Vanessa Winship: la esencia humana frente a lo volátil de fronteras y credos
“Fotógrafa de la condición humana”, así se define Vanessa Winship, la primera mujer ganadora del Premio Henri Cartier-Bresson, además del primer premio de la categoría ‘Stories’ de World Press Photo (1998 y 2008) y el premio ‘Descubrimientos’ de PhotoEspaña2010. Su retrospectiva ha inaugurado la nueva sala de exposiciones Bárbara de Braganza de la Fundación Mapfre: 188 imágenes, la mayoría en blanco y negro, que resumen el trabajo de esta fotógrafa inglesa en territorios que muestran un pasado reciente inestable y oscuro, y lo volátil de las fronteras e identidades.
“Un viaje circular a través del siglo XX en el que reflexiona sobre cómo han quedado los territorios y las personas tras los acontecimientos históricos de los últimos años y lo volubles que son las fronteras”. Eso es para el comisario Carlos Martín esta exposición.
Vanessa Winship (Barton-upon-Humber, Reino Unido, 1960) se formó en los años ochenta en la Polytechnic of Central London, coincidiendo con el momento en que el pensamiento posmoderno inundaba la práctica de la fotografía y la cultura. Eso se refleja en su idea de centrarse en la identidad y vulnerabilidad del cuerpo y dejar a un lado los aspectos más documentales. “He vivido y trabajado en la región de los Balcanes, en Turquía y en el Cáucaso durante más de diez años. Mi trabajo se centra en el punto de cruce entre la crónica y la ficción, explora ideas relacionadas con conceptos como frontera, territorio, memoria, deseo, identidad e historia. Me interesa tanto el relato de la historia como las nociones de límite y periferia. Para mí, la fotografía es un proceso de alfabetización, un viaje hacia el entendimiento”, escribe Winship.
Sobre la utilización del blanco y negro, Winship hace una declaración de intenciones: “El blanco y negro nos dice que es una fotografía lo que estamos viendo, pero, al mismo tiempo, que es una foto de la realidad. Esta elección formal constituye un maravilloso instrumento de abstracción que nos permite movernos entre el tiempo y la memoria”.
La exposición se divide en siete series realizadas en sus viajes, sobre todo por Europa del Este. Desde el primero a los Balcanes en 1999 hasta su trabajo reciente en Almería en enero de 2014.
‘Estados y deseos imaginados. Travesía de los Balcanes’ (1999-2003). A finales de los años 90, coincidiendo con el conflicto bélico de la ex-Yugoslavia, Vanessa Winship recorrió Albania, Serbia, Kosovo y Atenas, y fotografió la tragedia del éxodo de refugiados albano-kosovares desde Serbia hacia países vecinos. Es una recolección de instantes que reflejan la volatilidad de las fronteras, etnias y credos, y que muestran que no es el territorio el que alberga la identidad, sino que es la persona quien la transporta consigo. La fotógrafa suele acompañar sus imágenes de escritos, a veces breves, una rápida descripción, otras todo un relato. Sobre estas imágenes, escribe: “En Albania y en Kosovo la historia ha dejado su huella tanto en el paisaje físico como en la psique de la gente que habita esas tierras de contrastes, de gran belleza, pero heridas y destruidas por fuera y por dentro”.
‘Mar Negro. Entre la crónica y la ficción’ (2002-2010). En 2002 se traslada a la zona del Mar Negro y recorre durante ocho años los países que lo bordean: Turquía, Georgia, Rusia, Ucrania, Rumanía y Bulgaria. “Para mí la única frontera natural es el propio mar, todas las demás son límites construidos por el ser humano. Esta serie trata sobre la gente que habita seis países cuyas vidas están conectadas por un extenso mar interior. El propio mar ha separado a los pueblos y sus culturas, pero también los ha unido”. Su trabajo se centra en lo que permanece y sobrevive al devenir político: los rituales colectivos, los medios de transporte, los espacios de ocio y el tránsito de seres humanos en torno a las costas.
