‘Una casa lejos de casa’: feminismo, mestizaje y emigración en Clara Obligado
Siempre he sentido predilección por los libros pequeños, pero intensos. ¿Para qué rellenar páginas y páginas, consumir tanto papel si es posible contar más con menos? Sostengo que la ecología debe aplicarse también a la escritura. Los libros breves, además, tienen esa elegancia de la poesía, que dice César Aira. He pensado en todo esto después de leer ‘Una casa lejos de casa’ (editorial Contrabando), de Clara Obligado (fundadora y creadora de este Taller), cuya lectura recomiendo desde ya.
Escrito en un tono intimista y desde una rotunda honestidad, este librito bien podría leerse como un libro de viajes, de muchos viajes en realidad, algunos de ellos voluntarios y otros necesarios para salvar su vida. A este último tipo de viaje responde su exilio de Argentina, su llegada al Madrid posfranquista huyendo de la represión de la dictadura militar de Videla. Un hecho, el exilio, que marcará el resto de la vida de Obligado y al que la autora dedica la segunda (Lejos de casa) de las dos partes en las que está dividido este ensayo autobiográfico, que no de autoficción, tan de moda en la actualidad.
En la primera parte (En casa), como en Las palabras de Sartre, Obligado nos cuenta su nacimiento a la lectura. “Fue un regalo crecer en la naturalidad de los libros”, escribe. Tanto su bisabuelo como su abuelo eran escritores y miembros correspondientes de la RAE, de modo que “escribir era, en mi familia, algo normal, que pasaba de generación en generación, también una cuestión de hombres, y la prosa, un género menor”. Son años de formación, humanística y literaria, de despertar político y de un compromiso que, cuando la situación en Argentina se hace insostenible y los opositores a la dictadura comienzan a “desaparecer”, se ve obligada a tomar el camino del exilio.
Entre su escaso equipaje, nos cuenta en la segunda parte, llevará el idioma, el castellano que se habla en Buenos Aires y que es y no es el mismo que se hablaba en Madrid en los años setenta. Era una ciudad que a su vez se estaba despertando de la dictadura franquista, que comienza a abrirse al mundo, con la Movida, pero que en tantas cosas sigue siendo ese poblachón manchego del que hablaba Galdós.
“La hostilidad que se siente hacia el país al que llegas. La obligación de esconderla. Como si estuvieras en casa de alguien muy severo y temieras que, si dices algo impropio, te regañen”, escribe sobre esos primeros tiempos, muy difíciles y duros. Porque exiliarse no es equiparable a emigrar, aunque en ambos casos uno ha de dejar su hogar. “Pese a todas sus renuncias, el emigrante tiene esperanzas respecto al futuro; el exiliado, en cambio, habita la nostalgia”.
Ser de un lado y de otro. Ser de ningún sitio, de una zona intermedia, híbrida. Un hecho que marcará la propia poética de la autora, que en las últimas creaciones literarias se ha movido siempre en un territorio anfibio, fronterizo, con libros de cuentos que tienen puntos de encuentro con la novela y un uso del castellano que es y no es rioplatense, que es y no es madrileño, que es ambas cosas a la vez y ahí radica su riqueza. “El exilio como identidad. La extranjería como patria”, asegura.
La pesadumbre del exilio, de no sentirse acogida, de ser vista como una extranjera y la nostalgia por lo que dejó atrás, la llevó un día a tomar una decisión que ha tratado de mantener hasta hoy. “Pensé que, si no lograba ser feliz, no valía la pena haber sobrevivido, la única venganza frente a tanta pérdida consistía, dentro de lo que la vida permite, en superar el dolor”. Porque este libro puede leerse también como un “tratado de vida”, el que Obligado ha ido escribiendo en los pliegues de su memoria.
En esta segunda parte, tejida en torno a la escritura (de nuevo como Las palabras de Sartre), asistimos también al encuentro de la autora con el mundillo literario español, los primeros escritos, los libros que va publicando, la creación del Taller de Clara Obligado (en cuyas sección de El Asombrario estás leyendo esta reseña), uno de los más veteranos de España. En aquella época, la enseñanza de la escritura era vista por los escritores con desdén, más aún si venía de una mujer que además era sudaca. Feminismo y mestizaje se convertirán en el armazón sobre el que Obligado construirá su mundo literario. “Escribir como quien pasea, sin un narrador fijo que organice el discurso, sin una mirada que lo estructure, dejarme llevar por laberintos y vías secundarias. Pasear sin rumbo, inventar un hogar. Escribir para dar cuenta del desplazamiento y de la pérdida. Escribir desde fuera”. Escritura, lectura y vida se entrelazan en este relato autobiográfico de una autora que, como Roberto Bolaño, ha sabido construir un puente entre América y España en torno a la lengua, la verdadera patria de cualquier escritor.
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