Un libro frente a los estigmas y miedos del VIH
15Acaba de publicarse ‘La noche en que Larry Kramer me besó’, del estadounidense David Drake. Este monólogo teatral semiautobiográfico nos narra su viaje de autodescubrimiento como hombre gay, a la vez que describe los efectos de la crisis del sida en la década de los 80 y subraya la gran labor de los movimientos sociales para defender los derechos de las personas con VIH, y la importancia de pertenecer a una comunidad que lucha unida contra cualquier tipo de estigmatización. Algo que sigue siendo actual y necesario. La lectura de este libro me ha llevado a escribir este artículo; y confieso que me ha costado, porque es un tema del que no suelo hablar con nadie, pero…
Como no tiene nada de malo ni de raro y seguro que más de uno y más de dos han pasado por una situación similar, permitidme que os lo cuente.
Hace tiempo tuve una relación sexual de riesgo. Se me rompió el condón con un chico y, aunque él aseguraba “estar limpio”, el pánico se me instaló en el cuerpo. Por mucho que sepamos que uno puede hacer vida normal con VIH y que indetectable es igual a intransmisible, todavía somos muchos los que vivimos con el miedo a contraer el virus. Hemos dado grandes pasos como sociedad y cada vez es un tema menos tabú, pero el estigma, por desgracia, sigue ahí. Podemos hablar libremente sobre ello, pero confesar de manera pública que uno es VIH-positivo solo lo hacen unos pocos valientes. La gran mayoría, sin embargo, decide mantenerlo en secreto, porque en este país siempre hemos sido de llevar la procesión por dentro y de darle demasiada importancia al qué dirán.
Por eso tardé mucho en atreverme a ir al hospital a pedir la PEP (profilaxis posexposición), porque no quería sentirme juzgado. Más allá de la pereza que me generaba la idea de pasar varias horas en una sala de urgencias esperando a ser atendido, visualizarme contándoselo a un desconocido me provocaba un sentimiento de vergüenza y culpa. Podía confiar en la palabra del chico, pero, si había alguna posibilidad de contagio, por mínima que fuera, lo mejor era intentar ponerle remedio cuanto antes. La salud es siempre lo primero y, en caso de contagio, la detección precoz es vital.
Un amigo me recomendó hablar con Apoyo Positivo y fue gracias a ellos, que me calmaron y me aconsejaron sobre lo que debía hacer, que vencí mis prejuicios y me fui a un hospital a pedir la medicación necesaria.
Me gustaría decir que, una vez allí, todo fue a las mil maravillas, pero no sucedió así exactamente. Me atendieron con respeto, me pasaron a consulta muy pronto y la doctora fue educada y profesional. No obstante, la enfermera que me tenía que dar las pastillas, comenzó a tratarme de forma fría y distante después de escuchar la palabra “anal”. En la consulta, mientras yo intentaba sacar de su envoltorio las tres pastillas que tendría que tomarme cada día durante 28 días, apareció otro enfermero que, sin venir a cuento, empezó a hablarme: “Sabes que esta medicación solo se puede tomar dos veces en la vida. Esto no es cualquier cosa… Y que no puedes tomar alcohol”.
No sabía quién era ese tipo, de dónde había salido ni por qué me estaba mintiendo de manera tan descarada. Porque, como me ratificó Apoyo Positivo más tarde, sí que se puede tomar la PEP más de dos veces en la vida y no pasa nada por ingerir alcohol mientras estás tomando dicha medicación.
Con la tercera pastilla, mientras me metían prisa para que saliera, me pregunté: ¿Por qué mentirle a una persona que ya está asustada? ¿Cree que quiero volver a pasar este mal trago de nuevo? ¿Por qué juzgar a la persona que quiere hacer las cosas bien?¿No se da cuenta de que si me vuelve a suceder algo así y le hago caso, tal vez me contagie y eso provoque que pueda infectar a más personas? ¿Qué pasaría si todo esto se lo dijera a un chaval de 20 años en vez de a mí?
