Una Navidad con George Saunders
No, no vamos a hacer una lista más de los libros favoritos del año. Pero permitidle a Javier Morales que sí os recomiende un autor, el norteamericano George Saunders, y dos de sus libros de relatos, muy apegados a la realidad de quienes, aún con un trabajo, no consiguen salir del umbral de la pobreza.
Como con los villancicos en los centros comerciales, nos llegan estos días las listas de los mejores libros del año que publican los suplementos literarios a partir de las preferencias de sus críticos. No creo que sean muchos los escritores, críticos y lectores solventes que se las tomen en serio, pero todos acabamos hablando de ellas. Creo que la literatura, la escritura, tiene mucho de carrera de fondo, pero nada que ver con las Olimpiadas. Aunque no tuviésemos en cuenta las necesidades del mercado editorial y de los medios de comunicación, es decir, si viviéramos en otro mundo, la subjetividad lectora es tal que haría imposible establecer una lista más o menos objetiva, aunque la escribiese el controvertido y admirado Harold Bloom. Por no hablar de que se editan tantos libros al año que es imposible leer siquiera una mínima parte. “Olvidad las listas. Leed los libros”, escribía en su muro de Facebook estos días el narrador Miguel Ángel Muñoz.
No voy a proponeros, pues, una lista, pero sí un autor y dos de sus libros para celebrar este fin de año. Hablo del escritor norteamericano George Saunders y de sus colecciones de relatos Diez de diciembre y Pastoralia, publicadas recientemente por Alfabia, con una excelente traducción de Ben Clark. Si traducir siempre es un reto, traducir a Saunders lo es aún más porque uno de los músculos de su literatura, de sus cuentos, es el uso que hace del lenguaje, la deformación de las palabras con fines satíricos, los diferentes registros que utiliza. Entre otros, recrea el de los “working poors” que habitan en la periferia de las grandes ciudades de Estados Unidos, trabajadores con unas condiciones laborales tan precarias que por mucho que echen horas seguirán siendo pobres de por vida. Creo que en España sabemos mucho de esto.
Procedente de una familia humilde, Saunders estudió ingeniería de minas en la Universidad de Colorado y después de trabajar unos años en varios campos petrolíferos se matriculó en el prestigioso programa de escritura creativa de la Universidad de Siracusa. Por su falta de formación humanística, Douglas Unger llegó a decir que el caso de Saunders, su aceptación en el programa (en el que mayoritariamente acuden estudiantes de humanidades de la Yvy League), había sido “un gran experimento”. Un experimento que salió bien puesto que como el propio Saunders ha reconocido, su aprendizaje, carente de prejuicios, evitó que se convirtiera en un clon más, como le ocurre a muchos de los escritores que acuden a estos programas y que no consiguen hacerse con una voz propia. Tanto es así que hoy es uno de los grandes escritores de relatos que nos llegan del otro lado del Atlántico y que tanto nos han enseñado.
De Saunders me había impresionado hace años la lectura de la novela corta Guerracivilandia en ruinas (Mondadori), una distopía delirante sobre el mundo del trabajo, sobre el lugar que ocupan en nuestras sociedades los “diferentes”, los perdedores, quienes no encuentran su lugar en una cultura que los margina por su aspecto físico, su pobreza o, simplemente, por su mala suerte.
En los relatos que integran Pastoralia y Diez de diciembre (el último libro publicado de Saunders) volvemos a encontrarnos con estos temas, con las vicisitudes y esfuerzos de la clase media americana para no perder el sueño americano, al que Saunders le da la vuelta como a un calcetín, como les ocurre a la familia de Los diarios de las chicas Sémplica, sin duda uno de los mejores relatos de Diez de diciembre. Con ecos de Huxley, en Escapar de La Cabeza de la Araña, también en esta colección, un grupo de presos sirve de cobaya para probar nuevos fármacos que modifican su percepción de la realidad, sus sentimientos, y que ponen a prueba su condición humana y la de quienes les someten a ellos.
En Pastoralia, un relato perfecto que abre el libro del mismo título, un hombre y una mujer interpretan a dos cavernícolas en un parque temático donde se recrea la historia de la Humanidad. El protagonista de Roblemar, un relato donde lo sobrenatural se cuela como si tal cosa, vive en Roblemar, un lugar donde no hay robles y no hay mar, “sólo cien pisos de protección oficial y unas vistas a la parte de atrás de FedEx”. Trabaja como stripper para sacar adelante a su familia desestructurada: su hermana, una prima, ambas madres solteras con alergia al trabajo, y una tía solterona que se acerca al final de su vida sin haber hecho nada de lo que hubiera soñado y, lo más sorprendente, sin lamentarse un ápice de ello.
Aunque lo sobrenatural, la ciencia ficción y lo deforme sobrevuelan en muchos de sus relatos, Saunders es uno de los autores más realistas que conozco, un realismo no convencional si se quiere, pero también más auténtico. Ha cogido a Chéjov y, sin perder un ápice de la compasión y la mirada que impregnan los relatos del ruso, les ha añadido humor y ha deformado la realidad hasta convertirla en una sátira, como buen discípulo de Swift y, por qué no, de Cervantes. Compasión y sátira como una forma de observar la vida, de abrir una ventana al sufrimiento humano. Cuidado, parece decirnos Saunders, lo que les pasa a estos personajes bien podría haberte sucedido a ti. Por eso podemos reírnos de ellos, sin complejos.
Saunders no es un escritor político, un término muy empobrecedor para un creador de ficción como él, aunque sus historias siempre habitan el mundo de los débiles, nos acercan al sufrimiento ajeno, a quienes han tenido menos suerte en la vida. Como suele repetir el propio autor: “No deja de chocarme cuánta energía gastamos en América para mantenernos a flote, sobre todo si procedes de la clase trabajadora, lo que nos roba la dignidad y la fuerza”.
Hasta el año que viene.
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