El valioso mercado de las reediciones de discos, de Motörhead a Nacho Vegas
Pese a los tiempos, aún queda un remanente importante de degustadores que aprecian el crujido de la aguja de vinilo, hojear las fotos y textos de un disco-libro o maravillarse del contenido de una caja de cd’s. Indagamos en el vasto y orfebre mercado de las reediciones y rescatamos unas valiosas muestras hechas para gozo de nostálgicos, coleccionistas y completistas. Tres disco-libros (Keith Richards, The Kinks y Motörhead), dos cajas (Black Sabbath, Nacho Vegas) y dos vinilos (Los Enemigos).
Nos adentramos, con unos preciados botones de muestra, en el mundo de las reediciones de discos, que aun hacen las delicias de los oyentes más experimentados. Un mercado que no cesa a pesar de que hace una década se anunciase a bombo y platillo el hundimiento de la industria discográfica, dado que las cifras de ventas de discos físicos caían estrepitosamente frente a la nueva y pujante manera de escuchar música, el streaming. La música, infinita, prácticamente gratuita, alojada en la nube, ha venido siendo desde entonces la nueva forma de consumo, y toda una nueva generación de oyentes casi miran raro, extrañados, a quienes dan valor a la música enlatada en sus diferentes formatos.
The Kinks. Lola Versus Powerman and the Moneygoround, Part One.
Este fue el octavo álbum de la banda liderada por Ray Davies y uno de sus discos importantes, que obtuvo ventas reseñables esencialmente por el tirón del single Lola, canción icónica donde las haya. El trabajo se gestó en una época de convulsiones internas, habían tenido problemas para girar por Estados Unidos y en el seno de la banda se producían cambios de personal y, pese al tratamiento semi-conceptual en la temática, que versa sobre la industria musical y sus interioridades con canciones dedicadas a editores, sindicatos, prensa, directivos discográficos o la vida de carretera, el disco es tremendamente variado y refleja de manera fidedigna el cambio sónico que supuso pasar de los jubilosos sesenta a los más acerados setenta. Un material donde se da la mano el folk inglés y el pop-rock psicodélico, y se hacen paradas en el british-music-hall (Denmark Street, The Moneyground), las baladas poderosas (This time tomorrow, A long way from home, Get back in line) y el hard-rock (Rats, Powerman), territorio este último en el que se movían de manera elegante y certera, pues habían sido uno de los pioneros del género. Al contenido del disco, en estero y remasterizado en 2020, se le suman algunas canciones extraídas del álbum y aparecidas en single, con su propia mezcla y en mono (Lola, Apeman, Rats, Powerman).
El segundo cd contiene casi el mismo material que el disco original y en el mismo orden, pues únicamente no está Denmark street, que es sustituida por Any time y he Good life y además se añade al final Marathon, pero todo el disco está reconstruido con versiones alternativas: remezclas actuales que no varían sustancialmente los originales (Strangers, Top of the pops, Rats, Powerman), versiones alternativas (The moneyground, This time tomorrow y un instrumental de The Contenders), tomas editadas aparecidas en la serie de televisión Play for today (Got to be free) y versiones en directo (Get back in line, A long way from home y un curioso Lola acompañados de la Orquesta Nacional de Cámara Danesa y el Conjunto Vocal Nacional Danés). En el libro, el reputado crítico Andy Neill cuenta, en inglés, toda la gesta de la creación y el desarrollo del disco con intervenciones de Ray y Dave Davies.
Motörhead. Ace of spades.
El disco totémico de la banda del británico Ian Lemmy Kilmister ha envejecido en impepinable buena forma, no pasan los años por el As de espadas, que conserva intactos sus encantos de bruta genialidad y sigue poniendo las pilas con su hard-rock áspero, tremebundo y vitalista. Grabado en 1980, era el cuarto disco en estudio de Motörhead, que entonces se defendía con la formación más clásica que tuvo el trío: Lemmy al bajo y la voz, Eddie Fast Clarke a la guitarra y Phil Animal Taylor a la batería. Si en los tres discos anteriores, nacidos en plena eclosión punk, Motörhead (nombre que en la jerga de calle hacía referencia al consumidor de anfetaminas) enseñó los dientes mostrando una actitud vital y sónica que era un camino, un way-of-life en sí mismo, con Ace of spades dieron en la diana de su propio sonido y el acierto compositivo. Destaca especialmente la canción que da título al álbum, una de esas composiciones que funcionaría igual de bien interpretada en acústico o acompañada de una orquesta clásica, tal es su melódica y modélica hechura, pero el disco se completa con unos temas tan monolíticos como vibrantes, tan sencillos como poderosos y contagiosos, que encierran más sabiduría y cultura de rock de la que pretenden aparentar en su desaforado rugido: Love like a reptile, Shoot you in the back, Fast and loose, We are the road crew, Bite the bullet o The hammer se convertirían en indispensables de su repertorio para el resto de su carrera.
