Un libro esencial para entender las atrocidades de Israel en Palestina

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Comienza la Feria del Libro en Madrid, uno de los grandes eventos culturales del año, y ‘El Asombrario’ se va a volcar en los próximos días en la recomendación de lecturas. Queremos empezar con el prestigioso historiador y politólogo israelí Ilan Pappé (Haifa, 1954), profesor en la Universidad de Exeter, Reino Unido, autor de ‘Breve historia del conflicto entre  Israel y Palestina’, publicado recientemente por la editorial Capitán Swing, que se mejora a sí misma año tras año. Porque el genocidio a la vista de todos que está cometiendo Israel en Gaza debería ser la principal noticia que abriera periódicos e informativos de radio y televisión día a día, no sólo por la insoportable masacre de decenas de miles de inocentes y del sometimiento con hambre, enfermedades y sed de millones de personas, sino porque significa el derrumbamiento de toda moralidad y orden global basado en la ética, los derechos humanos y el Derecho Internacional.

Se trata de un libro esencial de 126 páginas para entender las raíces de un conflicto desde finales del siglo XIX y el acoso sionista al pueblo palestino desde su fundación en 1948. Y cómo una cosa es la execrable operación de invasión territorial perpetrada por el sionismo –colonialismo cruel, puro y duro– y otra bien distinta la noble memoria del pueblo judío. Reproducimos un extracto de este imprescindible libro de Pappé, que subraya dos principios: “Está claro que Israel como proyecto judío no funciona”. “No tiene sentido que hablemos de paz, como si ambas partes fueran culpables de esta situación, cuando el proceso del que realmente estamos hablando es la descolonización”. 

La era Netanyahu (2009-2024)

“Cuando el presidente Obama ganó las elecciones estadounidenses en 2008, resurgió una cierta esperanza de que se retomase el proceso de paz. Obama siguió la estrategia estadounidense de pacificación, de eficacia probada, en la que el papel de Estados Unidos consistía en imponer a los palestinos lo máximo que Israel estaba dispuesto a conceder. En cada intercambio, Israel ofrecía menos para, supuestamente, dar una lección a los palestinos; querían ‘castigar’ a los palestinos por rechazar su ‘generosidad’. Dos rondas de conversaciones bajo el mandato de Obama en 2010 y 2012 quedaron en nada, y ese bloqueo diplomático permitió a Israel seguir ampliando los asentamientos y oprimiendo a los palestinos. Los justicieros entre los colonos de Cisjordania se volvieron aún más beligerantes: quemaron casas, incendiaron campos, arrancaron árboles y, en algunas ocasiones, hirieron e incluso mataron a palestinos. El ejército israelí no hizo nada para proteger a los civiles palestinos.

Mientras esto ocurría, el Gobierno de Netanyahu intensificó sus esfuerzos por judaizar el este de Jerusalén. Con la ayuda entusiasta de ONG de colonos, financiadas por judíos y cristianos estadounidenses de derecha, el Gobierno comenzó una limpieza étnica de los barrios del este de Jerusalén como Sheij Yarrah y Silwan. Esta fue la nueva estrategia dentro del intento de Israel por expulsar a los palestinos de la Palestina histórica hasta octubre de 2023. La limpieza étnica fue progresiva y a pequeña escala, centrada en barrios y no en ciudades enteras, pero no se detuvo ni un solo día.

El control de Netanyahu sobre el Gobierno se tambaleó entre 2018 y 2020, y se convocaron múltiples elecciones anticipadas. En marzo de 2021, perdió las elecciones legislativas frente a una coalición muy inusual de los principales partidos: el islamista Ra’am y un partido de colonos relativamente moderado. No es de extrañar que no sobreviviera mucho tiempo. Durante su tiempo en el poder en mayo de 2021, durante once días los palestinos de toda la Palestina histórica se unieron para intentar acabar con el asedio a Gaza, la ocupación de Cisjordania y el apartheid en Israel. No tuvieron ninguna oportunidad y durante las represalias de Israel murieron doscientos sesenta palestinos.

Netanyahu regresó al poder con las elecciones de noviembre de 2022. Esta vez necesitaba a la extrema derecha como socio en el gobierno. Dos partidos, Otzma Yehudit (Poder Judío) y Ha-Ziyonut Hadatit (Sionismo Religioso), se unieron al Gobierno y ocuparon puestos ministeriales muy relevantes. Los más importantes fueron el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, y Bezalel Smotrich, ministro de Economía. Ambos, junto con otros ministros, pertenecían al movimiento mesiánico de asentamientos que judaizó Cisjordania a partir de 1967. Este movimiento engendró una nueva generación, a la que pertenecen estos ministros, de judíos racistas y supremacistas, que no solo deseaban expulsar a los palestinos de Cisjordania, sino que también pretendían imponer un apartheid más estricto a los palestinos en Israel. El propio Ben-Gvir fue condenado por incitación al racismo en 2007; su ideal era que Israel fuera un Estado teocrático.

