Tres originales artículos contra el pensamiento único y el consumismo desbocado

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Foto: Pixabay

En estos tiempos de tanto ruido -pero siempre sobre los mismos cuatro temas- reconforta encontrarse con originales artículos -y no tópicos- en torno al medioambiente en revistas de calidad de pensamiento de calidad. Nos detenemos en las publicaciones ‘Claves (de razón práctica)’, ‘Papeles (de relaciones ecosociales y cambio global)’ y ‘Alternativas Económicas’, y sus novedosas y valiosas aportaciones del último mes al Planeta Verde que muchos tratamos de construir: desde el reciclaje de espacios urbanos, a los bloqueos que nos han llevado a esta crisis de civilización y a la visión del cambio climático como un desafío moral que afecta de lleno a la autocomprensión de nuestra sociedades. Reflexiones que ayudan a pensar mejor y destapar los intereses de un capitalismo desbocado.

Reciclaje de espacios. Hoy cedo la palabra a tres grandes generadores de pensamiento. En Papeles, editada por Fuhem Ecosocial e Icaria, encontramos una interesante aportación al concepto de reciclaje, en el artículo La ciudad por la que merece la pena luchar, firmado por el sociólogo Vicente Pérez Quintana, miembro de la Junta directiva de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid. Parte de aquí: «Los movimientos sociales urbanos (vecinales, ecologistas, etc…) son artífices de la ciudad. Compartimos la idea de que los mismos ‘y no las instituciones de planificación, son los verdaderos impulsores del cambio y la innovación social’ (Manuel Castells). Representan la alteridad, el otro, la oposición al complejo inmobiliario, formado por la vasta conjunción de actores e intereses que se articulan alrededor de la propiedad del suelo y la promoción inmobiliaria». Critica los planes urbanísticos: «La moda de la ciudad difusa, los nuevos ensanches, la cultura del adosado, la dependencia del automóvil, etc… son otros tantos ejemplos de fuerzas que actúan como trituradoras del terreno virgen». Mientras tanto: «En el interior de las grandes urbes, por otra parte, se extienden enormes bolsas de terrenos sin uso o infrautilizados, desde descampados y solares hasta naves industriales sin actividad y comercios en planta baja con el cierre echado, pasando por cuarteles, cocheras, suelos de Adif, instalaciones obsoletas al aire libre, antiguos edificios administrativos, etc…». Y aquí viene su novedosa visión del reciclaje del espacio: «Todas ellas constituyen áreas privilegiadas que brindan la oportunidad de ser reutilizadas, quitando presión sobre los terrenos no urbanizados. Con frecuencia, estos vacíos urbanos, por así llamarlos, generan degradación paisajística, ambiental y social, e incluso son focos de una acusada inseguridad ciudadana. La reutilización, en consecuencia, permite la recualificación y recuperación de amplios trozos de la ciudad y la densificación y articulación del tejido de actividades económicas y de otro tipo. Las opciones son múltiples. En barrios sobresaturados, por ejemplo, estas localizaciones son idóneas para encauzar operaciones de esponjamiento y apertura de espacios libres; otras veces, su puesta en valor permite cubrir los déficit dotaciones o impulsar la creación de áreas de centralidad o localizar motores del desarrollo endógeno; cada vez más sirven para desarrollar iniciativas ciudadanas como los huertos urbanos o los centros sociales autogestionados».

Y remata: «Cuando de espacios sin uso se trata, hoy tal vez el más relevante lo forma el parque de viviendas vacías. Según el INE (Censo de 2011), en España hay 3,4 millones, si bien otras estimaciones elevan la cifra a unos 4 millones. La lucha contra los desahucios hipotecarios y de alquiler ha quitado el velo a una situación sangrante: casas sin gente y gentes sin casa». Reciclaje de espacios para devolver el alma a las ciudades desahuciadas y privatizadas, y recuperar su espíritu mediterráneo de urbes diversas, compactas, creíbles, amables… Más humanas, en fin.

Crisis de civilización. En el número de octubre de la revista Alternativas Económicas, dirigida por Andreu Missé, uno de los periodistas que más saben de economía en este país, encontramos un Dossier titulado En busca de un pacto global que salve el planeta. Bien; otra economía se abre paso, más allá de la prensa salmón que sigue tan pendiente del consumo de cemento, el PIB y el Ibex. Y ahí, en ese dossier verde más que salmón, aparte del artículo de Cristina Narbona, que fue ministra socialista de Medio Ambiente, leemos a Carlos Álvarez Pereira, presidente de la Fundación Innaxis y miembro del Capítulo Español del Club de Roma. En su artículo Cambio de rumbo… o colapso, escribe: «Las contradicciones de nuestro modelo de desarrollo humano generan múltiples bloqueos, de los que el más determinante es el metabólico: la incompatibilidad radical de nuestro estilo de vida con el ritmo de reproducción de los recursos que proporcionan la Tierra y el Sol. Sin resolver ese bloqueo, el colapso es inevitable, tal como lo fue para la Isla de Pascua, un diminuto pero significativo precedente. Ese bloqueo de base es reflejo de otros, como el bloqueo de propósitos por el que la acumulación financiera se ha vuelto obsesión central de nuestra economía, mientras el bienestar humano y natural es relegado a una cuarta o quinta derivada de lo que llamamos éxito. De esta manera, la economía produce desempleo, pobreza y desigualdad excepto con altas tasas de crecimiento que son letales para los recursos de los que vivimos, entre ellos la estabilidad climática y, el menos renovable de todos, nuestro propio futuro». Acumulación financiera como obsesión. A renglón seguido subraya Álvarez Pereira algo que está actualmente en el centro del debate sobre la superficialidad de nuestros sistemas democráticos: «No menos importante es el bloqueo de la voluntad producido por la dimisión de las élites occidentales, incapaces de liderar la construcción de un futuro sostenible incluyente con alcance planetario: Al considerar que la política ya no era decisiva frente a los mercados y la innovación tecnológica, nuestros políticos cometieron un suicidio colectivo hace 30 años, un trágico error del que procede la actual impotencia democrática». «Pero el más crítico de los bloqueos es, sin duda, el cultural, por el que los humanos queremos conjurar nuestro miedos mediante el consumismo egoísta».