El segundo cd que acompaña la entrega, Riders wearing black, lo compone un directo grabado en White Hall de Belfast el 23 de diciembre de 1981, con un repertorio centrado en el Ace of spades, pero que suma las canciones más celebradas de sus primeros discos (Motörhead del homónimo debut, Overkill, Stay Clean, Capricorn y No Class del Overkill, Bomber del disco del mismo nombre y Too late, too late del EP The golden years); el sonido es bueno y entre tema y tema se deja entrever esa relación entre Lemmy y su público: somos-unos-hijos-de-puta-vosotros-también-todos-lo sabemos-y-lo-vamos-a-pasar-de-puta-madre. El directo guarda una relación hermanada con el No Sleep ‘til Hammersmith, su emblemático disco en vivo, que se grabó en esa misma gira. El libro, firmado por Kriss Needs, crítico británico editor de la revista ZigZag, cuenta cómo el productor Vic Maile, que ya había trabajado con The Animals, Hendrix, Clapton, Led Zeppelin o The Who, supo meterles en vereda y simplificar, agudizar y mejorar las canciones que traían Lemmy y sus muchachos; en algún momento del texto se lamenta, y con razón, de que ninguno de los protagonistas siga vivo.
Keith Richards and the X-Pensive Winos. Live at the Hollywood Palladium. December 15, 1988.
A Keith le costó atreverse a publicar un disco en solitario, y solo lo hizo a despecho después de que Mick sacase She’s the boss (85) y Primitive cool (87), estrenándose con Talk is cheap (88), a cuya gira de presentación pertenece este directo, que originalmente salió tres años después de haberse grabado. En su haber tiene la propia esencia Richards, su cante de lija y los incisivos riffs de su guitarra, con la característica y blusera afinación abierta en sol, amén de unos acompañantes de auténtico lujo, los X-Pensive Winos: Steve Jordan (Stevie Wonder, The Blues Brothers, The Rolling Stones) a la batería, Waddy Wachtel (Ringo Star, James Taylor) a la guitarra, Bobby Keys (The Rolling Stones, Joe Cocker, George Harrison, John Lennon) al saxo, Charley Drayton (The Rolling Stones) al bajo, Iván Neville (Neville Brothers, Bonnie Raitt, The Rolling Stones) al teclado y Sarah Dash (Patti Labelle) a las voces. El principal hándicap es el sonido, descompensado y embarullado: quizás Keith tuviese en la cabeza el mágico desorden de una producción como Exile on Main Street, pero la grabación y mezcla de Don Smith (Tom Petty, U2 o Bob Dylan) no estuvo nada fina.
El repertorio se basa en su citado debut en solitario: Take it so hard, How I wish, I could have stood you up, Make no mistake, Big enough, Whip it up, Locked away, Struggle y Rockawhile, más cuatro perlas del cancionero Stone, dos versiones ya acometidas por sus satánicas majestades: Too rude, que ya cantase Keith en Dirty Work (de Sly & Robbie) y Time is on my side (de Norman Meade) y dos propias del tándem Jagger/Richards: Happy, ya cantada por él en el Exile y quizás el tema más celebrado, y Connection, que ya cantase a medias en el original Between the buttons. Cualquiera de las versiones aquí ofrecidas palidece ante su versión original en estudio y no es que le falten agallas y actitud, que de eso siempre ha ido sobrado, es que el sonido no está a la altura. El libro contiene un texto donde Kurt Loder, editor jefe de la revista Rolling Stone en los años ochenta, explica el proceso de gestación del directo, en inglés y en incómodas mayúsculas, unas pocas fotos y los créditos detallados de una noche que, para los que estuvieron allí, debió de ser irrepetible. Lástima que esa magia no sea siempre fácil de trasladar al posavasos.
Los Enemigos. Perfectamente.
