Un paseo por el madrileño Barrio de las Letras para redescubrirlo
Algo parecido a lo que le ocurrió a Proust con su famosa magdalena, un grabado del siglo XVIII de la Fuente de la Fama, en la plaza de Antón Martín, en el corazón de Madrid, le llevó a José María Goicoechea a bucear en su propio pasado, a indagar en la vida y la historia de un barrio por el que se cruzaron Cervantes o Lope de Vega. El resultado es ‘La Fuente de la Fama. Un paseo por el Madrid del Barrio de las Letras y aledaños’ (Reino de Cordelia), con fotografías de Antonio Tiedra. Mañana se presenta en Madrid. Hemos hablado con Goicoechea.
“Empecé a escribir recuerdos, a tomar apuntes, un poco a salto de mata”, me cuenta en su despacho del Museo Thyssen, donde es director de Comunicación desde hace varios años. La vida de este escritor y periodista madrileño se entrevera con la historia de los edificios y los lugares de un barrio en perpetuo cambio, pero que aún mantiene el trazado de las calles que tenía hace tres siglos. En lugar de la primera persona, tan frecuente en el ensayo y que se ha impuesto también en periodismo actual, Goicoechea opta por una voz narrativa en segunda persona. Como los periodistas y escritores clásicos, prefiere describir ese trozo de Madrid, del que forma parte su propia vida, desde una cierta distancia, por un pudor muy poco frecuente en el mundo de las letras, tan saturado de egos, dejando claro desde el principio que él no es el protagonista.
Después de vivir durante 20 años en la calle Amor de Dios, un lugar privilegiado para observar, sin nostalgia, sin recargar las emociones, sin sentimentalismos pero también desde una visión crítica con el presente, conocemos los lugares emblemáticos del Barrio de las Letras, los que fueron importantes para la ciudad y para el propio escritor desde que lo conoció de pequeño gracias a las incursiones de su padre, un madrileño de adopción.
El texto, fragmentario, como la propia memoria, dialoga con las espléndidas fotografías de Antonio Tiedra, en blanco y negro y que aportan al libro una doble mirada. A pesar del turismo y la gentrificación, Goicoechea es relativamente optimista respecto al futuro del barrio y cree que resistirá mejor que otros lugares, como Barcelona. Eso sí, dice, habría que plantar más árboles para poder soportar los veranos entre tanto asfalto.
Tu vida se intercala en la vida del barrio, pero has optado por narrar en segunda persona. ¿Por qué has optado por esta voz narrativa?
No hay una explicación. Después de ir tomando notas, cuando ya me pongo a escribir, empecé en primera persona, pero no me encontraba cómodo. Me dio la impresión de que si lo narraba desde ahí no tendrían la suficiente entidad. Solo es eso. Luego algún lector me ha dicho que de alguna manera incorporas al lector, algo que no había pensado.
Aunque tu padre, a quien está dedicado el libro, no era de Madrid, era un madrileño de adopción. Cuentas que de alguna manera fue él quien te inculcó la pasión por la ciudad, por el centro sobre todo.
No era alguien que te guiase como tal. Pero sí transmitía el amor por lo que vivía y veía. Hay dos tipos de madrileños, el que nace y se queda aquí, y otros, como mi padre, que venían de fuera y a los que les gustaba mucho el centro. Se lo pateaba y sobre todo lo vivía. Eso me lo transmitió. Es más, nosotros vivíamos en las afueras, pero él mantuvo su banco del centro, una oficina de Canalejas. Venía aquí en coche, se tomaba una caña, un café. Le gustaba mucho la vida del barrio.
Otra influencia que has tenido en tu visión de Madrid ha sido la del escritor y cineasta Edgar Neville, por el que sientes una especie de fascinación.
Es verdad. Retrató mucho la ciudad en el cine, en El crimen de la calle bordadores, por ejemplo. Menos en los cuentos. Cuando me encargué de la edición de sus relatos en Reino de Cordelia, pensé que también estaría Madrid en esas historias. Pero no aparecía con tanto detalle como en el cine, ahí está más presente.
¿Qué otros autores te han podido servir de referencia? Citas a Trapiello, por ejemplo.