Me hice los análisis de sangre pertinentes y me fui de allí con ganas de llorar, pero, a la vez, contento de haber vencido al monstruo que me había paralizado, ese que me señalaba como si hubiese cometido algún tipo de error fatal. Pero esto no lo conseguí por mí mismo, sino gracias a las conversaciones con mis amigos y a los consejos y buen hacer de Apoyo Positivo. Pude superar ese sentimiento de culpa gracias, en definitiva, a la sensación de comunidad.
De esto, entre otras cosas, habla La noche en que Larry Kramer me besó, de David Drake (Edgewood, Maryland, EE UU, 1963). El director, dramaturgo y actor estadounidense utiliza la metáfora del beso para hacer referencia al impacto que le produjo la obra Un corazón normal, de Larry Kramer, cuando la vio el día de su 22º cumpleaños: “Ese beso salió disparado de la boca de un cañón y explosionó mi alma en mil muertes con forma de lágrima; dejando mis ojos manchados por las huellas de mis dedos húmedos (…) con una sangre de tinta negra”.
Este monólogo teatral semiautobiográfico publicado por Dos Bigotes, traducido por el editor y escritor Pedro Villora y con prólogo del artista y profesor de arte José Villarrubia (que además es amigo íntimo del propio Drake), nos narra su viaje de autodescubrimiento como hombre gay, plagado de referentes musicales, a la vez que describe los efectos de la crisis del sida en la década de los 80. Se trata de una obra activista que subraya la gran labor de los movimientos sociales para luchar por los derechos de las personas con VIH, y la importancia de pertenecer a una comunidad que lucha unida, desde las revueltas de Stonewall del 1969 a todas las manifestaciones llevadas a cabo a finales de los 80 por el grupo de acción directa ACT UP , acrónimo de AIDS Coalition to Unleash Power (“Coalición del sida para desatar el poder”), cuyo lema era “SILENCIO igual a MUERTE”.
En palabras del propio autor, asistir a la obra de teatro fue lo que le condujo a ACT UP: “Aquella experiencia fue la que me llevó a aceptar la verdad de mi vergüenza, la que me permitió aceptar la verdad y la bondad de mi esencia como hombre homosexual. Y, por último, la que me ha vinculado con mi tribu y con la furia que hizo brotar estas historias de mi alma queer”.
A veces parece que ya está todo hecho, que ya se ha hablado demasiado de este tema y que tanto activismo resulta innecesario, pero, lamentablemente, se trata de una afirmación falaz. Me gustaría rescatar una frase de la serie Veneno (Javier Calvo y Javier Ambrossi, 2020): “De lo que no se habla, no existe. Y lo que no existe, se margina”. Por eso es importante que sigamos hablando de la crisis del sida de los 80, porque venimos de ese pasado de homofobia y discriminación en el que, a pesar de estar muriéndonos por lo que se llegó a considerar, con muy mala baba, la peste gay, nadie parecía dispuesto a mover un dedo. Es parte de nuestra historia y no debe caer en el olvido, ya que nos configura como colectivo.
De eso habla este monólogo y también Un corazón normal, de Larry Kramer, adaptada al cine en 2014 por Ryan Murphy, a quien también le debemos la creación de la serie Pose. La misma temática aborda Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), primera película producida por un gran estudio en abordar el estigma del sida. Y más recientemente las películas francesas 120 pulsaciones por minuto (Robin Campillo, 2017), Vivir deprisa, amar despacio (Christophe Honoré, 2018) o la serie de HBO Max It’s a sin (Russell T. Davis, 2021).
No es malo echar la vista atrás si eso va a ayudarnos a coger impulso para enfrentarnos a la homofobia y al estigma del VIH que todavía existe en nuestra sociedad. Es importante que sepamos que, afortunadamente, hoy en día se puede vivir con VIH con total normalidad y que, cuando algunos vengan a señalarnos con el dedo con sus prejuicios absurdos y su rancia moral, seamos conscientes de que tenemos una comunidad detrás que nos respalda, esos mil puntos de luz a los que hace referencia David Drake en su texto. La memoria nos guía, nos hace más fuertes y nos ayuda a combatir hombro con hombro. Por este motivo, la publicación de esta obra, por primera vez en español, después de más de tres décadas desde su estreno, es un pequeño y luminoso milagro.
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