Os recomendamos tres documentales sobre héroes que vinieron del frío

Fotograma de la película ‘Nanook of the north’ (1922).

La vida del científico norteamericano Lonnei Thompson bien merecía una película como la que, hace unos días, ha podido verse en el Another Way Film Festival, celebrado recientemente en Madrid. Los festivales de documentales como este permiten descubrir historias ocultas que ponen en valor a personas intrépidas como Lonnei, pero también valientes como la siberiana Natalia Subkova, que vive en una región en blanco (nieve) y negro (carbón) o que son historia, como el viejo Nanook. A los tres les une la cadena de un mundo de frío y hielo que va en declive acelerado y los tres tienen detrás historias de lucha por la supervivencia.

Desde luego, Nanuk, el inuit que da nombre al documental clásico de Robert Flaherty, no podía imaginarse que su forma de vivir en el Ártico canadiense acabara desapareciendo apenas un siglo después de que el cineasta norteamericano quedara fascinado por la forma de vida de su pueblo milenario de las nieves. Nanook of the North (1922)  , como se tituló en inglés, aún hoy es considerado por algunos como el primer documental (de cine mudo), aunque en realidad tiene partes de ficción, por las que otros lo sacan de esa clasificación. De hecho, Flaherty, que llegó al norte de Canadá como ingeniero de una empresa minera, representa en su filme a la familia inuit de Nanuk como auténticos héroes en un entorno hostil, pero la representa más como él cree que habrían vivido antes de ser invadidos por la cultura occidental, que como él los vio en aquella década de 1920. Poco podía imaginar entonces que ese mundo que le fascinó comenzaría a desaparecer en gran parte por un combustible que entonces comenzaba a salir de las profundidades de la Tierra para acabar en la atmósfera, y que va dejando su huella indeleble en las burbujas que se acumulan en el hielo.

Muchas décadas después, Lonnei Thompson, intrépido y joven científico nacido en una ciudad con varias minas de carbón, torció su destino para embarcarse en la dura y arriesgada tarea de encontrar en las más altas montañas del mundo muestras de un hielo que, a lo largo de miles de años, ha ido acumulando registros del aire del pasado remoto. A este trabajo y a la vida del famoso paleoclimatólogo han dedicado Dany O’Malley y Alex Rivest su documental Canary, un nombre que hace alusión al canario que los mineros del carbón tenían en las galerías para comprobar si había tóxicos en el aire: si el ave moría, había que salir corriendo. “Los glaciares son nuestro canario, un sistema de alerta temprana de lo que está pasando”, asegura Thompson en una película que también pudo verse en el festival.

Thompson, que recibió el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en 2022, junto a su esposa Ellen Mosley, también gran investigadora, dedicó su vida profesional a estudiar los glaciares tropicales. Es difícil encontrar una persona en toda la historia que haya pasado más tiempo en la cima del mundo que este investigador infatigable que se crecía ante las dificultades. Y es que si la Antártida o el Ártico son lugares remotos, cumbres a más de 6.000 metros de altitud son un auténtico desafío que este profesor de la Universidad Estatal de Ohio se empeñó en superar una y otra vez para lograr que la humanidad disponga, en el Centro de Investigación Climática y Polar Byrd, de una biblioteca de los más de mil registros de hielo (logrados en otras tantas perforaciones) que logró reunir en más de 50 años de expediciones y que nos revelan las historias antiguas que sólo esos glaciares contienen.

Llevando toneladas de peso a lugares inaccesibles, descubrimos a un Thompson que recuerda a Indiana Jones en su continuo viaje a la capa de hielo del Quelccaya, en los Andes, el manto glaciar tropical más grande del mundo, que ahora se está derritiendo. Y también le vemos en el Himalaya, el Kilimanjaro africano o en Groenlandia. Siempre luchando por mantener vivo su proyecto, que fue costoso, superando las dificultades económicas y físicas, con operación a corazón abierto incluida. Pero en su parte final también se nos presenta desesperanzado al ver cómo la humanidad, tras tanto esfuerzo durante medio siglo, sigue ajeno a sus datos, sin cambiar lo fundamental en un sistema que está acabando con demasiados “glaciares-canarios”.

Si alguien sabe bien el daño que hay detrás de los combustibles fósiles es otra habitante del frío, Natalia Subkova, nacida en una remota ciudad siberiana sobre un yacimiento de carbón. Los habitantes de su ciudad descubren que una mina abandonada se ha incendiado debajo de uno de los barrios, generando unos gases tóxicos que entran en las casas. A veces todo se cubre de una dantesca nieve negra. La vida de esta ama de casa, que comienza a documentar lo que pasa con su móvil y acaba convertida en una auténtica Erin Brockovich de la Siberia rusa, se convierte en centro del documental Black snow, de Alina Simone, reconocido en esta edición del Another Way Film Festival con una mención especial.

Cuando las informaciones que publica Natalia en las redes sociales rusas, en las que cuenta cómo el carbón les está destrozando la vida, se hacen virales, se desata una campaña de desinformación y bulos del gobierno de Putin en su contra. Peo esto, en vez de desanimarla, la anima a buscar más información sobre una catástrofe ambiental local que, sin embargo, está tan ligada a la global, y traspasa las fronteras. Pero Rusia no es lugar para activistas ambientales y esta causa le obliga al final a dejar su ciudad y a parte de su familia. Real y contundente.

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