Un diccionario juguetón para atrapar la historia sentimental de España
Javier Pérez de Andújar acaba de publicar ‘Diccionario enciclopédico de la vieja escuela’ con la editorial Tusquets. Es un diccionario libre, lúdico, lujurioso. Una crónica sentimental de España. Con él recorremos desde la República hasta el 15M junto a Camilo Sesto, Bosé, Camarón, Joan Manuel Serrat, Alaska y los Pegamoides, El Capitán Trueno, Zipi y Zape, Mary Poppins, James Bond, Kung Fú, King Kong, Eduardo Mendoza y Edgar Allan Poe, entre muchos otros. Un libro que emparenta con otros que tienen a las palabras como grandes protagonistas, y que repasamos con pasión, desde las ‘Retahílas’ de Martín Gaite a ‘La tienda de las palabras’, de Marchamalo, pasando por Millás y Atxaga.
Los diccionarios y las enciclopedias tienen un valor especial para mí. De pequeña me pasaba horas hojeándolos intentando descubrir el mundo, como si el universo lo habitara de forma concentrada. El primer libro que recuerdo haber leído tenía por protagonista a un conejo pirata; puedo verlo ahora mismo en mi memoria perfectamente, era de color marrón, llevaba un parche, lucía una pata de palo, un sombrero enorme que nunca se quitaba mientras se acompañaba de todo tipo de animales y enfrentaba a grandes peligros. Fue una experiencia muy angustiosa, porque de repente recordar cómo sonaban aquellas letras y formar palabras era imposible. Aún no sabía leer, preguntaba constantemente cómo se leía ésta con aquélla y la otra con ésa. Las palabras eran un obstáculo y desentrañarlas se convertía en una tarea titánica. Después descubrí que podía encontrar el significado de todas las cosas en un diccionario. Soñaba con conocer todas aquellas palabras. Me pasaba horas saltando de una entrada a otra, como si allí se guardaran todos los secretos.
La llegada de una enciclopedia a casa fue lo mejor que pudo haberme pasado. Sin saber aún que en Japón conocer más palabras determina el éxito personal porque allí las clases superiores lo demuestran, entre otras formas, por su uso de más palabras. En Japón, si no entiendes a quien te habla porque no reconoces las palabras que utiliza, se reconoce su poder. Muchos jóvenes se comen las páginas de los diccionarios como ritual durante el bachillerato.
La primera vez que vi La Gioconda también recordé la foto que aparecía en la enciclopedia familiar. La primera vez que leí la palabra “zascandil” fue en Galíndez de Vázquez Montalbán, y sonó en mi memoria la misma musicalidad de sus sílabas que había descubierto muchos años antes en aquel diccionario forrado con polipiel amarilla y de hojas de tonalidad gastada. No sé que ha sido de él después de decenas de mudanzas.
Los alfabetos y el protagonismo de cada una de nuestras letras siempre me han atraído como los abismos que desvelan. Hay algunos libros muy concretos que me apasiona porque ellas son sus protagonistas. Creo firmemente que las palabras tienen poder para conjurar. En mi vida hay un espacio de especial significado para El orden alfabético de Juan José Millás, donde el mundo se va borrando con las palabras que desaparecen; las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna en sus infinitas posibilidades de jugar con la realidad; La tienda de las palabras de Jesús Marchamalo para saborearlas, vomitarlas, escupirlas, salivarlas y amarlas u odiarlas. Las Retahílas que tanto identifican a Carmen Martín Gaite fueron parte crucial de mi adolescencia envolviéndome hasta altas horas de la noche entre palabras que se abrazan continuamente. En Lista de locos y otros alfabetos de Bernardo Atxaga y su Alfabeto de las pulgas descubrí un compañero para jugar con las letras. La película Alphaville de Godard muestra diccionarios fatídicos con palabras ausentes que denuncian un mundo deshumanizado que ya me hería. Más adelante estudiaría el Talmud y la Cábala, donde las palabras son claves de conocimiento y de nuestra humanidad. Seguro que mi conejo pirata me acompaña en estos y otros abordajes. Aun así, también creo que el orden alfabético existe para ser desafiado como constructo humano porque responde a nuestra necesidad íntima de dar orden al caos. Es mejor bailar sobre el caos y el abismo, sin orden ni entelequias, con las letras revueltas saltando chispeantes y jugar con tu pata de palo.