‘Sweet nothings: escolares de la Anatolia oriental’ (2007). En este periplo por los territorios de la Europa oriental, una de las series más importantes es este conjunto de retratos de escolares que realizó en la zona rural del Este de Anatolia, un área fronteriza con Georgia, Armenia, Azerbaiyán e Irán.
Winship lo describe así: «Una imagen que me sorprendía allí donde iba era la de las niñas que iban al colegio con sus uniformes azules, los mismos en todas las ciudades y pueblos. Esos uniformes con sus cuellos de encaje y sus tiernos mensajes bordados en el canesú eran el símbolo del Estado turco. Al realizar los retratos a las escolares, quise proporcionarles un espacio en el que todas se sintieran importantes delante de una cámara. Todas las fotos se hicieron a la misma distancia, en un intento de tratar a todas por igual». Por su parte, el comisario, Carlos Martín, señala sobre esta serie: “Lo que le interesó sobre las niñas que recorrían caminos rurales en grandes caminatas para llegar al colegio era ese contraste entre el uniforme, como algo que une y uniforma, y la diversidad de rasgos de las niñas en una zona donde se mezclan rasgos caucásicos, persas, mongoles. Sweet nothings significa algo así como palabras de amor sin mucho contenido, y se refiera a cómo, para personalizar el uniforme, estas niñas bordan flores, corazones o mensajes en inglés (love letter). Muchas de las frases están en inglés porque las han sacado de revistas extranjeras, aunque no sepan su significado. Lo que les interesaba era la grafía, el elemento decorativo. Yo creo que de ahí se desprende una reflexión más política, de cómo esos pequeños gestos, quizá inconscientes, de las niñas o de sus madres implican cierta rebelión frente a la uniformización, a lo que implica el uniforme”.
‘Georgia. Semillas que el viento lleva’ (2008-2010). Georgia, otra de las regiones bañadas por el Mar Negro, es el escenario de otra se sus series. En ella la artista se centra fundamentalmente en la reflexión en torno al retrato, sobre todo de jóvenes y niños, en su mayor parte individuales, pero a veces también en grupo o en pares del mismo sexo. Estas imágenes se combinan con un conjunto de fotografías coloreadas que acompañan las lápidas de un cementerio (y que son las únicas imágenes en color de la producción de Winship). Los paisajes y pizarras que completan este trabajo evocan una muerte prematura. Esta serie guarda un valor clave en el trabajo de Winship por la combinación de paisaje y retrato como lugares en los que quedan inscritas las huellas de la identidad, la historia y el presente. “Este es el lugar en el que le compro a una especie de mensajera las semillas de la imaginación, envueltas en trozos de papel de un manuscrito de música antigua hasta que el viento y la lluvia se las llevan. En las calles veo por todas partes sus restos, las cáscaras vacías de las pipas de girasol que venden las ancianas en las esquinas” (Winship).
‘She Dances on Jackson. Estados Unidos’ (2011-2012). La fotógrafa británica no siempre trabajó en el Este de Europa. El salto lo dio en 2011, cuando le concedieron el premio de fotografía Henri Cartier-Bresson. Ese galardón se otorga a un proyecto concreto. El suyo era un viaje a EE UU, casi una peregrinación en busca de lo que había quedado del sueño americano. Esa búsqueda dio lugar a she Dances on Jackson. “Mi viaje tenía dos caras, mi propia búsqueda del sueño americano y el de la gente que me encontrara por el camino. EE UU es como un personaje célebre que creemos conocer y lo tratamos con cierta familiaridad. Para mí esa cercanía surgía de mi familiaridad con el cine, la fotografía, la música, la literatura y la cultura popular norteamericana. Cuando llegué, llevaba conmigo todo un espectro de información de segunda mano y mi propio barómetro instintivo de dónde y quién. Entonces busqué la manera de empezar a entender y articular algo sobre un lugar que, pronto lo comprendí, me resultaba completamente desconocido.