A veces los mejores retratistas son los de fuera, ¿no? Me han gustado siempre sus diarios, los he leído. Madrid es uno de sus protagonistas. Tiene su ensayo sobre Madrid, que es estupendo. Me da mucho pudor comparar mi libro con el de Trapiello.
‘La Fuente de la Fama’ es también un libro de descubrimiento, de formación. Narras tu primer contacto con el barrio, tus inicios como periodista, tus salidas.
La primera idea era buscar datos curiosos y hablar de mi relación con el barrio. A los 16 años, salía más por Malasaña que por Huertas, los bares de aquí eran más de gente mayor, con excepciones. Luego vine a vivir aquí, lo vas mirando de otra manera. Te das cuenta de cosas en las que no te habías fijado. Por ejemplo, en la Fuente de la Fama (ahora situada en Tribunal). He pasado por allí miles de veces y no había levantado nunca la vista.
Hay un lado evocador en el libro, pero sin caer en el sentimentalismo. No hay un tono elegiaco.
Es verdad. Pero sí sentí una gran pérdida con la desaparición de Casa Patas. He visto allí mucho flamenco. Lo he frecuentado mucho y era un sitio muy importante para el flamenco. Luego se cerró en la pandemia y no se ha vuelto a abrir. Algo inexplicable. En cuanto al sentimentalismo, volvemos a ese pudor, que pongo un límite para ciertas cosas. La parte nostálgica no la tengo. Recuerdos sí, que fueron importantes. ¿Era mejor el barrio que cuando me vine a vivir yo aquí? Pues no lo sé, entonces tenía treinta y pocos años y ahora 57. Ahora hay supermercados, antes no había. Cuando te pones a mirar hacia atrás, se han perdido cosas, pero han aparecido otras. Hay un proceso natural, de cambio. Tengo localizadas por ejemplo cuatro guitarrerías. ¿A eso le queda mucha vida? Ferreterías quedan pocas. ¿Hornos de pan? Antes no había y ahora sí.
La plaza de Antón Martín se conserva más o menos igual al plano de Teixeira de 1656. “Es un caso de resistencia en una ciudad tan dada a la demolición?”, escribes. ¿Seguimos en esas? ¿No logramos mantener nuestro patrimonio?
Lo que es el trazado de las calles es básicamente el mismo. Tirso de Molina era un convento, lo tiraron e hicieron la plaza. Pero el trazado es el mismo. Ahora no se tiran tanto los edificios, los vacían por dentro y se mantiene la fachada, como el edificio donde yo vivía, en Amor de Dios. Pero creo que el centro de Madrid va a resistir o puede resistir la piqueta. Hay un caso curioso, la iglesia de San Sebastián, una iglesia anodina, destruida en la Guerra Civil en un bombardeo, pero que se reconstruyó después. Sin embargo, estuve hace poco en la plaza de Isabel II y el cine que había allí, de los años 30, lo han demolido y han hecho un hotel. Sigue pasando.
Es inevitable hablar de gentrificación. Dices que ya existía antes de la explosión del turismo. ¿Se puede hacer algo para contenerla?
El barrio se desarrolló mucho cuando se abre la estación de Atocha. Empiezan a llegar viajeros. La gentrificación y el cambio de un barrio ocurren desde que pones un ladrillo. Todo tiende a cambiar. Pero es verdad que el turismo es diferente, porque llega gente que no vive aquí, se pierde ese vínculo con la ciudad. Yo soy estúpidamente optimista y creo que, a diferencia de Barcelona, el centro de Madrid es más resistente. Lo quiero ver o lo veo. Después de haber modernizado los bares, ahora se busca un aspecto más castizo. Y luego está el caso de La Sanabresa. Un restaurante que está en todas las guías, y que sigue igual que siempre, con un menú asequible y con una mezcla de clientes muy pintoresca, desde el obrero que trabaja en una obra cercana al turista o el profesional que vive en el barrio.
¿Qué se podría hacer para limitar el turismo?
Se trataría más bien de regular el cambio para convertir una vivienda en un apartamento turístico. Poner algunas condiciones. El turismo es imparable por legislación, deberíamos ser nosotros quienes nos autolimitáramos.
En todo caso, huyes de la búsqueda de las esencias. Para ti el barrio está vivo porque cambia.
