‘Un gran día para tus biógrafos’, de Juan Bonilla a Juan Ramón Santos
Recalamos hoy en dos abrigados puertos: el libro de relatos de Juan Bonilla, ‘Tanta gente sola’, con la soledad como eje conductor de los diez cuentos, y la segunda novela de Juan Ramón Santos, ‘El tesoro de la isla’, con descubrimientos literarios que pueden hacer cambiar tu vida.
Estos días me ha dado por pensar en las cosas que están sobrevaloradas: la ingeniería y la seriedad de los alemanes (aunque en muchos ámbitos sean admirables), la pereza de los mediterráneos (somos más trabajadores de lo que nosotros mismos creemos), la incapacidad de Mariano Rajoy o Artur Mas (se superan cada día, con el amparo de los votantes, dicho sea de paso), o la obra de algunos escritores, sobre todo cuando les da por escribir relatos.
Y es que hay escritores de relatos y escritores de relatos. Escritores para quienes cada cuento, como cada novela, significa un nuevo reto. Y otros que escriben relatos para desengrasar entre novela y novela, como si fuera un ejercicio de taller. Entre los primeros, sin duda se encuentra el narrador jerezano Juan Bonilla, una referencia indiscutible cuando hablamos de los cuentistas de hoy, en español. Autor de varios volúmenes, acabo de leer el penúltimo de ellos, Tanta gente sola, editado por Seix Barral, y que ya se puede encontrar en la edición de bolsillo.
Cuando un escritor solvente decide armar un libro de cuentos (hablamos siempre de la primera categoría, la de quienes ven en cada texto un nuevo reto), tiene dos opciones, a veces ni siquiera premeditadas. Escribir relato a relato, sin conexión entre ellos ni una idea común predeterminada, como flores diseminadas en un jardín. O bien conectarlos de alguna forma, con personajes que entran y salen de cada relato, historias que adquieren un mayor relieve dentro de un libro, como un jardín ordenado: uno puede disfrutar de cada planta, de cada flor, pero el conjunto multiplica su belleza. Es lo que ocurre con Tanta gente sola, en el que Bonillla demuestra una vez más que conoce a la perfección los mecanismos del género breve.
Un niño obsesionado con los récords, otro con los sellos, un cuento de Borges, las vicisitudes de un suicidio desde una azotea o una lectura de Perec son algunas de las historias que encontraremos en este libro, articulado en torno a un poeta en distintos momentos o situaciones de su vida, contadas de frente o de soslayo. No en vano, el volumen se abre con Un gran día para tus biógrafos, un cuento de lectura imprescindible para los creadores que pequen de un exceso de ego de autor, aunque lo raro sea encontrar a uno que no lo padezca. El humor, la ironía, la nostalgia, la reflexión y la empatía traspasan los diez relatos de este libro en el que la soledad, ese hueco que nos separa de los demás y nos aísla, es curiosamente la argamasa que teje el conjunto, que rellena los vacíos que dejan las historias, una colección de relatos brillantes y equilibrados.
Si Juan Bonilla es un autor que intercambia géneros con facilidad (poesía, ensayo, novela, cuento), algo parecido le ocurre al escritor placentino Juan Ramón Santos, un escritor versátil y solvente en todos los palos que toca. En la editorial emeritense De La Luna Libros publica El tesoro de la isla, su segunda novela. Estamos en Pomares, una ciudad imaginaria, en junio, justo a final de curso, un momento ideal para que Santi y sus amigos hagan una incursión en el antiguo Colegio San Cipriano, del que apenas queda la carcasa. Santi, lector hasta ese momento de libros juveniles, hallará en el interior la vasta biblioteca que albergaba el colegio, pero también a su guardián, Plata, un hombre enigmático, tierno y duro a la vez, alguien que fue marinero y ha viajado por medio mundo antes de recalar en este puerto derruido, junto a una pandilla de delincuentes de tres al cuarto. Plata es también un ávido lector y guiará a Santi en su particular descubrimiento, le abrirá las puertas a otros mundos gracias a Borges, Kafka, Melville. La lectura se convertirá en algo placentero y peligroso al mismo tiempo, en una actividad adictiva y casi delictiva. Ya la inversión del título respecto al clásico de Stevenson, a quien el libro rinde homenaje, nos indica que estamos ante un juego literario. Un juego en el que lectura y aventura van de la mano, una conexión que conocen bien los adolescentes como Santi, en esa época dichosa y maldita a la vez en la que uno está abierto a todo y en la que un buen libro puede cambiar el curso de nuestras vidas, aunque en ese momento ni siquiera lo intuyamos. Quizás es lo que le ocurrió al propio autor, quien consigue transmitirnos la avidez y la emoción de las primeras veces.
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