Un tipo corriente
Hace varios días que me invitaron a participar en una serie de debates y diálogos relacionados con la regeneración democrática, la igualdad y el sostenimiento del Estado del bienestar. Les confieso que lo primero que pensé fue “¿y por qué yo?” Ahora mi psicóloga, si pudiera, me daría un cachete pero es cierto, lo pensé. Para su tranquilidad apuntaré que no sufrí otro bajón de autoestima ni la pregunta estaba relacionada con mi molesta inseguridad. Lo que sucede es que siempre he tenido la sensación de que en ese tipo de actos participan las mismas personas, idénticos perfiles, sin dejar espacios al matiz, predicando para conversos, llegando incluso a pecar de una endogamia, en ocasiones, insultante. Nunca he formado parte de esos círculos y mis opiniones no son las que agradan al poder y sus entornos. Soy un tipo corriente. Por eso no llegaba a adivinar en qué momento, y con qué argumentos, apareció mi nombre en esa reunión que organizaba las jornadas. Así que lo pregunté. El dato que justificaba mi elección era mi propio cambio personal, una evolución que me había empujado a un perfil más activista en la causa lgtb.
No soy activista. Lo he dicho en muchas ocasiones. Incluso delante de los verdaderos activistas. Me faltan muchas cualidades para serlo. Cuando los veo defender sus valores (que son los nuestros), en plena manifestación del Orgullo, rodeados de miles de personas en busca de fiesta, me doy cuenta. Cuando los veo llamando a las puertas de ministerios, alcaldías, embajadas, para reivindicar nuestros derechos, me doy cuenta. Cuando los veo en la Puerta del Sol, llevando a cabo un acto-denuncia que evidencia la desprotección en la que los recortes sanitarios dejan a los enfermos de VIH, me doy cuenta. Si fuera religioso vería en los activistas a los nuevos apóstoles de la igualdad y los derechos humanos. Como no lo soy, veo a unos seres humanos dispuestos a sacrificar una parte muy importante de su vida privada, de su tiempo libre, por los demás. Ellos y ellas eligen la causa y, a partir de ese momento, comienzan a trabajar para que los logros aumenten y que, con ellos, nuestros derechos. Ellas y ellos pelean, exigen, negocian, informan, denuncian, padecen, y, cuando se consiguen cosas, las disfrutamos todos. No puedo aceptar la distinción de ‘activista’ por dirigir un programa de radio o escribir esta columna. Esa es, simplemente, mi profesión. El activismo es una entrega vital a una causa, un compromiso que va mucho más allá de los horarios de grabación o el tiempo invertido en escribir un artículo. Para muchos, el activismo es navegar sobre un mar de utopías. Lo único que tengo claro es que, gracias a esos capitanes de barco, hoy puedo decidir libremente si quiero contraer matrimonio o no. Y eso no es utopía, eso es tierra firme.
Tampoco voy a negar que es evidente el cambio en mi personalidad. Debería reflexionar si ha estado condicionado por mi trayectoria profesional o se debe a otros factores. Yo era de los que notaba en los discursos activistas una retórica que, en muchos casos, resultaba disuasoria. Los escuchaba tan concentrados en la causa que olvidaban conectar con los favorecidos por la causa. Pero, desde que asumo la dirección y presentación de Wisteria Lane, en Radio Nacional de España, interiorizo el discurso, soy más consciente de los múltiples ataques que el colectivo lgtb recibe a diario, incentivados por ideologías extremas y fundamentalismos religiosos, y que en su mayor parte están silenciados en los medios de comunicación. No por homofobia, no se confundan; simplemente porque no les parecen relevantes, que no sé si es peor.
Entonces comprendes que hay que tomar partido. Especialmente cuando asimilas algo que antes nunca te habías parado a pensar: bajar la guardia es arriesgarte a perder lo conseguido. Uno cree que los derechos logrados ya nadie nos los puede arrebatar. Y aunque eso, desde un punto de vista ético sería lo lógico, todos sabemos que su sustento depende del grado de fundamentalismo y desprecio al diferente que albergue el gobernante de turno. Y ahí es donde todos, cada uno en su ámbito más inmediato, tenemos que tomar partido.
No es necesario que sujetemos la misma pancarta, por el mismo extremo, en la misma manifestación. Hay que visibilizarse en diferentes ámbitos de la sociedad. No es activismo pero es compromiso. Y, en mi caso, lo ejerzo desde los micrófonos de una radio y desde las palabras de esta columna o cualquier otra que me lo pida. No creo en la objetividad del periodista como un valor profesional en sí mismo. No es cierto y no es justo. No somos replicantes sin sentimientos. Tenemos opiniones, ideologías, y hacer creer a la sociedad que somos imparciales es una falacia. Lo que debemos ser, lo que se nos debe exigir, es profesionalidad. Contrastar la noticia, no mentir, no ocultar información,…pero ¿reclamar ‘objetividad’ cuando un individuo asegura que la homosexualidad es una enfermedad? No, de ninguna manera.
Quizá, en ese sentido, sí se ha producido un cambio en mi manera de afrontar una parcela de mi profesión. Puede que esté corriendo el riesgo de que esa faceta anule el resto de mis actividades y posibilidades pero, de momento, asumiré ese riesgo. Estos tiempos de políticas ajenas a los derechos de los ciudadanos y más enfocadas a defender los derechos de los banqueros requieren compromiso. Y tal vez, por esa razón, un tipo corriente como yo merezca estar en unos diálogos por la igualdad, la regeneración democrática y el sostenimiento del Estado del bienestar. Mi psicóloga estaría orgullosa de este final. Yo también.
Comentarios
Por Beatriz Gimeno, el 06 noviembre 2013
¡Alguien que dice algo bueno de los y las activistas lgtb! Casi se me saltan las lágrimas. Mil mil mil gracias.
Por Beatriz Barón Beraud, el 06 noviembre 2013
GRacias Paco por tu sensibilidad y compromiso por la causa lgtb. Me has emocionado, para ser un tipo corriente eres de lo más especial y además feminista en el lenguaje y escribes muy bien.
Por ISABEL ROSAS, el 06 noviembre 2013
TIPO CORRIENTE «YO TA’DORO VIDA MÍA Y ME MUERO POR TENERT….»
UN FURGÓN, 5 MUJERES HUYEN CON UN ALIJO DE AZAFRÁN – UNA PARADA – UN BAR DE CARRETERA, SOBRE SU ESCENARIO UNA SOMBRA DESGARRA SU VOZ AL CANTAR «YO TA’DORO VIDA MÍA Y ME MUERO POR TENERT….» EL UN CAMIONERO QUE UNA VEZ AL MES TRANSITA ESA RUTAS….
EN FIN LO Q HEMOS CAMBIADO (PRESUNTOS I)
Por Javier Sanchez, el 07 noviembre 2013
Ha estado usted brillante. Creo que todos somos activistas en las parcelas a las que tenemos acceso. Actitud guerrera ante los ataques pero siempre siempre, muy pedagógica. Su psicóloga y también sus seguidores estamos muy orgullosos de voces tan claras como la suya.
Por Enrique, el 16 noviembre 2013
Tu psicóloga sátira muy muy orgullosa, aunque sólo sea por lo grande que escribes!!!! Gracias por lo que escribes, por lo que dices y por emocionar como lo haces