera gustado que llegara hasta el presente, pero al final nos quedamos en 1976. Es el resultado de tres intensos años de trabajo y lo importante es que se conozca y se genere conciencia de lo que se sabe y lo que no. No se entiende la reacción de algunas personas a lo que, en el fondo, forma parte de nuestra historia”. “Y tenemos visitas organizadas con guías para colegios e institutos”, añade. Es durante uno de esos recorrido cuando vamos descubriendo, a través del arte, lo que supuso un periodo como la Restauración borbónica de 1874, que inició un culto a la figura de Isabel la Católica o a Cristóbal Colón que aún continúa, o la construcción del orden público o las guerras coloniales en lugares tan lejanos como Filipinas.
Por ese Tragaluz democrático, cuyo nombre es un homenaje a las obra de Antonio Buero Vallejo, y como los personajes que subieron a escena un lejano 1967, nos colamos ahora en estas salas de La Arquería, no para explorar nuestro presente desde el futuro, como hacían ellos, sino para averiguar capítulos de ese pasado que, pese a haber ocurrido, continúan siendo agujeros negros a los que no debe dar miedo asomarse para superarlos.
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