Una ruta por la memoria de las luchas obreras en Madrid
Hay un Madrid oculto a la vista que forma parte de la historia, y nunca mejor que hoy, 1 de Mayo, para visibilizarlo. No lo conforman grandes monumentos, ni artísticos edificios, tampoco los museos. Es la ciudad de las luchas obreras que la Fundación Primero de Mayo ha recuperado del olvido con el proyecto Cartografía de la Memoria Obrera en Madrid, un mapa virtual que nos lleva por los lugares que, en la segunda mitad del siglo XX, fueron escenarios de las movilizaciones antifranquistas y la defensa de los derechos laborales.
Para conocerlo sobre el asfalto, recorremos con las artífices de la iniciativa, Mayka Muñoz y Susana Alba, algunos de los lugares en los que se retó a un poder que consideraba que la calle era de su propiedad. “Nos dimos cuenta de que habían ocurrido muchos acontecimientos en calles y espacios en los que no constaban de ninguna forma. En Valencia estaban preparando la ruta de la memoria obrera y pensamos en conjugar esa recuperación de la memoria democrática con el Madrid industrial, gracias a los relatos de vida de los militantes en Comisiones Obreras. Los mayores nos hablaban de barrios y empresas que ya no existen, así que conjugamos ambos aspectos”, explica Muñoz.
Con Mayka y Susana comenzamos la ruta en la plaza madrileña de Legazpi, un enclave industrial del sur de una ciudad que se convirtió en esas décadas en una gran urbe gracias a una migración rural que vació campos y llenó fábricas. En el entorno, compañías como Cervezas El Águila, Flex, Cervezas Mahou, Standard Eléctrica o Leche RAM. En algunos casos, eran industrias acompañadas de colonias de viviendas para los trabajadores, como es el caso de las colonias de Boetticher y Navarro y de la Marconi (ambas en Villaverde) o de la Ciudad Pegaso (en San Blas), de las que hoy sobreviven todavía algunas casas. En las historias de esos lugares aparece esa figura paternalista al estilo de la película de El buen patrón, de Fernando León de Aranoa, el que daba y quitaba según se fuera de disciplinado.
La cartografía está en una página web dividida por apartados: las fábricas, la ciudad obrera, la disputa por el espacio público y los lugares de represión, entre los que no falta la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, pero cuyo recuerdo no quiere plasmar en una placa en la fachada la actual presidenta conservadora madrileña. “Decidimos volcar toda la información que teníamos con imágenes en una web con un enfoque muy pedagógico, sobre todo para que las personas más jóvenes pudieran acceder a este conocimiento; que al pasear por esos lugares pudieran comprobar que Madrid tiene un pasado social y reivindicativo muy importante”, comenta Alba, que es archivera e historiadora, mientras caminamos por el paseo de Delicias.
En su compañía, las mismas calles de cada día toman otro sentido. “En estos lugares se pusieron las bases de la democracia y las mejoras laborales que hoy disfrutamos. Era una España en la que se cobraba muy poco, así que vinieron las multinacionales a instalarse. También era una ventaja que hubiera un régimen que controlaba la movilización obrera. Fue a partir de 1958, con la ley de convenios colectivos, cuando la gente comenzó a reivindicar mejoras salariales y de seguridad en sus empleos. Eran tiempos en los que se trabajaba a destajo, en cadena, de forma cronometrada, de forma que nunca se llegaba a la cifra exigida, era imposible”, recuerda Mayka. Precisamente, 1957 es el año en el que han puesto el inicio de esta memoria colectiva.
Llegamos a la plaza de la Beata María Ana de Jesús, una de las rutas habituales de las manifestaciones que salían desde la zona sur industrial hacia Atocha o hacia la sede de los sindicatos verticales, hoy edificio del Ministerio de Sanidad, en el Paseo del Prado. Siguiendo su mapa rojo, llegamos a las tapias de la antigua cárcel de mujeres de Yeserías, actualmente el Centro de Inserción Social Victoria Kent, cuyo objetivo es apoyar la reinserción de las personas presas. “En el Franquismo, cuando las mujeres se casaban, debían abandonar el trabajo. Así fue hasta 1962 y a partir de ahí debían exigir el permiso del marido si querían hacerlo. Eso estuvo vigente hasta 1975. Así que, en esas décadas, las obreras eran muy jóvenes y, sobre todo, había muchas en el sector textil y de la confección. Cuando eran represaliadas, en los primeros años del franquismo, fueron a Ventas y cuando esa cárcel se cerró, las pasaron a la de Yeserías”, comentan.