La celebración de las elecciones presidenciales sirvió como telón de fondo de mi travesía, que empezó con las primarias republicanas y terminó un mes después de la reelección de Barack Obama. Aunque seguí paso a paso la campaña, mi atención se centraba más en lo que la trascendía. Los acontecimientos no-acontecimientos de la vida cotidiana de las personas. Una feria, un carnaval, un paseo por la orilla del río, una congregación de una iglesia, cualquier sitio en el que pudiera encontrar gente” (Winship).
Y Martín explica: “Es interesante cómo refleja el colapso del sueño americano, de la misma manera que antes había reflejado el colapso del comunismo. Hay un elemento nostálgico y solemne en el que muestra los paisajes marcados por la huella humana. Lo que distingue a los paisajes de los retratos es que son silenciosos, como si el ser humano se hubiera escapado. Recorrió doce o trece Estados, muchas veces siguiendo los trabajos de sus maestros Robert Frank o Walker Evans. De hecho, su viaje a San Luis estuvo motivado por ser el lugar de nacimiento de Evans. Esta serie es una fotografía menos inmediata, más abstracta. En las imágenes del Mar Negro hay mucho movimiento, pero aquí hay un cierto estatismo que refleja esa detención en el tiempo. En la mirada de la gente se ve reflejada una cierta perplejidad, como si estuvieran preguntando: ¿Qué ha sido de todo? ¿Qué va a pasar ahora?».
‘Humber’ (2010). «Antes de emprender su viaje a Estados Unidos, Winship trabaja en su tierra natal, localizada en el estuario del río Humber. Aquí el silencio es total. Su idea es mostrar un lugar que está estancado, a diferencia de todos los otros países que había visitado. Estas imágenes son casi abstractas, su intención no es pictórica. Pero hay un silencio como de pararse a pensar, de vuelta a casa. Y creo que estas imágenes funcionan muy bien como enlace con la última serie que ha producido sobre Almería”, explica Martín.
‘Almería. Donde se encontró el oro’ (2014). “Cuando la fundación Mapfre me sugirió que invitara a Vanessa a realizar una serie en España, pensé en Almería. Ella había estado allí veinte años antes, en los años 90, cuando los conflictos de los trabajadores de los invernaderos. Le pareció interesante. Le di a leer el libro Campos de Níjar, de Juan Goytisolo, y le fascinó. De algún modo se convirtió en un acompañante ausente en nuestra estancia en Almería, en cierta forma fuimos siguiendo sus huellas”, dice Martín. La serie se centra en las formas geológicas de las costas del Cabo de Gata, en la desolación paisajística provocada por la propagación de la producción agrícola intensiva basada en el invernadero, en las impactantes formas de las canteras de Macael o en las ramblas y desiertos de Tabernas. “El título de la serie, Donde se encontró el oro, es un poco irónico. Remite a las minas de oro abandonadas de Rodalquilar y también a lo que representa Almería como lugar abandonado, fronterizo con pequeños despuntes de edades de oro, las minas, las producciones cinematográficas, las canteras de mármol. Muchos de esos lugares han quedado abandonados y han dejado una arquitectura en negativo, que es lo que le interesa a ella”, comenta Marín. «Su tratamiento ha sido el de unas imágenes que trabajan sobre el excedente, el resto, la presencia de plásticos, de tomates que sobran porque no cumplen las condiciones ideales de brillo o color. Una de las imágenes más icónicas la tomó en una planta de reciclaje de El Ejido. Pasamos una mañana allí, hacía viento y nos topamos con un montón de plásticos que formaban una especie de colina en la que volaban agitados por el viento. Cada persona ve algo distinto en esta foto, pero Vanessa ve velos de novia anudados».
Esos trabajos en Humber y en Almería significan el regreso a Europa occidental, volver a las raíces, al lugar de donde uno proviene; a propósito, Carlos Martín cita unos versos de T. S. Elliot: «El fin de nuestra búsqueda será llegar a donde comenzamos y conocer así el lugar por vez primera».
Hasta el 31 de agosto. Fundación Mapfre. Bárbara de Braganza, 13. Lunes: de 14.00 a 20.00 h. Martes a sábado: de 10.00 a 20.00 h. Domingos y festivos: de 11.00 a 19.00 h. Entrada gratuita.
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