Un fascinante descubrimiento: la Tierra también estuvo rodeada por anillos

Recreación del planeta Tierra rodeado por anillos.
A día de hoy, tenemos la certeza de que varios planetas del Sistema Solar cuentan con una serie de anillos que los circundan. Quizá el más conocido –e impresionante– sea Saturno. Sin embargo, otros ejemplos –como Júpiter, Urano y Neptuno– también poseen uno –o varios– conjuntos de estas características. No obstante, a lo largo de la historia astronómica, otros mundos han detentado una realidad semejante. Entre ellos, la Tierra. Sí, la Tierra. De acuerdo con las últimas indagaciones, hace 466 millones de años se conformó una “sucesión anillar” en torno a nuestro Hogar.
La investigación, realizada por astrofísicos de la Universidad de Monash (Australia), fue publicada hace unas semanas en la revista académica Earth and Planetary Science Letters, bajo el título Evidence suggesting that Earth had a ring in the Ordovician. El hallazgo ha sido posible gracias a la reconstrucción de la posición inicial de 21 cráteres, producidos por la colisión de asteroides aparecidos durante el Ordovícico. Esta etapa geológica comenzó hace unos 485 millones de años y terminó hace 444, coincidiendo con la Era Paleozoica. Desde entonces, la tectónica de placas –responsable del movimiento de los continentes– ha variado el posicionamiento de las tierras emergidas. Por ello, los científicos han tenido que reconstruir la posición original de estas zonas, para conseguir escudriñar los rastros sobre la superficie terrestre de los anillos terráqueos.
Para descartar errores de muestreo, los investigadores analizaron qué partes de nuestro planeta podrían conservar cráteres con la antigüedad necesaria, unos 466 millones de años. “Identificaron regiones geológicamente estables y no alteradas, como Australia Occidental, África, partes de Norteamérica y Europa”, explican desde el centro de investigación australiano. Tras dicha reconstrucción, los expertos observaron que “todos estos cráteres se encontraban ubicados en una estrecha franja a 30 grados del Ecuador, a pesar de que más del 70% de la corteza continental se halla en la actualidad fuera de esta región”.
“Es estadísticamente inusual que se sucedan 21 cráteres ubicados en las cercanías de la zona ecuatorial. No debería ocurrir. Tendrían que estar distribuidos al azar”, asegura Andrew Tomkins, autor principal de la investigación y perteneciente a la Escuela de la Tierra, Atmósfera y Medio Ambiente de la Universidad de Monash. Un especialista que ha hecho el trabajo junto a sus colegas Erin L. Martin y Peter A. Cawood, del mismo centro universitario. “Se trata de una anomalía que las teorías convencionales no pueden explicar”. Normalmente, el impacto de meteoros sobre la Tierra suele producirse en “lugares aleatorios”. Sin embargo, en este caso, no ha sido así, ya que la mayoría de ellos se emplazan en una estrecha franja en torno al Ecuador.
De hecho, “la probabilidad de que esto ocurra es como lanzar una moneda de tres caras –si es que esto existiera– y obtener cruz21 veces”, indican los astrónomos australianos. Por tanto, y a partir de estos cálculos, los científicos han deducido: “Dicho patrón de impacto localizado se produjo después de que un gran asteroide –de unos 12 kilómetros de diámetro– tuviera un encuentro cercano con la Tierra”. Más concretamente, se adentró en el interior del límite de Roche, o distancia mínima que puede soportar un objeto orbitando un cuerpo masivo, manteniendo su estructura por su propia gravedad, sin comenzar a desintegrarse debido a las fuerzas de marea que genera el cuerpo mayor. En este caso, la Tierra.