Muy cerca sigue el edificio de lo que fue la fábrica de Induyco (la empresa de El Corte Inglés), hoy sede de sus oficinas en Arganzuela. Y la memoria de hace casi medio siglo se pone en marcha de nuevo: “La gran huelga de Induyco fue en 1976 – 1977. A las más reivindicativas las penalizaron llevándolas a una nave a las afueras a trabajar, hubo mucha represión laboral. Las acusaban de propaganda ilegal o reunión ilícita si las pillaban reunidas hablando de mejoras laborales. Era considerado sedición”, van contando las historiadoras.
Su proyecto presta especial atención al que fue el Plan General de Ordenación de Madrid de 1944, más conocido como Plan Bigador, cuyo objetivo era desplazar a los suburbios de la ciudad a todas las industrias, la población migrante y, en general, a las clases trabajadoras. “Los años 60 son el máximo exponente de esta planificación sustentada en una ideología clasista con el desarrollo de la industria en los polígonos suburbiales, en paralelo a la creación de los barrios y las colonias obreras”, señala Susana. “Así, los centros industriales se fueron desplazando a las afueras. Muchas eran empresas que nacieron a finales del siglo XIX. Los espacios que dejaron en el centro fueron pasto de la especulación inmobiliaria. Uno de nuestros colaboradores, que trabajaba en una siderurgia, comentaba que, a finales años 70, aunque su empresa era viable, al final se recalificó el suelo para construir viviendas y se cerró”.
Cerca de Atocha, la conversación da un giro para hablar de las protestas, manifestaciones y acciones de los trabajadores sindicados, como fueron los llamados saltos, momentos en los que grupos pequeños, en cualquier esquina, soltaban octavillas reivindicativas y desaparecían antes de que los grises (la policía) hicieran acto de presencia con las porras. “En otras ocasiones, aprovechaban la salida de las empresas para ir juntando a los obreros y las obreras hasta llegar ya a plazas como la de Carlos V en una gran manifestación”, recuerdan.
En todo el recorrido, no se encuentra ningún reconocimiento público, tipo placas conmemorativas, que contextualice el pasado de esas áreas residenciales, de organismos públicos o de oficinas que ocupan espacios en los que varias generaciones trabajaron y lucharon por sus derechos. “La mayoría de los lugares señalados en nuestra cartografía no tienen huella histórica en sus nuevos usos. Es un olvido aún mayor, si cabe, en los sitios de represión, como el caso de la Puerta del Sol”, denuncia Susana Alba.
En total, y hasta el momento, se pueden conocer 50 espacios de la historia obrera de Madrid a través de sus textos y de más de 120 imágenes volcadas en 52 páginas web. “Lo más complicado ha sido obtener los derechos de reproducción de las personas que salen en las fotografías. Muchas son de nuestro archivo y proceden de donaciones de personas particulares. De hecho, aún estamos abiertos a recibir más, porque queremos seguir ampliando su contenido. Nosotras seguimos esperando imágenes, que luego siempre devolvemos a quien las cede”, asegura Mayka Muñoz. “Es un ejercicio de memoria”.
Calle Áncora. Estamos llegando a final del camino propuesto. Allí, en el portal del número 38, estuvo el primer local importante del sindicato Comisiones Obreras. Era un piso de lo que sigue siendo un edificio residencial. “Los sindicatos democráticos ya recibieron algunos edificios, pero antes alquilaban para sus reuniones viviendas como las de aquí”, es el comentario al pasar por delante.
El deseo de ambas es que, de ahora en adelante, la Cartografía de la Memoria Obrera de Madrid sea útil a nivel educativo: “Queremos que se difunda lo más posible porque es importante conocer el pasado reciente. Creemos que puede ser muy útil a nivel educativo y está a disposición de quienes lo precisen de forma gratuita. Hemos dedicado un año a realizar este proyecto, unos cuatro meses a pleno rendimiento. Y toda aportación será bienvenida”.
Ya en Atocha, acaba una ruta que iniciamos en el blanco y negro y se vuelve de color.
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