‘Tutto Depero’, del botellín de Campari al futurismo y Mussolini
¿Alguna vez han pedido en un bar un botellín de Campari? Si es así, han tenido entre sus manos el diseño de uno de los artistas futuristas italianos, Fortunato Depero (1862-1960), el más desconocido del grupo que lideró Marinetti, un pintor del montón que evolucionaría hacia una técnica heredera de las máquinas, un artista completo que fue diseñador, cartelista, pintor, figurinista y publicista. Y a pesar de tanta actividad, el más ignorado de los integrantes del movimiento italiano que quiso romper con la tradición y los símbolos del arte burgués. La exposición que la Fundación Juan March de Madrid dedica a Depero (Fondo, Trento, 1982 – Rovereto, 1960) es la oportunidad para acercarse a un artista deslumbrante.
Rovereto, una pequeña ciudad italiana de la provincia de Trento, territorio del imperio austrohúngaro hasta la I Guerra Mundial, fue el lugar de iniciación a la pintura del joven Depero; allí expuso por primera vez sus obras simbolistas, simpatizó con las organizaciones antigermánicas y descubrió el Manifiesto Futurista de Marinetti. El nuevo movimiento concedía el protagonismo a la maquinaria creadora de otro tipo de humanidad sin ataduras históricas y capta de inmediato a los jóvenes seducidos con la idea de agitar al pueblo enfrentándose al arte que gusta a la burguesía. Cuando en 1913, Umberto Boccioni, uno de los discípulos de Marinetti, expone su obra en Roma, Depero no tarda en viajar a la capital italiana con el objetivo de entrar poco a poco en contacto con Balla y compañía, los futuristas romanos. El joven de Rovereto se ha convertido en esos años en un seguidor apasionado de la corriente crítica y es así como abraza una nueva vida artística, la del futurismo. Fortunato Depero quiere reconstruir el mundo desde la óptica revolucionaria y se muestra de lo más activo. Firma con Giacomo Balla el manifiesto Riconstruzione futurista dell’universo, aunque poco después estalla la I Guerra Mundial y es llamado a filas.
En 1926, Depero declaraba su obsesión por las máquinas: “Adoro los motores, adoro las locomotoras, me inspiran optimismo inquebrantable… Nosotros, los futuristas, adoramos las centrales eléctricas, las estaciones ferroviarias, los transatlánticos gigantescos, las fábricas en diabólica efervescencia productiva, los aviones, los trenes bala». Y añadía: “Tenemos ruedas en las rodillas, embudos en las orejas y discos impresos en el cerebro. Pinzas en las manos, pernos en los codos y en la espalda; los músculos y los nervios son sutiles e intrincadas cadenas, poleas y ejes de transmisión, guiados por dos motores unidos, el corazón y el cerebro”. Su actividad es incesante. Escribe, pinta, dibuja y sus composiciones adquieren ese carácter mecánico tan característico en su obra.
También le entusiasmaba el teatro. Como buen futurista, deseaba renovar la escenografía y la dramaturgia. Tal y como señala Manuel Fontán, director de exposiciones de la Fundación Juan March, el nuevo movimiento inventó el microteatro tan de moda ahora con textos que duraban de diez a quince minutos. Depero se entrega de lleno a su nueva vocación y realiza escenografías coloristas, optimistas, que llaman la atención. En 1916, Serguéi Diághilev le encargó la puesta en escena de El canto del ruiseñor, de Igor Stravinsky, aunque por razones desconocidas nunca llegó a ser representada; uno de los decorados, de grandes flores, es una pieza clave de la exposición. Posteriormente continuó en esa línea con las grandes marionetas de Balli Plastici para el Teatro dei Piccoli de Roma.
Precursores del dadaísmo, del surrealismo y de los happenings de los años sesenta y mucho antes de que Andy Warhol fundara su Factory en Nueva York, los futuristas, con Depero a la cabeza, revolucionan todas las artes. Él lo aplica y en los años veinte inauguró La casa del arte futurista. Montó un taller donde las costureras cosían sus diseños de cuadros tapices, alfombras o prendas con figuras mecánicas. De esa época puede verse una fotografía en la que él y Marinetti posan en la calle luciendo orgullosos los chalecos con los dibujos deperianos de autómatas como un acto de rebeldía.
Depero no distingue entre el gran arte y las artes aplicadas. Idea revistas, comienza a escribir poesía y concibe un singular libro, mezcla de catálogo de sus obras y avanzadilla de proyectos, que encuaderna con tornillos. El volumen atornillado está considerado como el primer libro de artista de la historia.
Pone en práctica la idea de la autopromoción, de la publicidad. Diseña carteles, difunde eslóganes. Depero anticipa en los años veinte lo que otros artistas desarrollarían más tarde. “Como reacción al estilo impresionista», escribe, «me he impuesto un estilo plano, simple, geométrico, mecánico… Me esfuerzo siempre por encontrar la línea que funde y rige los elementos más dispares de una unidad arquitectónica. Con tal efervescencia de ideas no es extraño que Italia se le quedara pequeña. Elige para abrirse camino Nueva York, la nueva Babel futurista, y descarta París, la meca de los artistas de entreguerras. En la ciudad norteamericana se afianzó aún más su idea visionaria de la publicidad y el diseño gráfico.
Excesivamente involucrado con el fascismo de Mussolini, al que había apoyado, Depero siguió trabajando en lo que él llamaba la arquitectura tipográfica, con las letras como protagonistas de las obras. Finalizada la II Guerra Mundial, regresó en 1947 a Estados Unidos; allí diseñó algunas portadas para Vogue y The New Yorker, pero no le fue tan bien como esperaba y hubo de regresar a Italia un tanto frustrado. En 1949, el Moma de Nueva York preparó una gran exposición sobre Arte Italiano del siglo XX y Depero no aparece en ella, sólo se incluyen obras futuristas hasta 1915. Aquello supuso un jarro de agua fría y una afrenta de la que se quejó públicamente. Su connivencia con Mussolini reflejada en A passo romano, el libro fascista que publicó y que luego quiso ocultar, le pasó factura. Eso y el gusto cambiante del arte. El estilo futurista, metafísico y surrealista de Depero en 1949 ya no era vanguardista. El multitalento tan celebrado del artista regresaba una y otra vez al futuro que ya era presente.
De regreso a Rovereto, la ciudad de su infancia, se consagró a su casa museo y su obra quedó prácticamente olvidada. Tendrían que pasar muchos años para que su figura fuera reconocida. Hoy al pintor-escritor, el artista diseñador, el poeta, el tutto Depero se le hace justicia en la exposición de la Fundación March. ¡Grande Depero!
‘Depero futurista (1913-1950)’, en la Fundación Juan March. Hasta el 18 de enero de 2015. www.march.es
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