Por ello, tras sobrepasar el límite de Roche, el asteroide comenzó a romperse, produciéndose –gracias a sus restos rocosos– un anillo de escombros alrededor de nuestro planeta. “Se me ocurrió la idea de que esto pudo ser posible al leer un artículo de divulgación científica, donde se señalaba que Fobos y Deimos, las lunas de Marte, se habían formado a partir de los rastros de un anillo existente en torno al planeta rojo”, ha señalado Andrew Tomkins. En cualquier caso, “es difícil saber qué aspecto habría tenido una formación de este tipo en nuestro mundo, ya que no conocemos la densidad del material, aunque estimamos que un anillo débil habría sido visible desde la Tierra”, confirman los responsables del hallazgo.

Los anillos de Saturno.
“La composición y tamaño de las partículas del anillo no son siempre iguales. Pueden ser silicato o polvo helado –en el caso de algunos de los planetas gigantes de nuestro Sistema Solar–, o de hielo de agua, en el ejemplo de Saturno”, subrayan los expertos. Además, “los tamaños de los elementos varían, yendo desde elementos con una talla de micrómetros a piedras de mayores dimensiones”. En el caso del cinturón terrestre –conformado hace 466 millones de años– se sabe que estuvo creado a base de rocas de un asteroide. Pero se debe seguir investigando para conocer más a fondo el material ígneo que lo integraba.
Igualmente, se ha de tener en cuenta la temporalidad de estos cinturones existentes en torno a los planetas. No son permanentes –ni siquiera los que se distinguen alrededor de los gigantes gaseosos–, por lo que acaban precipitándose sobre el cuerpo celeste de mayor gravedad. “Durante millones de años, el material de este anillo se precipitó de forma gradual en nuestro mundo, creando los impactos de meteoritos observados por los investigadores en la zona ecuatorial”, confirma Tomkins. Incluso, tras las mencionadas indagaciones, también se observaron restos de meteoritos en las rocas sedimentarias del Ordovícico, lo que confirmaría la caída de los elementos anillares durante el periodo paleozoico aludido.
Un gran descenso térmico
A su vez, se distinguen otros elementos que corroborarían la existencia de este cinturón rocoso en torno a nuestro planeta. “Los científicos especulan que el anillo podría haber proyectado una sombra sobre la Tierra, bloqueando la luz solar y contribuyendo a un importante evento de enfriamiento global, conocido como Glaciación Andino–Sahariana, que coincidió cronológicamente con el final del Ordovícico”, explican los astrónomos. Este fue uno de los momentos terrestres más heladores del devenir terráqueo.
“La idea de que un sistema anillar hubiera influido en las temperaturas globales agrega una nueva capa de complejidad a nuestra comprensión de cómo los eventos extraterrestres han dado forma al clima de la Tierra”, comenta Tomkins. “Las implicaciones de este descubrimiento se extienden más allá de la geología, lo que impulsa a los investigadores a reconsiderar más ampliamente el impacto de los acontecimientos celestiales en la historia evolutiva terrícola”.
Por tanto, se debe seguir investigado en este campo, con el fin de ir alcanzando nuevas certezas sobre el asunto y, de esta manera, conocer mejor el pasado de nuestro mundo. “¿Podrían haber existido anillos similares en otros puntos de la historia del planeta, afectando a todo, desde el clima a la distribución de la vida? Esta cuestión abre una nueva frontera en el estudio del pasado de la Tierra, proporcionando nuevos conocimientos sobre las interacciones dinámicas entre nuestro planeta y el cosmos en general”, concluyen los especialistas australianos implicados en el novedoso avance astronómico.
Como es sabido, nuestro mundo ha vivido múltiples fases a lo largo de su historia, hasta llegar a la nuestra, el llamado Antropoceno. El globo azul ha presentado desde océanos de magma a momentos de glaciaciones extremas. Es decir, ha sufrido fases extremas, por lo que “ha sido todo menos estático”, confirman los analistas. “Pero la idea de que alguna vez tuvo un anillo es relativamente nueva y fascinante”. En consecuencia, se debe profundizar en el conocimiento, ya que sólo conociendo el pasado –incluso, el más remoto– se puede entender el presente y afrontar mejor el futuro. ¡Continuemos apostando por la ciencia!
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