Vamos a la ‘frutería del bosque’: la despensa de la vida

Madroño con sus frutos. Foto: Javier Rico.

Sin los frutos del bosque, nuestra alimentación daría un vuelco y se empobrecería notablemente. Las manzanas, cerezas, peras, almendras, fresas o arándanos de nuestra cesta de la compra proceden de variedades domesticadas –“copiadas”– de las se encuentran en el interior o las lindes de bosques. Y aún hoy aprovechamos castañas, piñones y bellotas extraídas directamente de ellos. Por supuesto, mirlos, petirrojos, urogallos, lirones, osos, algunos reptiles y murciélagos e innumerables invertebrados dan también buena cuenta de esta reserva frutal, ayudan a dispersarla y componen redes tróficas indispensables para la conservación de los bosques. Una razón más para protegerlos.

Es raro el catálogo de flora amenazada de una comunidad autónoma que no incluya entre las especies de sus listas a cerezos, ciruelos, perales o manzanos silvestres. También hay acebo, tejo o serbal de los cazadores, fuente de alimento animal y aprovechamiento comercial por parte de los humanos. Por mucho que los conservemos en bancos de semillas –algunos ultra-congelados y considerados auténticas arcas de Noé– es esencial que permanezca vivo el tronco original de nuestras variedades de frutas domésticas para mantener los bosques y nuestra alimentación, que se diversifica en mermeladas, zumos, licores, compotas, tartas…

“Los alimentos procedentes de los árboles son fuentes ricas en vitaminas, minerales, proteínas, grasas y otros nutrientes. Además, suponen una red de seguridad para los hogares rurales como respuesta a las crisis alimentarias y para cubrir las carencias estacionales. Por lo tanto, los bosques respaldan tanto la seguridad alimentaria como la nutrición”. Así se expone en un trabajo de investigación previo al simposio internacional Bosques y Alimentación. Desafíos y Oportunidades que tuvo lugar en noviembre de 2022 en Seúl (Corea del Sur).

A la cabeza de los estudios científicos y del conocimiento popular sobre los valores nutricionales de esta despensa forestal están directamente los denominados frutos del bosque o frutos rojos, derivados sobre todo de su alto contenido en antioxidantes y vitamina C. “Comer fresas, cerezas, arándanos y otras frutas del bosque ayudan a mantener la agudeza mental y a reducir la pérdida de memoria”, titulaba la BBC un artículo en 2012 basado en las conclusiones de un estudio del Brigham and Women’s Hospital de Boston (Estados Unidos). Cierto, la gran mayoría de estos frutos proceden de cultivos, pero ya sabemos dónde está su origen; por lo tanto, volvamos a él.

Bellotas en las encinas de El Boalo. Foto: Javier Rico.

Bellotas en las encinas de El Boalo, Madrid. Foto: J. Rico.

Delicias para el oso pardo

El bosque no son solo los árboles, sino toda la amplia red de seres vivos que lo componen. Cojamos, por ejemplo, un sotobosque cualquiera, el de un bosque de roble melojo o rebollo del municipio de Riaza, en Segovia, y vamos con la lista de plantas con frutos comestibles para todo tipo de fauna, humana incluida: acebo, maguillo o manzano silvestre, serbal, endrino, majuelo o espino albar, zarza, rosal silvestre, enebro o jabino, gayuba, fresa silvestre, frambuesa y arándano o navia. A ello hay añadir brezo, estepa, jara, retama blanca y negra, piorno, brecina, helecho, menta poleo, orégano, gamón, manzanilla común, té de Benasque, tomillo mejorana, diente de león, setas, musgos, líquenes…

Y en esa red, dentro de los bosques cantábricos se incluye al animal terrestre salvaje más grande de España, el oso pardo. Tanto se le incluye que el nombre científico, Arctostaphylos uva-ursi, de una de las especies citadas en los rebollares de Riaza, la gayuba, se traduce literalmente como uva de osos, por lo apetecible que le resulta al plantígrado. Desde 1988, el Fondo Asturiano para la Protección de los Animales Salvajes (FAPAS) trabaja en la recuperación y mantenimiento de este mosaico forestal que incluye árboles frutales para el oso. Su famosa campaña, que comienza en 1992, se llama así: Frutos para el Oso.

Hace un año, FAPAS actualizaba este trabajo con las plantaciones en el valle de Polaciones (Cantabria) para favorecer e incrementar la productividad de frutos en los hábitats y ecosistemas naturales y forestales con presencia de oso pardo, para que dispongan de alimento y así impedir que se acerquen a los entornos rurales, pueblos y aldeas a consumir frutas. Y matizaban: “La actividad y trabajo científico comienza con la búsqueda y recogida de los mejores frutos, para obtener de ellos las semillas. Son  frutales que ya de por sí son silvestres, es decir, no han sido plantados ni proceden de variedades injertadas”.

