Una apuesta de futuro por la nuevas tecnologías en el arte

© Lola Iglesias

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A finales del mes pasado se celebró la cuarta edición de In Medi Terraneum, el Festival Internacional de Videoarte que se desarrolla a la vez en Argentina, Uruguay, Colombia, Grecia, Italia y España. Esto fue lo que dio de sí. 

Nunca más que ahora se hace necesaria una cultura alternativa. Los medios disminuyen y la demanda se multiplica. Es un hecho. La cultura importa. Con matices de distinta índole, evidentemente, pero siempre entendida como un oasis en mitad de un desierto que ahora viste los ropajes de una feroz crisis financiera, que no es sino el resultado lógico del escapismo y la aglomeración de ladrones de guante oscuro en un mismo lugar que hemos convenido en llamar civilización democratizada. Nada más lejos de la verdad, aunque no seré yo quien haga acopio de esputos y miasmas en un intento forzado por explicar toda esta amalgama de inocencia, maldad y cobardía. No, señor.

Me propongo escribir de arte y espíritu colaborativo, de oxígeno sin camisas de fuerza, de proyectos fantásticos que se suceden en algunas ciudades, vengo a hablarles, en definitiva, de esa fórmula tan en alza (y esperemos que no por mucho tiempo más) del “por amor al arte”. El amor lo encarnan las personas y de la traducción plástica se encarga el videoarte. In Medi Terraneum es un Festival Internacional Simultáneo de Videoarte que nació en 2010 y cuenta en su haber cuatro ediciones. Su última edición tuvo lugar los pasados días 28, 29 y 30 de noviembre. El formato es sumamente original, ya que incidiendo de manera más o menos transversal con focos estratégicos en los que no confluyen los circuitos patronímicos del arte contemporáneo, se presentan tres jornadas por y para el videoarte, con proyecciones de las piezas, master classes, talleres donde desarrollar técnicas creativas digitales derivadas del Art Media, este año además estaba el primer Foro en España sobre la materia…, para clausurar la cita con una sesión simultánea de DJ y VJ donde se aprovechaba para contactar con los distintos puntos del mapa convocados.

Las sedes son seis: Argentina (Córdoba), Colombia (Bogotá), España (Madrid), Grecia (Atenas), Italia (Favara) y Uruguay (Montevideo). Según fuentes del Festival, este año han concurrido a la convocatoria centenares de obras, lo que ha incrementado el valor de la visibilidad de los seleccionados. Por lo tanto, un total de ocho piezas de videoarte (contando dos menciones especiales) que nada tenían en común entre sí. Buen principio. “La cultura es el lugar de la búsqueda de la unidad perdida. En esta búsqueda de la unidad, la cultura, como esfera separada, está obligada a autoaniquiliarse”, decía Debord en su ensayo sobre La sociedad del espectáculo. No sabemos si a autoaniquilarse, pero lo que sí sabemos es que se trata de un acto efímero. Efímero en tanto reproductible, que diría esta vez Walter Benjamin. El videoarte, más que cualquier otro arte, refleja de manera fidedigna el paradigma de las sociedades actuales.

Se trata de una manifestación inmediata, breve e impactante. Cada vez más, el consumidor se ha mostrado más proclive al presentismo, a esa fiebre de la velocidad que no permite detenerse ante nada, ni ante el tiempo. El videoarte es, en este sentido, un espejo donde vernos reflejados. E incluso, así y todo, resulta curioso que todavía cueste tanto esfuerzo integrarlo en algunas exposiciones de mayor calado. Desde IMT se propone una integración sin fricciones, un sistema de adecuación a la medida de la norma sin desbaratar por ello el discurso del arte, que es en última instancia lo que importa. ¿O no? El lugar que acogió estas dos primeras jornadas fue La Trasera, el legendario espacio expositivo de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, aunque para la traca final había preparada una sorpresa.

Las obras seleccionadas se debatían entre el esteticismo decadente de First Rust (Katerina Katsoura, Grecia) que planteaba la percepción la vejez por parte del ser humano; el preciosismo de Lost in a glass of wáter (Cinzia Sarto, mención especial de Italia) que nos inundaba a través de un mapa sonoro acuoso y delicado; el discurso árido y antipático de los lugares no transitados dentro de la ciudad (Calixto Ramírez, Italia); pasando por el vídeo de carácter crudo y documental como Über uns / Sobre nosotros (Javier Velázquez Cabrero, España) cuyo contenido hiela dada su rabiosa actualidad, la de personas integradas que se ven obligadas a pedir ilegalmente en un vagón de metro aprovechando el despiste de la seguridad privada de los transportes públicos, sólo que ahora se ha escogido a un padre de familia español y se han trasladado con él al metro de Stuttgart para recaudar en un día la cantidad que se abonaría después al Tesoro Español como tributo del pueblo alemán. También pudieron verse piezas como las de NobodyLovesMe (Diego de los Campos, Uruguay) en las que una Barbie acaba siendo presa de su propio petróleo, La habitación infinita (Christian Delgado; Nicolás Testoni, Argentina) o Utopila #2 (Diego Alejandro Garzón, Colombia), amén de otra sugerentísima mención especial, la de Colombia, firmada por Tatyana Zambrano y Roberto Ochoa con el título de Clutch.

