Vanitas, mi cuerpo y yo
Llegamos a la entrega 14 de nuestra serie de verano, ‘TEXTOSterona’, veinte relatos en torno al desnudo masculino. Y el escritor Antonio Ansón, especialista en analizar la relación entre literatura y fotografía, lo hace así: «La primera vez fue masturbándome. El primer orgasmo me sorprendió». «La segunda vez ocurrió en la cama de un hospital. La enfermedad dio a mi cuerpo identidad».
Por ANTONIO ANSÓN
La primera vez fue masturbándome. El primer orgasmo me sorprendió, entre dolor y campanillas, convulso, devastador, desde mi centro hasta el cogote y las plantas de los pies. Había un cuerpo que era yo. Todavía no eyaculaba. Fui un onanista precoz. Feliz. Sin pecado. Estaba convencido de que libre de poluciones, así las llamaban, tenía bula para el placer. Más tarde, los cientos de millones de mis hijos que desaparecieron por la taza del váter me hincaron de rodillas en busca de la absolución. ¿Te tocas?, preguntaban desde la boca del infierno. Y yo me tocaba mucho, la verdad. ¡Ave María Purísima, cómo me gustaba! Si algo tengo que agradecer a la iglesia católica es el espíritu de la transgresión, tan excitante, tan brutal. Hasta pecar hoy sin perdón. Me ha costado una vida aprender. Volver a ser yo.
La segunda vez ocurrió en la cama de un hospital. La enfermedad dio a mi cuerpo identidad. Y el dolor, la voz de la enfermedad, presencia. Y miedo también. En francés la experiencia del orgasmo se conoce como “la pequeña muerte”, tal vez porque nos suspende fuera del tiempo y nos precipita en un abismo del que no deseamos volver. Desvanecidos. Será eso morir. La expectación del enfermo tiene algo de fotográfico. Abrir los ojos ante un resultado incierto que casi nunca nos gusta. Yo no soy ese, decimos al ver nuestro retrato. Ese cuerpo, sin embargo, me pertenece, me reconozco en él, y acepto que terminaremos juntos. Mi cuerpo y yo. Me aterra posar ante una cámara. Que también significa cubrir con tierra.
Posar. Dejar tu poso. Permanecer. Cada vez que miramos al objetivo de la cámara es para quedarnos. El retrato nos vuelve imagen. Ofrece visibilidad, cuerpo presente, carne. Estar. En la fotografía nos encarnamos. Es, desde luego, una insensata puesta en escena de la eternidad. Porque sabemos muy bien que cada vez que posamos ante el agujero insondable del retrato miramos en una ausencia irremediable, para los ojos de todos aquellos que tarde o temprano han de vernos como relato concluso. La pequeña muerte que ocurre al desvestimos en cuerpo y alma, la enfermedad y la fotografía, nos devuelven desnudos e indefensos. Nos sostienen en esa frágil imagen que se confunde conmigo. La transitoria presencia del tiempo que somos. Consumiéndose. Sin parar. Sin parar.
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El escritor Antonio Ansón (Zaragoza, 1960) está especializado en abordar la relación entre literatura e imagen. Entre sus ensayos, destacar ‘Novelas como álbumes, un trabajo sobre fotografía y literatura’ y ‘El limpiabotas de Daguerre’, una reflexión sobre la fotografía como experiencia trágica del tiempo. Ha dirigido la colección ‘Cuarto Oscuro’, dedicada a la publicación de obras de autor.
Comentarios
Por Gerardo, el 24 agosto 2016
Los textos fantásticos, pero las fotos, por muy “artísticas” que sean…, ¿bordean la pederastia…?