Plantar para comer y dispersar

También saben de esto en la asociación Reforesta, que desde 1991 ha puesto en marcha casi medio centenar de proyectos de reforestación. Miguel Ángel Ortega, su fundador y director, recuerda: “En nuestras plantaciones tenemos muy en cuenta lo relacionado con la alimentación de la fauna y también con la polinización”. Buena parte de las 50 especies de árboles y arbustos que plantan dan frutos útiles para la fauna. “Aparte de las bellotas, que es a más largo plazo (10-12 años), plantamos manzano, enebro, cerezo, acebo, serbales de distintas especies, aligustre, cornejo, bonetero, endrino, espinos negro, albar y cerval, rosal silvestre, jazmín silvestre, torvisco… En general, cada árbol o arbusto tiene su clientela, que además contribuye a la dispersión y germinación de las semillas, especialmente de aquéllas que necesitan pasar por el tracto digestivo de un animal para romper latencias”.

Algunos de estos frutos son esenciales no solo para el oso que acumula grasa antes de su hibernación y para la familia, oseznos incluidos, que sale a la luz en la primavera ávida de alimento. Aves como currucas, zorzales, mirlos, trepadores, petirrojos y carboneros buscan incesantemente bayas y frutos secos entre esta frutería natural, especialmente en época de escasez de otros alimentos. Hasta el mosquitero común, muy presente en invierno entre la fauna peninsular y cuyo nombre delata su dieta, echa mano de pequeños frutos para completar su alimentación invernal.

Entre los bosques cantábricos y pirenaicos que frecuenta el oso hay un ave, el urogallo, que se pirra por otros frutos, los arándanos. La relación es tan estrecha que sus distribuciones son casi coincidentes. Según Josep María Espelta, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), “en la delicada situación que vive el urogallo se juntan varios factores, entre ellos el cambio climático y la destrucción de su hábitat, por lo que la adecuada gestión de los bosques es crucial, ya que necesita espacios abiertos para establecerse y aprovechar especies con frutos que se dan en ellos. Si dejas de gestionar los bosques, se cierran y desaparecen muchos arbustos que necesitan luz para crecer”.

Plagas que afectan al bosque y a las personas

Espelta centra sus investigaciones en la interacción entre los cambios en los usos del suelo y el impacto del cambio climático, en particular en el contexto de la expansión de bosques tras el abandono rural y el descenso de la gestión forestal. Y entre estos estudios surgen otras anomalías en la disponibilidad y producción de frutos, como las plagas, que afectan directamente a la alimentación humana y a la economía de zonas rurales: “Es el caso del castaño y la avispilla del castaño (Dryocosmus kuriphilus)”, señala Espelta, “que sufren especialmente en Galicia y algo en Extremadura; y del pino piñonero y la chinche americana (Leptoglossus occidentalis), que en los últimos años ha hecho estragos entre los pinares”.

“El descenso de la producción de piñón en el Mediterráneo causada por los daños de Leptoglossus occidentalis es de un 80%”, concluía el Grupo Operativo Pinea (GO Pinea) a comienzos de 2023 en la presentación de sus resultados. Los grupos operativos los forman diferentes agentes del medio rural para desarrollar y ejecutar un proyecto Innovador dirigido a encontrar una solución a un problema compartido. La plaga supone un grave problema para España, ya que de las 700.000 hectáreas de superficie mundial ocupada por el pino piñonero, 470.000 están en nuestro país.

Serbal de los cazadores en Pineda de la Sierra en la Sierra de la Demanda. Foto: Javier Rico.

Serbal de los cazadores en la Sierra de la Demanda, Burgos. Foto: J. Rico.

Soluciones ante los problemas de la ‘frutería forestal’

Afortunadamente, los resultados del GO Pinea dejaron también la puerta abierta a la esperanza para salvar la producción de piñón ibérico: ”Integrar todas las herramientas e innovaciones experimentadas durante más de dos años y combinarlas de forma coordinada: genotipos diferentes procedentes de bancos clonales, recogida masiva de ejemplares para su estudio, modelos predictivos con datos en cantidad y fiables, tratamientos fitosanitarios con productos autorizados de demostrada eficacia e inocuos para el medio ambiente y el consumo humano, planta injertada, buenas prácticas y adecuado manejo de podas, claras y desbroces selectivos para mejorar la producción y salvar nuestras masas de Pinus pinea”.

La globalización, el ir y venir continuo de mercancías por todo el mundo, favorece la expansión de estas plagas que afectan a los frutos del bosque, pero Espelta no quiere que se pierda de vista al cambio climático y el calor y la sequía que propicia: “Como ocurre con el resto de seres vivos, si hay escasez de recursos básicos como el agua, lo primero que hacen las plantas es limitar la reproducción y luego el crecimiento, para facilitar su mantenimiento, por lo que merma la producción de frutos. Esto se nota incluso en los cultivos, como los olivos”. Los olivos, precisamente otros parientes domésticos de frutales silvestres, en este caso el acebuche.

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