Reeditado en vinilo de 180 gramos, que incluye dentro el cd, y sin ninguna canción extra, el debut del entonces trío Los Enemigos apareció en 1986 y fue producido por Paco Trinidad, que ya había trabajado con Ejecutivos Agresivos y Siniestro Total y que se fijó en aquellos muchachuelos que deambulaban por los bares de Malasaña haciéndose pasar por simpáticos borrachuzos (véase el título, la portada de ellos en una barra de bareto y el logo del porrón-guitarra), con mucho blues y rock and roll entre pecho y espalda, y cuyo cantante, Josele Santiago, daba que hablar como avezado y gustoso guitarrista de rhythm and blues y pub-rock frenético y etílico.
Es, con diferencia, el disco más eclético de Los Enemigos, si es que esa palabra tiene sentido en su mundo, tal vez el único con un material entre sí dispar. Exceptuando los cinco instrumentales: el surfer-rock de El ataque de los hombre Bruster y Mátame camión, el rock-a-billy de Velardestrit bugui y Jacobo que te adobo (la coña) y el cover Plis plis mi (el Please, please, me de The Beatles), el resto del disco lo componen canciones de muy corta duración donde el humor, que camina entre lo satírico y lo delirante, predomina en el discurso. El bajista Robert Arbolea canta El tren de la costa, adaptación de Los Sirex del The train kept a rollin’ de Johnny Burnette y el baterista Artemio se hace cargo de las voces de Juan Valdés, que viene a ser una coña a costa de un anuncio de la época sobre café colombiano, y la tradicional Gabrielle, cantada en una especie de francés y que al parecer entonaban en sus noches de borrachera; el resto son acometidas por la peculiar voz de urbe y cazalla de Josele, que mantiene el tono de humor negro y blues-rock de alto voltaje: Fuagrás o cómo comerse al abuelo; Florinda o la mujer a la que ya nadie toca; La paella o el tipo que por mear en una paellera le ajusticiaron; Dono mi cuerpo con su jocoso verso “y al que le toque la minga… que la use más que yo” y la adaptación del Show me de Joe Tex convertida en la descreída desenamorada Dónde. Cuando la música se relaja, Josele aprovecha para hablar de amor, sea por complejo de inferioridad o por querer trajinar en el campo o en la ciudad, como en el medio tiempo Complejo y el blues rural Tengo una casa.
Los Enemigos. Un tío cabal.
Reeditado, al igual que el disco debut, en vinilo de 180 gramos, con cd en el interior y sin cortes extra, el segundo trabajo de estudio de los madrileños, grabado originalmente en 1988 de nuevo con Paco Trinidad, supone un salto cuantitativo en el grupo por al menos dos motivos: primero, porque la formación se afianza con Josele Santiago, Fino Oyonarte al bajo y Chema Animal Pérez a la batería, y así se ha mantenido hasta nuestro días (años después se añadiría otro guitarrista, pero en este trabajo se cuenta con la colaboración de Ángel Muñoz Reverendo al piano y el hammond) y segundo porque Josele va encontrando su lugar como compositor y letrista, hecho que lo encumbraría a ser considerado una de las personalidades más singulares, válidas y certeras del panorama. Sin dejar de lado la socarronería, esta vez la cosa se pone más seria, como ya avisa el rinoceronte de la portada. Algunas canciones han terminado por convertirse en clásicos, no solo de su repertorio, sino del cancionero del rock patrio como Yo, el rey, John Wayne y ¿No amanece en Bouzas? El resto del material, que camina siempre entre el rock urbano de riff canalla y el rock de autor de mirada pícara y picaresca filosofía, se maneja bien en la primera persona irónica: Soy un ser humano, Un tío cabal, Qué bien me lo paso; en un nosotros como parroquianos de barra: Afición; y en un tú acusador que tanto vale para descerebrados (Sanchidrian), ecologistas vegetarianos (No protejas) o aquellos que van de listos (Boquerón).
Black Sabbath. Paranoid Super Deluxe.