© Mario S. Arsenal

© Mario S. Arsenal

Mejor no lo pudo resumir Jean-Luc Nancy: “Estar en el mundo es todo lo contrario de estar en un espectáculo”. Estar en el mundo, el famoso in der Welt sein de Heidegger, cuya traducción no ha encontrado aún consenso entre los estudiosos, es estar dentro, mientras que estar en un espectáculo es estar delante. Tal vez el videoarte nos arroja a ser parte del espectáculo sin capacidad de involucrarnos, tan sólo como agentes contemplativos. Pero convendría no olvidar que ya nos empuja a reflexionar desde la frustración que nos produce, que ciertamente no es poco. He aquí el modo para diferenciarlo de un sencillo anuncio de televisión en el que dicho espacio queda, este sí, tiránicamente aniquilado por completo. Sin embargo no es momento de deslindarnos por esos derroteros, así que dejamos la cuestión para sociólogos o antropólogos del arte.

Viernes y sábado tuvo lugar el Foro, un espacio de encuentro y debate que congregó a algunos artistas y distintos agentes del arte contemporáneo. Entre lo más señalado, la presencia de dos colectivos estéticamente opuestos como son Paupac Azul y LRM Performance. Mostraron sus trabajos y finalmente llegaron a crear un diálogo en abierto con sus distintos modos de concebir la creación audiovisual. Si los primeros acaban confiando en el marco porque su producción está pensada desde el soporte de auriculares y pantalla, los segundos pretenden romper con dicha ley y expandir su experiencia artística más allá de un monitor pixelizado. Interesante confrontación de elementos estéticos. Pero también hubo tiempo para charlar con Semíramis González y Javier González Panizo, ambos residentes del arte contemporáneo, si bien habitantes desde muy distintas perspectivas.

Con ellos hablaron sobre videoarte, sobre referentes, sobre el significado de todo este embrollo conceptual, y quedó patente una cosa. Todavía no está muy claro qué es arte y qué es vida, y si el arte es una u otra como defendió maravillosamente Thomas Mann, o si la vida no es arte como propugnaba Wilde… En fin, como decía antes, a la vista está, un embrollo de tres pares de narices, pero siempre enriquecedor en cuanto vivo (esto no lo diría ni Benjamin ni Debord ni Nancy).

Digna de mención es la master class que Antonio Muñoz Carrión, catedrático de Sociología de la UCM, nos regaló en esa gélida mañana de viernes. El eje desde el que pivotó su intervención fue el “fuera de lugar”, quién sí y quién no está en el ámbito, los motivos, las razones, las causas, en fin, un recorrido de enfoque antropológico que ayudó a los madrugadores a entrar en calor sináptico. Después Andrés F. Duarte impartió un taller de introducción sobre Arduino y Puredata, distintos hardwares que todavía nos parecen propios de la ciencia-ficción, con un sinfín de posibilidades y de aplicaciones live. Algunos aún tenemos visiones con alguna de las herramientas que utilizó, como el acelerómetro, una piececita de apenas 2 cm con la que conseguía manipular analógicamente el movimiento de maquetas 3D y viceversa. Un tipo de magia extraordinaria, vaya. Pero aquí no termina todo.

© Mario S. Arsenal

© Mario S. Arsenal

El sábado la sede de IMT en Madrid se trasladó a Slowtrack, un espacio híbrido a medio camino entre una galería de arte y un centro de exposiciones en el que todavía hay hueco para descansar en la cocina o ver obras de arte en alguna de sus habitaciones. Un lugar verdaderamente sugerente que les recomendaría no perder de vista. El patrocinador falló, lástima, pero no así lo más importante: la gente. Como les decía, la cultura importa. Si no, ¿cómo demonios se explica que se reúna tanta gente en un mismo lugar para ver piezas de arte que podría ver en su casa? ¿El fenómeno de las redes social acaso? No lo creo.

El directo emociona, el tacto entusiasma al ser humano y el sabor de la compañía siempre es un valor en alza por más que nos empeñemos, por poner un caso, en el desarrollo tecnológico de mensajería privada con drons. En fin, mundo hipermoderno aparte, la sesión dio comienzo con conexiones en Favara (un pueblecito en la provincia de Agrigento, al sur de Sicilia), Córdoba y Bogotá. En Atenas hubo algún imprevisto logístico que dificultó la conexión, pero fuentes del evento nos confirmaron que una vez más esta sede se erigió en la más dinámica del Festival. Imagínense a más de 200 personas bailando con auriculares, en silencio, disfrutando al unísono sin palabra alguna. Eso fue Atenas, pero desde el resto de ciudades, nos quedamos sin verlo. La clausura en Madrid corrió a cargo de DJ Vulker y Kurly VJ que proyectaron simultáneamente los vídeos seleccionados.

En definitiva, qué sabemos nosotros de la veracidad de las teorías de Benjamin, Debord o Nancy. La necesidad se apodera de todo, incluso del arte. No gozamos de ningún paraíso prometido en el que resguardarnos del frío, alternativas como estas son de lo mejor que está produciendo este terrible momento financiero. Y todavía hay más, porque mientras otros certámenes cobran su entrada diaria, en IMT mantienen su filosofía no lucrativa permitiendo el acceso gratuito los tres días del festival. Más alto no lo puedo decir. Larga vida al arte y a la gente que lo ama.

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