Una de las primeras medidas de este nuevo Gobierno fue un intento de politizar lo que quedaba del sistema judicial israelí, aún relativamente independiente. Cabe señalar que la máxima autoridad judicial de Israel, el Tribunal Supremo de Justicia, no detuvo la colonización de Cisjordania, que era una violación del derecho internacional, y mantuvo la legalidad de la normativa discriminatoria aprobada contra los palestinos de Israel, sin importar cuántas veces se recurriera.

Sin embargo, para los judíos laicos de Israel, esta era la última línea de defensa contra la teocratización del Estado. Aunque no les preocupase la opresión de los palestinos, sin duda les alarmaban las posibles repercusiones para las comunidades LGTBQ, para otras minorías y la vida laica libre en ciudades como Tel Aviv, que, a pesar de la prohibición judía de consumir marisco, cuenta con un amplio número de marisquerías.

Por eso, cuando el nuevo Gobierno anunció el inicio de una reforma legal para que el sistema judicial se sometiera al Gobierno, cientos de miles de israelíes laicos salieron a la calle para manifestarse en contra.

Resulta esclarecedor que a cualquiera que planteara la cuestión de los territorios ocupados en estas manifestaciones se le dijera que se marchase de allí. El Israel laico no protestaba contra el Israel del apartheid, sino contra el Israel teocrático.

Sin embargo, este era un gran reto no solo para el Gobierno, sino para la cohesión de la sociedad judía israelí. Los líderes del movimiento de protesta pertenecían a las élites económicas de Israel y eran reservistas en las fuerzas especiales y la fuerza aérea. Amenazaron con retirar su capital de Israel y negarse a servir en el Ejército, y algunos de ellos empezaron a cumplir sus advertencias.

Cuando Hamás cruzó las fronteras israelíes el 7 de octubre de 2023, entró en un país al borde de la guerra civil. Esa guerra se olvidó durante un momento, cuando Israel se unió para castigar a los habitantes de Gaza por las acciones de Hamás, pero las grietas cada vez se abrían más. Hay poco terreno común entre estos dos lugares, que podríamos llamar el Estado de Israel y el Estado de Judea. El Estado de Judea es el Estado de los colonos que creció en los asentamientos judíos de Cisjordania. Ahora es una importante fuerza política dentro de Israel que aspira a convertir Israel en un Estado más racista, fascista y teocrático.

Enfrentado a él está el Estado de Israel. Era el antiguo Israel, el que se enorgullecía de ser la “única democracia de Oriente Medio”, una sociedad laica y pluralista. El hecho de que esto fuera cierto solo para su población judía no perturbaba demasiado su conciencia.

Lo que está claro es que en Israel ya no existe una verdadera izquierda, ni siquiera un lugar de paz real. Obviamente, hay personas que siguen creyendo de verdad en la posibilidad de una solución pacífica. Y los partidos políticos que representan a los habitantes palestinos de Israel también tienen un número reducido de miembros judíos. Hay una minoría que quiere trabajar por la justicia para toda la Palestina histórica, pero son pocos y carecen de capacidad para cambiar la política del Gobierno israelí”.

El contexto histórico y moral del 7 de octubre de 2023

“Comencé este libro mencionando las palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, sobre el 7 de octubre de 2023. Fue un leve reproche a la política de Israel, en el que se limitó a señalar la realidad de un pueblo que lleva cincuenta y seis años viviendo bajo ocupación. Espero que los lectores vean la verdad tras sus palabras, pero la reacción en Israel fue frenética.

El Gobierno israelí se apresuró a condenar la declaración. Los funcionarios israelíes exigieron la dimisión de Guterres, alegando que apoyaba a Hamás y justificaba la masacre que este perpetró. Los medios de comunicación israelíes también se sumaron a la condena y afirmaron, entre otras cosas, que el jefe de la ONU “había demostrado una sorprendente carencia de moral”.

La reacción de Israel ante la afirmación de un hecho flagrante por parte de una figura internacional de tan alto nivel sugiere que está aumentando sus esfuerzos por censurar cualquier cuestionamiento del Estado y sus políticas, y suele recurrir a la acusación de antisemitismo para conseguirlo. Hasta el 7 de octubre, Israel había invertido mucho tiempo y energía en crear una definición consensuada de antisemitismo que incluyera la crítica al Estado israelí y el cuestionamiento de la base moral del sionismo. Actualmente basta con afirmar que desde el año 1967 las generaciones de palestinos han crecido bajo la ocupación para que se inicie una caza de brujas contra ti.