Cuatro cd’s contiene la caja, además de un póster con la banda a la puerta de una iglesia, un libretillo con texto original de la discográfica Chrysalis presentando al novel grupo y un libro con portada de tapa dura, de medio centenar de páginas, escrito -en inglés- por el periodista de la Rolling Stone Kory Grow, que relata el nacimiento de una banda de origen proletario en la deprimida Birmingham de post-guerra, con intervenciones de los miembros fundadores e incluso de un par de componentes de Judas Priest, resaltando así la decisiva influencia que Los Sabbath tuvieron en el heavy metal posterior. El primer y el segundo cd son la versión mono y estéreo de Paranoid, su segundo y aclamado disco, que podría antojarse algo simple en su propuesta, máxime teniendo en cuenta el desarrollo posterior del genero heavy, pero que, contextualizado, luce sus encantos como innegable piedra fundacional.
En Black Sabbath se acusa aun menos que en sus coetáneos, apenas anteriores, Led Zeppelin y Deep Purple, la deuda con el hard-blues y su discurso es primigenia pero netamente heavy metal: la manera de cantar de Ozzy Osborne, con esas letras teatrales y tétricas, de ocultismo y terror, los repetitivos riffs monolíticos de dedos rápidos de Tony Iommi, la base machacona, obsesiva y oscura de Geezer Butler (bajo) y Bill Ward (batería). El contenido, una decena de canciones que asentaron las bases del género y dejaron como poco un trío de joyas imperecederas: la distópica Iron man, la psicótica Paranoid y la anti-militar War pigs. El tercer cd es un directo grabado en el Casino de Montreux en agosto de 1970 y el cuarto una grabación para televisión en el Teatro 140 de Bruselas en octubre del mismo año. Ambas actuaciones, con un sonido algo oscuro pero más que decente, basan su repertorio en el contenido de Paranoid e incluyen tres temas: Black Sabbath, N.I.B. y Behind the wall of sleep de su disco debut.
Nacho Vegas. Oro, salitre y carbón.
El asturiano despide su etapa con el sello, plataforma de autoedición, Marxophone y saluda su nueva discográfica, Oso Polita, reuniendo en un doble cd canciones esparcidas fuera de sus discos oficiales en su última y desbordante década creativa: los seis temas del EP Cómo hacer crack (2011), los cinco de Canciones populistas (2005), las dos caras B de los singles La gran broma final (2011) y Actores poco memorables (2014), el single digital A les rexes de la cárcel (2019), seis temas inéditos grabados en los dos últimos años, tres en directo, las aportaciones a los discos colectivos Besitariu II y Veinte años de Ecologistas en Acción y una del documental Lluz d’agostu en Xixón. Lo mejor de todo es la cohesión e integridad del trabajo, sobre todo en el primer cd, que lo hace funcionar en todo momento como si de un disco al uso se tratase, sensación a la que contribuye el sonido homogéneo, personal y reconocible del que Nacho dota a sus composiciones: su forma de cantar, casi recitando al borde del hilo de voz; el discurso politizado sin caer en la proclama de arenga fácil o, si lo hace, escapando de ella con elegancia; la propia musicalidad de las canciones, donde se da valor al espacio y se sobrecarga sin ser cargante capas sónicas y arreglos de guitarras, pianos y coros.
Entre las canciones destacan dos himnos que sonaron mucho en la España del 15-M: Cómo hacer crack y Canción para la PAH (con parte de letra basada en un poema de Gloria Fuertes) y se descubren otras que bien debiesen ser obligados hits de su basta carrera por lo tremendamente pegadizas: Me lo dijo un ángel, Vinu, cantares y amor, Fabulación, No me voy a Marte. También está muy fino en las versiones Ámenme, soy un liberal, adaptación de Phil Ochs, Arriba quemando el sol, de Violeta Parra, y la tradicional asturiana El Carmín de la Pola, así como en la recreación de temas propios aparecidos en sus discos grandes: Lluz d’agostu en Xixón, originalmente en castellano en Resituación; La última atrocidad, cantada en Violética con Cristina Martínez de Boss Hog y aquí con Cristina Martínez de El Columpio Asesino, y La pena y la nada, también en directo en el Circo Price, rescatada del disco a medias con Bunbury El tiempo de las cerezas. Para mayor deleite, el resto de los temas (exceptuando quizás la intro instrumental que da título a la caja, la algo insustancial Mi novio es bobo, cantada por Fee Reega, y la infantil Hipopótamu Llambionótamu) son todo menos relleno, sean medios tiempos folkies o pop-rock espacial, auténticas lecciones de cómo encarar el arte de hacer canciones, a veces casi como ejercicios literarios, sin caer nunca en otro sitio que no sea más que el preciso, precioso y preciado mundo propio.
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