¿Qué es la esencia de una ciudad? No tiene nada que ver el centro con el barrio de Salamanca o con Tetuán.
¿Sigue siendo Madrid ese poblachón manchego del que hablaba Galdós?
Depende de donde lo veas. Desde el hotel de la plaza de Santa Ana, si miras a la derecha parece un pueblo antiguo. A la izquierda ves los edificios de Canalejas, es una ciudad más moderna. Tiene las dos caras. El centro es como un pueblo. De lunes a jueves, por la mañana, te encuentras con gente conocida. El colmo es que en mi casa, cuando vivía en Amor de Dios, oía las campanas de la iglesia.
Uno de los lugares en los que te detienes es el Ateneo, cuya vida retrata tan bien Josefina Carabias, una de las primeras periodistas españolas, en su libro sobre Azaña.
Yo el Ateneo lo conocía de visitante. He ido a conferencias, a algún concierto. Lo veía como algo casposo, hasta que me llamó Luis Arroyo, actual presidente del Ateneo, porque estaba capitaneando una campaña para renovarlo. Tampoco he participado mucho. Desde hace un año y pico me metí en la sección de Iberoamérica, organizamos charlas, coloquios. Voy por allí, a una charla, te encuentras con gente muy variada, con mucho impulso.
Al leer el libro he tenido la sensación de caminar contigo, de deambular. No solo prestas atención a lo evidente (la arquitectura). También están tus pasiones, los libros, la música, los restaurantes y bares, los dibujantes… Parece que en el Barrio de las Letras encontraste todo lo que te interesa.
Lo de los dibujantes fue una casualidad: Ana Juan, Carlos Jiménez… Si hubiera conocido por mi trabajo a arquitectos, tal vez habría contado otras cosas. Mi trabajo como periodista me ha permitido ver el barrio de otra manera. Con otra mirada, eso sí.
La Puerta del Sol te parece anodina. ¿Qué piensas de la reforma que han hecho?
Me parece aún más anodina. Esta cosa tan árida no me atrae nada. Procuro ir por otro lado cuando tengo que cruzar. Se me cae un poco encima.
¿Por qué hay tan pocos árboles en Madrid? Vamos a contracorriente a lo que están haciendo otras capitales. No hay tampoco carriles-bici en condiciones.
El barrio dio un cambio tremendo cuando se peatonalizó y se limitó la circulación. Ahora se mantienen las limitaciones, pero la calle Atocha, desde el 1 de diciembre hasta el 6 de enero, es un embotellamiento permanente. La limitación del tráfico me parece básica. Está más que inventado. El carril-bici me parece fundamental también.
Por otro lado, la parte optimista es que los carriles-bici de 30 por hora, que tienen sus riesgos para el ciclista, han ido modificando la conducta a la hora de conducir. Gilipollas que protesten los va a haber siempre. Pero la bici es una tendencia que hay que mantener. Es imparable. Esperemos que los coches se vayan retirando. Por otro lado, no entiendo que no haya árboles más grandes, en más sitios, que no se cuiden. Que haya más verde. Árboles que nos protejan y nos den un poco de sombra entre junio y septiembre para ir de una calle a otra. En lugar de toldos, como en Málaga, árboles. Las plazas son todas de cemento. La única que salvaría en este sentido es la del Reina Sofía. Es verdad que debería haber más árboles, pero al menos es una plaza con mucha vida, con muchos niños. También hay niños en el centro.
Un lugar que represente para ti Madrid.
Me gustan mucho las bocas de metro antiguas. Las de forja con el nombre de la estación. Simbolizan la ciudad.
¿Cómo ha sido la colaboración con Antonio Tiedra, el fotógrafo?
Él nació y se crió en el Rastro. Se ha pateado Madrid de arriba abajo y lo conoce muy bien. Creo que hemos juntado dos libros en uno. Sus fotos, solas, darían para un buen libro. Son fotos con una gran personalidad y casi todas se hicieron mientras escribía el libro.
‘La fuente de la Fama’, de José María Goicoechea y Antonio Tiedra, se presenta mañana, miércoles 13 de diciembre, en el Ateneo de Madrid. A las 20.00 h. Con los autores estará la periodista Ana Blanco.
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