Valeria Mata: “Deberíamos reintegrar mitos y ritos en la vida cotidiana”
Para Valeria Mata (Puebla, México, 1992, autora de ‘Todo lo que se mueve’) la escritura es un ejercicio siempre inacabado, una labor combinatoria o un ensamblaje de materiales diversos. “Una exploración en compañía”, señala la escritora y antropóloga social mexicana, que acaba de publicar ‘Plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro’ (Ediciones Comisura), un ensayo ecléctico que responde a preguntas como ¿qué es la originalidad? ¿Cómo ha cambiado el concepto de propiedad? ¿A quién pertenece una obra?…
La historia del ser humano ha sido más nómada que sedentaria. Los nómadas vivían en armonía con la naturaleza. No la dañaban, no esquilmaban sus recursos y transmitían a sus descendientes una sabiduría mítica y unos rituales que les hacían sentirse parte del alma del mundo. ¿Cuándo comenzamos a perder esta forma de mirar la vida, de sentirnos parte de ese organismo que es todo el universo?
Tal vez desde que empezamos a hacernos dueños de las cosas del mundo. O a relacionarnos con todo de forma instrumental y con distancia para controlar como si no formáramos parte de eso que queremos someter. Creo que eso genera un bloqueo de sensibilidad que empobrece los vínculos con otras presencias con las que cohabitamos. Pero aun inmersas en la crisis, la vida recomienza una y otra vez, y podríamos pensar que el nomadismo no es solo eso que hacían nuestras ancestras, sino una manera de pensar fuera de los límites o desestabilizar lo sedentario-rígido. Es decir, podemos ver el desplazamiento como un gesto crítico que nos haga salir de nuestras perspectivas consolidadas para imaginar otras formas de vida. Todavía podemos repoblar el mundo de vínculos, como dice Rita Segato.
El mitólogo Joseph Campbell aseguraba que los mitos eran pistas de las potencialidades espirituales de la vida humana. “Son historias sobre la sabiduría de la vida y lo son de verdad”, señalaba en ‘El poder del mito’, en un diálogo con Bill Moyers. Nuestra cosmovisión moderna ha eliminado toda forma de pensar mitológica, simbólica, mágica. Todo es razón, lógica. ¿Cómo cambiarían las cosas si reintegráramos toda esta sabiduría de vida?
No creo que todo pensamiento mágico se haya eliminado, si no, sería imposible habitar este mundo. Lo mitológico se asoma siempre por los intersticios. Hablar y jugar con niñas(os) nos da pistas para escapar del pensamiento lógico y cuadrado. Quizá Joseph Campbell respondería mejor, pero creo que reintegrar la narración y el mito en la vida cotidiana nos permitiría acercarnos de otro modo a las situaciones, los seres y las cosas, que casi siempre son enigmas ambiguos. Una mayor relación con la dimensión del mito haría que miráramos con más perplejidad lo incomprensible, en lugar de tratar siempre de abarcar la realidad mediante explicaciones y certezas.
Nuestra cultura occidental ha ido suprimiendo los ritos de paso, esos rituales iniciáticos en los que los miembros de esas comunidades tradicionales morían simbólicamente para renacer en otro estado biológico: pasar de la niñez a la madurez, de la soltería al matrimonio, el tránsito de la vida a la muerte… ¿Cómo ha sustituido hoy nuestra cultura estas formas de iniciación en la vida?
Me parece que en lugar de sustituciones, han ocurrido transformaciones. Seguimos celebrando cumpleaños, inauguraciones, despedidas, funerales, pero con menos conciencia de su carácter ritual o transicional. Aunque a veces nos empeñemos en vivir en un cosmos muy desacralizado, seguimos teniendo necesidad de ritualizar los cambios de un estatus a otro. Pero ha sucedido que los ritos de paso personales se han convertido en procesos tan individualizados, que a veces solo se realizan en la intimidad de la consulta o el diván psicoanalítico. Es como si la estructura de la vida urbana fuera incompatible con la lentitud, atención y cuidado colectivo que exige un ritual. Los ritos grupales permiten distribuir la gravedad del cambio entre muchas personas, pero cada vez más nos vemos obligados a afrontar las transiciones a solas, con símbolos privados. De todas formas, creo que –felizmente– todavía somos sensibles a esquemas o mensajes iniciáticos. Hace poco fue la noche de San Juan, por ejemplo, y celebramos la llegada del verano con fuego y agua y flores.
¿Cuándo se acaba un viaje?
