Un intenso olor a siemprevivas

Foto: Pixabay.

Abrimos aquí nuestra serie Relatos de Agosto, en colaboración, como en veranos anteriores, con el Taller de Escritura de Clara Obligado. Este año, bajo el epígrafe ‘El viaje de las heroínas’. Y comenzamos con un regreso, el regreso a una casa vacía tras un paréntesis de 20 años.   

POR JUANA CASTRO CASTRO 

Se dice que uno regresa siempre al sitio donde amó la vida, pero Cordelia vuelve a su hogar como un desafío. Al ver la casa desde la carretera, en pleno campo y envuelta en las lejanías, el corazón le da un respingo, pero ya no puede echarse atrás. Es una promesa que se hizo hace 20 años, a la muerte de sus padres. A medida que avanza por la planicie reseca, se repite que la casa está vacía y que es solo un encuentro con trastos viejos.

Los ventanales de la sala la reciben con una luz alegre que se desparrama hasta el corredor; se tranquiliza. Sin darse un respiro, saca las provisiones del carro y se mete al baño. Envuelta en una toalla deambula, se siente aliviada de no reconocer nada y de sentirse una extraña en el sitio que fue su hogar hace ya muchos años. Se da cuenta que la angustia no era para tanto, puesto que no guarda ningún recuerdo. Sin más, quita el polvo de un colchón viejo y cae en el sueño como en un hoyo negro.

Se despierta en medio de la noche, se siente serena y, como sabe que ya no podrá dormir más, va a la cocina a prepararse un café. Abre una puerta que parece ser de una alacena, pero descubre un estrecho corredor iluminado por un ventanuco.

Le parece extraño ese espacio escamoteado de la casa y de su memoria, huele a abandono y a tristeza, y siente el impulso de regresar, pero la curiosidad con mano firme la empuja hacia el pasillo. Al final encuentra una puerta clavada con doble marco, gira la perilla y con el peso del cuerpo la empuja, la madera fofa se desprende de los clavos que quedan al aire como colmillos, la pieza está a oscuras y la temperatura es más fresca que en el resto de la casa.

La ventana tiene el vidrio pintado de negro y el marco claveteado. El frescor oloroso a musgo y a floresta la penetra dándole una sensación de bienestar. Descascara con las uñas la pintura de la ventana y, poco a poco, divisa un jardín con un hermoso roble al fondo en medio de un prado florecido. El paisaje es hipnótico. Se queda absorta mirando por la ventana y, cuando vuelve en sí, se da cuenta que ya es de noche.

Agotada como después de un gran esfuerzo, va hasta su cama y cae de nuevo en el hoyo negro del sueño. Un relámpago seco la despierta con sobresalto. Sale al salón oscuro. En la negrura del corredor, una luz difusa la atrae hacia la habitación de los clavos. El resplandor proviene de la ventana, mira por el cristal y descubre el árbol iluminado por una inmensa luna. Las nubes la ocultan por momentos diluyendo sus reflejos, siente el resplandor penetrarle los poros y refrescarle el alma. A lo lejos distingue una figura pequeña que avanza en el prado, ¿es una niña? Sí, una niña vestida de blanco camina recogiendo flores.

¿A esta horas, una niña?

Corre a la cocina a buscar algo con que abrir la ventana, pero a su regreso la niña ha desaparecido.

Se queda en la pieza a la espera. El papel de las paredes exuda humedad al rozarlo, el agradable frescor de la pieza la sosiega, se está bien, como dentro de un vientre mullido y materno. De pronto, un olor a siemprevivas llena la habitación y, como una llaga, los recuerdos surgen de golpe. El padre vociferando la sentencia, la madre inerte gimoteando, la mirada de su hermana al entrar en la habitación de los encierros y ella, paralizada, escuchando el retumbar del martillo por toda la casa. Enloquecida, golpea las paredes, gritando, desangrándose las uñas al arrancar el papel que se deshace en sus manos hasta que la habitación queda en carne viva. En la pared descubre una puerta, se precipita y la abre, pero se detiene en seco al ver a la niña del otro lado esperándola.

Se miran a los ojos, se sonríen, se reconocen.

La luna reaparece iluminando a la niña hasta difuminarla en el paisaje. Cordelia observa la figurita desdibujada caminando hacia el árbol, examina la habitación y la sigue. Al traspasar el umbral, la puerta se cierra. Sobresaltada, se da cuenta que no se ha despedido de nadie, pero que ya es demasiado tarde; cual cicatriz, la habitación se ha cerrado para siempre y ya no importa nada.

***

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Comentarios

  • José Luis Lejarraga

    Por José Luis Lejarraga, el 06 agosto 2022

    Magnifico relato, pleno de desasosiego

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