Por todo lo anterior busqué apenas fue publicado por Tusquets, el Diccionario enciclopédico de la vieja escuela de Javier Pérez de Andújar, ese travieso escritor que siempre sorprende. Mientras se lee podemos imaginar a su autor habitándolo como un duende de mirada chispeante, inquieto y ansioso por atrapar el universo entero. Casi lo ha logrado y hay que reconocerlo. El “casi” se debe a que es humano y duende, el infinito pertenece a los dioses como bien lo demostrara Borges. Seguramente el autor argentino ha visitado en más de una ocasión a este otro autor catalán convertido en reencarnación de la señora Muir, una de las películas preferidas de Javier Marías, y que explica el misterio de las musas. Para Borges y los antiguos griegos, aquellos que se codeaban con ellas, el autor descubre, no crea, el orden de las cosas y las letras, de tal manera que “tal o cual verso afortunado no puede envanecernos, porque es donde el Azar o del Espíritu…”. Lo afirmaba ya en 1969 para añadir que los errores son nuestros, nos hacen humanos. Borges buscó el poema perfecto durante gran parte de su vida y lo reflejó en un cuento donde narra la relación entre un rey exigente y un poeta que al final da con ese poema perfecto que se compone de un único verso y una palabra. Al momento de pronunciarla se queda mudo porque no puede comunicarla, ese el precio de la perfección. Pérez de Andújar nos cuenta y comunica mucho con la complicidad desde la imperfección de lo vivido.
Es un diccionario, y como tal reúne una serie de entradas en negrita por orden alfabético. También hay referencias cruzadas. Las definiciones son personales y a la vez forman parte de un mismo aire que todos respiramos y que transformamos también de forma personal. Cada entrada es un estímulo porque Pérez de Andújar escribe en estado de gracia. No se trata de un diccionario de definiciones inapelables. Es una crónica sentimental de España en formato de diccionario.
Este es un libro que quien no pueda comprárselo puede disfrutarlo sin esperar a que llegue a las bibliotecas. Basta pasarse por una cadena de librerías y hojearlo en un orden caprichoso para volver otro día y rescatar otra palabra en una misión pirata. Quien se lo compre debería dejarlo abierto en algún lugar de la casa para los fisgones intelectuales y espías de otros reinos. Es un libro que se puede leer con los abuelos o con los hijos porque atesora el mundo que muchos hemos conocido y, más aún, el tiempo que se nos escapa para siempre. Es un libro que nos cuenta íntimamente y que, al llegar a su final, aunque sea un diccionario, muestra una historia con una coherencia que nos pertenece. Allí está la España que fue y que tantas veces no sabemos explicar. También se encuentran los recuerdos que hemos olvidado, para rescatarnos. Es un libro de cabecera y consulta emocional. Un libro para dejar en herencia. Un libro para saborear poco a poco, abrir por cualquier página y jugar con un compañero de travesuras que conoce lo lúdico como pocos. Javier Pérez de Andújar sostiene que es “el libro más mío” y, sin embargo, a mí también me pertenece y a muchos más, y a cada lector que se acerque a sus páginas, a todos nosotros como el universo que alberga y que intentamos atrapar como piratas imperfectos.
Felices lecturas, olas de palabras, conjuros atlánticos.
Comentarios
Por Abdón Parra, el 07 noviembre 2016
Excelente. También soy amante del diccionario o mejor dicho de los diccionarios, pues ellos me deleitan, me cuestionan, me aman y hasta converso con ellos. @