Es difícil distinguir un inicio y un final en cualquier viaje, porque incluso después de morir seguimos haciendo tránsitos, ¿no? Atravesaremos los cuerpos de criaturas que se alimentarán de nuestra carne. Y muchas culturas hicieron máscaras funerarias que se colocaban encima del difunto con la intención de crearle un nuevo rostro para el viaje al otro mundo. Otra cosa interesante que decía Ryszard Kapuściński –el periodista que viajó intensamente por el continente africano– es que el viaje no empieza cuando nos ponemos en ruta ni acaba cuando alcanzamos el destino, sino que en realidad, empieza mucho antes y prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de sitio.
Dices que muchos de los días más entrañables que has vivido en tu vida han transcurrido en los hoteles. Aseguras que a veces te entusiasma más conocer un hotel que la ciudad donde está ubicado. Los hoteles son lugares de paso, un espacio transitorio, un territorio liminal… ¿Qué encuentras en ellos para sentirte como en casa?
Paradójicamente, encuentro comodidad en esas zonas de indeterminación o en esos territorios que no me pertenecen y, sin embargo, habito o cuido provisionalmente. Hay en ellos una hospitalidad temporal que agradezco. Es interesante que en lugares desacostumbrados pueda hacerse algo tan íntimo como dormir, y que esos espacios nos hagan desnaturalizar nuestros entornos más conocidos o dudar de lo familiar.
Muchos escritores han vivido en hoteles: Cioran, Nabokov, Joseph Roth o el propio Macedonio Fernández, que, cuando murió su esposa, decidió vender sus propiedades y se quedó viviendo casi 30 años en habitaciones de hotel y casas de amigos. Ricardo Piglia iba a veces a escribir a un hotel para terminar un libro porque le ayudaba a poner en suspenso la vida cotidiana. ¿Quiénes somos en verdad en los hoteles?
Añado a una escritora, Annie Ernaux, que dice que la habitación de hotel, con su doble fugacidad, la del espacio y la del tiempo, es el lugar idóneo para sentir el dolor del amor. Y que, al mismo tiempo, siempre ha tenido la impresión de que “hacer el amor en un hotel carece de consecuencias porque, en cierta manera, en él no somos nadie”. Así contestaría a tu pregunta: Quizá en los hoteles sea posible dudar de la vida personal. Quizá en verdad no seamos nadie.
Acaba de reeditarse en España una obra que escribiste hace unos años: “Plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro”. Comentas que uno de los propósitos de estas páginas es que sean plagiadas, copiadas, manipuladas, reescritas y robadas con libertad. “Eso, afortunadamente, ha sucedido. Hay quienes lo han fotocopiado para entregarlo a sus alumnos, otros lo han clonado para regalarlo a una amiga”. ¿Qué es para ti la escritura?
Un ejercicio siempre inacabado, algo que está en camino y se modifica a medida que otros cuerpos y voces se insertan en ella. La pienso como una labor combinatoria o un ensamblaje de materiales diversos. Y también, sobre todo, como una exploración en compañía.
¿La originalidad es un plagio mal detectado?
Para no llevarlo por el terreno de la detección, que hace pensar en técnicas detectivescas, diría que la originalidad es, como esa frase de Nietzsche, una ilusión de la que se ha olvidado que lo es. Y que habría que hacer eso que recomienda Silvia Rivera Cusicanqui con las cosas que parecen verdaderas: desarmarlas para saber cuál es su magia, para que no nos hipnoticen.
La era digital ha distorsionado la idea de autoría. Escribes: “Todos los que participamos en la red contribuimos a la mutación e interpretación de la corriente textual, construimos significados culturales y establecemos relaciones con lo audiovisual, generando un nuevo régimen simbólico”. ¿El concepto de autor ha quedado obsoleto?
Sí, creo que el flujo constante de contenidos que posibilita el mundo digital ha hecho que las nociones de autenticidad unificada o genialidad personal no sean tan pertinentes. Surgen otras formas de escritura que aún estamos aprendiendo a leer y que son producto de otra era histórica, de prácticas sociales y tecnológicas distintas a las que dominaban antes. Hay un sinfín de proyectos en los que la autoría pierde sus límites claros porque se trabaja en red, con materiales preproducidos y disponibles para su manipulación. Por otro lado, está bien no olvidar el hecho de que el internet no es una herramienta neutral y que, como dice el grupo Laboria Cuboniks en su manifiesto, la tecnología no es intrínsecamente progresista. O sea, sus utilizaciones son inseparables de la cultura, e idealmente la innovación tecno-científica debería estar conectada a un pensamiento teórico y político colectivo.
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