A Israel le conviene que todos olvidemos la historia y que cualquier violencia por parte de los palestinos se considere una atrocidad monstruosa, solo comprensible por el deseo de aniquilar a los judíos. Esto da a Israel carta blanca para aplicar políticas que habría rechazado en el pasado, ya sea por motivos éticos o estratégicos, y los Gobiernos occidentales siguen su ejemplo.

Israel utiliza el ataque del 7 de octubre como pretexto para aplicar políticas genocidas en la Franja de Gaza. También es un pretexto para que Estados Unidos intente reafirmar su presencia en Oriente Próximo. Y es un pretexto para que algunos países europeos limiten las libertades democráticas en nombre de una nueva “guerra contra el terror”. Esto se aprecia en que, por ejemplo, la policía de Berlín ha prohibido cantar y entonar cánticos en lenguas extranjeras en las protestas, o cómo se ha detenido a descendientes de supervivientes del Holocausto en manifestaciones de solidaridad con Palestina en Estados Unidos.

Para que haya esperanzas de lograr la paz y la justicia en Israel y Palestina debemos recordar el contexto histórico clave.

Deberíamos empezar por 1948. La mayoría de las personas que viven en Gaza son refugiados de la limpieza étnica de 1948: primera, segunda y, ahora, tercera generación de refugiados. Israel creó la Franja de Gaza como zona de ‘almacenamiento’ para poder llevar a cabo la limpieza étnica en otras regiones de la Palestina histórica. La Franja de Gaza no existía hasta 1948. Gaza era una ciudad cosmopolita en la Vía Maris entre Egipto y Turquía. Esa franja de terreno, que es el 2 % de la Palestina histórica, se convirtió en el mayor campamento de refugiados del mundo.

Los habitantes de Gaza y Cisjordania viven bajo ocupación desde 1967. Las personas de Cisjordania y Gaza pertenecen a la misma comunidad, así que las políticas que se aplican en una zona afectan también a la otra.

La ocupación, ejecutada en nombre del Ejército o de una administración civil, convirtió el encarcelamiento sin juicio, los asesinatos, la demolición de viviendas, la expropiación de tierras y los abusos del ejército en características de la vida cotidiana de los palestinos. En 1987 y 2000, la frustración ante esta persecución estalló en una resistencia abierta: la Primera y la Segunda Intifadas. Era cuestión de tiempo que estallara una tercera. El fracaso de los dos levantamientos fue también un fracaso del movimiento de liberación palestino más secular para poner fin a la subyugación de los palestinos. La consecuencia fue que muchos palestinos hallaron nuevas esperanzas en grupos islamistas como Hamás y la Yihad Islámica Palestina. Para ellos y para muchos musulmanes de Palestina, la constante violación de la santidad de Haram al-Sharif, el Monte Sagrado de Jerusalén donde se encuentra la mezquita de Al-Aqsa, el tercer lugar más sagrado para el islam, era un insulto añadido a la degradación que experimentaban personalmente. Los cristianos palestinos, una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo, tenían quejas similares sobre cómo había tratado Israel sus lugares sagrados en Jerusalén y Belén. Ahora Israel ha destruido una iglesia ortodoxa griega en Gaza.

Hamás y otros grupos palestinos advirtieron en numerosas ocasiones de que el arresto continuado de miles de presos políticos y las provocaciones relativas a Haram al-Sharif les empujarían a tomar medidas drásticas contra Israel, y pusieron como ejemplo el movimiento de 2021.

Lo más reciente es que la Franja de Gaza lleva diecisiete años sometida a un asedio implacable. En estos diecisiete años, las fuerzas israelíes han atacado directamente Gaza cuatro veces, por tierra, mar y aire. La mitad de la población de Gaza tiene menos de veintiún años, por lo que solamente conoce una realidad de asedio y bombardeos. Para quienes estamos a salvo y cómodos en nuestros hogares, es difícil comprender la capacidad destructiva de las bombas que muchos de nuestros Gobiernos venden a Israel. Un bombardeo aéreo en el siglo XXI es peor que lo que hemos leído en los libros sobre la Segunda Guerra Mundial. Aunque logres escapar de las heridas y la muerte en estos bombardeos, el trauma siempre irá contigo. 

Los combatientes de Hamás que irrumpieron en Israel el 7 de octubre eran en su mayoría jóvenes que aprendieron el lenguaje de la violencia gracias a las bombas que les había lanzado Israel. Eso no justifica sus acciones, pero no deberíamos estar tan seguros de que si nosotros hubiéramos sufrido el mismo trauma, sin un final cercano, no reaccionaríamos de una forma muy parecida”.

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