Y la atroz consecuencia: «Estos bloqueos generan parálisis del pensamiento e impotencia de la acción, bien disimuladas detrás del innegable frenesí diario. Así se explica que, siete largos años después de iniciarse la actual crisis, siga gozando de muy buena salud el paradigma político-económico que nos llevó a ella».

Consumir y consumir de manera automática para engrasar la trituradora. Lo que en esta Ventana Verde repetimos desde hace casi tres años: que nos deja perplejos comprobar cómo de esta crisis no estamos aprendiendo casi nada, y lo único que queremos es repetir el espejismo de desarrollo que precisamente nos ha llevado al abismo; fantaseamos con volver a las formas de prosperidad anteriores a la crisis. Termina así, contundente: «Construir futuros deseables no consiste en ser ortodoxos intentando cebar de nuevo la máquina del crecimiento mediante endeudamiento financiero y consumismo sin límites. El nudo gordiano de que hablamos es una crisis de civilización planetaria por agotamiento del modelo de desarrollo que nos ha traído hasta aquí».

El cambio climático como un desafío moral. Un reto al que los más diversos agentes sociales debemos decir ¡basta ya! para que haya una movilización definitiva y general. Del número de Claves titulado La Casa Verde, Razones y Mitos de la Ecología, junto a algún que otro artículo muy discutible, en la línea del soberbio descreimiento del que a veces hace gala el grupo de comunicación Prisa al que pertenece la revista dirigida por Fernando Sabater, nos quedamos con el artículo La crisis climática como problema moral, del economista ambiental Antxon Olabe Egaña, autor del blog sobre medio ambiente y desarrollo sostenible Punto de inflexión: «La imagen del mundo implícita en la idea de una naturaleza casi ilimitada en la que se ha apoyado el crecimiento de la economía a lo largo de los dos últimos siglos no se sostiene». Reitera datos: «El cambio climático ya ha afectado a la disponibilidad de agua dulce en numerosas regiones, en especial en el África subsahariana y en Oriente Medio, exacerbando numerosos conflictos regionales y locales; ha causado un importante incremento de eventos extremos como olas de calor (según la OMS, la que asoló Europa en el verano de 2003 provocó la muerte de 35.000 personas y la de Rusia, en 2010, de 15.000), sequías, huracanes e incendios; ha originado una drástica disminución de la extensión del hielo del Ártico durante los meses del verano; ha aumentado el nivel del mar, afectando la vida de millones de personas en lugares como Bangladesh; ha generado una presión adicional sobre la biodiversidad y sobre los recursos alimentarios… «. Y, tras los datos, más o menos conocidos -y a veces, ya de tan conocidos, ni nos impresionan ni nos mueven ni conmueven-, llega a esta interesante conclusión: «Una de las razones por las que apenas se ha progresado este tiempo en la reconducción del problema es, en mi opinión, porque el marco de referencia en el que se ha situado el debate sobre el cambio climático ha estado sesgado hacia su formulación exclusiva en términos científico-técnicos. Se ha soslayado su núcleo moral, cuando lo cierto es que el cambio climático afecta de forma decisiva a los fundamentos de justicia y equidad de nuestras sociedades democráticas (…) Ese sesgo en el enmarque se ha visto favorecido por el hecho de que a la reflexión sobre las consecuencias de la crisis climática apenas han acudido, hasta el momento, filósofos, sociólogos, politólogos, historiadores, educadores, antropólogos, pensadores del mundo de la cultura, teóricos del derecho, artistas, poetas, cineastas… Y sin ellos no es posible construir esa reflexión de manera que adquiera un significado relevante para la mayoría de las personas de nuestra sociedad».

Y reclama un ¡Basta ya! Termina Antxon Olabe con un alegato difícil de mejorar en su formulación: «Construir la esperanza de que se puede reconducir la crisis del clima implica recordar que extraordinarios logros emancipatorios han sido posibles cuando la conciencia moral de la sociedad ha dicho: ‘Basta, hasta aquí hemos llegado’. (…) El cambio climático es uno de los desafíos llamados a definir el siglo XXI. Nuestro sentido de la responsabilidad se ha de rebelar como se rebelaron los padres fundadores de nuestras sociedades democráticas contra la tiranía, la esclavitud y el totalitarismo. Como se levantaron los líderes de los derechos civiles por la igualdad de todas las personas. Ese es el legado, la tradición a la que pertenecemos, porque el cambio climático es mucho más que un problema científico- técnico; es un desafío moral que afecta de lleno a nuestra autocomprensión como comunidad universal».

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Comentarios

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 29 octubre 2015

    Un artículo muy interesante e instructivo.

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