Un viaje cinematográfico al país sin librerías que habla español

Detalle de un fotograma del documental

Detalle de un fotograma del documental ‘El escritor de un país sin librerías’

A través de las vivencias del escritor ecuatoguineano Juan Tomás Ávila, el documental ‘El escritor de un país sin librerías’ (que desde que fue presentado en Festival de Cine de Valladolid sigue su recorrido por España; ahora en Barcelona, y próximamente en Bilbao, Oviedo y nuevamente Madrid) hace un recorrido por la dura historia de Guinea Ecuatorial y nos acerca a la importancia de la cultura para entender el pasado y denunciar las injusticias del presente. Un retrato en carne viva sobre el interés del régimen de Obiang, una de las dictaduras más longevas de la historia, por tener a su pueblo hambriento para que no reclame cultura. Porque, como recalca el documental, “el hambre no despierta conciencias”.

El 12 de octubre de 1968, Guinea Ecuatorial alcanzó su independencia. Ese día cayó una de las últimas colonias españolas de África y el estado ecuatoguineano recuperaba su soberanía tras más de cien años bajo el yugo de España. Juan Tomás Ávila Laurel (Malabo, 1966), uno de los escritores más célebres de Guinea Ecuatorial -y protagonista del documental El escritor de un país sin librerías (Marc Serena, 2019)-, recuerda cuando era niño cómo la dictadura franquista, haciendo alarde de su afán hegemónico, arrebató los derechos y libertades de su pueblo, impuso sus costumbres y se encargó de implantar el castellano como lengua oficial. Tampoco olvida los severos castigos y palizas que recibía en el colegio: “Los maestros iban con un látigo con nudos para que doliera más cuando te pegaban. Si no hablabas español, un compañero te colgaba una concha al cuello a la que llamábamos símbolo. Al final del día, a los que habíamos llevado el símbolo, el profesor decidía un castigo. Muchas veces te dejaban encerrado en la escuela mientras los demás se iban a comer a casa”.

En la actualidad, el 87% de los habitantes de Guinea Ecuatorial hablan perfectamente castellano, quizá la huella más evidente de su pasado como colonia española. Muchos otros, sin embargo, siguen utilizando las múltiples lenguas autóctonas que se mezclan en la región. Lenguas como el fang -la más común- o el annobonés, proveniente de la isla de Annobon, la cual utiliza Ávila Laurel para comunicarse con su familia; sin duda, una forma de combatir el sentimiento de desarraigo con su propia tierra después de que los colonizadores, en su intento por arrancar sus raíces, borraran hasta sus nombres reales: “Mi nombre me lo pusieron los colonizadores. No les gustaba cómo nos llamábamos y nos dieron como apellido ciudades españolas. A mi familia le tocó Ávila”, explica.

Pero con la independencia no llegó la paz, ni tampoco la libertad. España se desentendió y dejó a su suerte a la que fue su colonia permitiendo que Francisco Macías Nguema, apodado El Tigre, se erigiese como primer presidente postcolonial. Con su mandato de carácter dictatorial llegaron más miseria y más muertes. Sus políticas represivas llevaron al país al denominado “reino del terror”, lo que provocó que Teodoro Obiang -sobrino de Macías y teniente coronel instruido en la Academia Militar de Zaragoza (España)- liderase un golpe de estado con el fin de derrocar a su tío. Lo llamaron “golpe de libertad”. Lo consiguió, pero sus promesas de cambio fueron falsas y su lucha solo respondía a sus propios intereses, no a los del pueblo. Trágico destino para ese trozo de tierra africano.

Fotograma del documental ‘El escritor de un país sin librerías’.

En 2019, Obiang cumplió 40 años de mandato, lo que lo convierte en el dictador más longevo del mundo a base de reprimir a la oposición y ganar elecciones fraudulentas. A día de hoy, a Guinea Ecuatorial la sigue gobernando la tiranía. A pesar de ser un territorio rico en petróleo y tener la renta per cápita más alta de África, más de la mitad de la población no tiene acceso al agua potable y otros tantos mueren de hambre. Mientras, el presidente fomenta el culto a su figura con una esperpéntica propaganda en la televisión local y posee el privilegio de ser uno de los mandatarios más ricos del continente.

La insostenible situación de su país obligó a Ávila Laurel a buscar asilo en Barcelona, lugar que le ha servido de cobijo para denunciar a través de sus obras las injusticias que persiguen al pueblo guineano. Su activismo en contra del régimen y la falta de respeto a los derechos humanos lo llevaron a protagonizar en 2011 una huelga de hambre cuyo fin era concienciar a la comunidad internacional sobre el trágico panorama que presenta la nación africana. El Gobierno de Malabo, conocedor de la labor del escritor, lo tachó de “alguien que solo quiere ganar popularidad a costa de atacar a su país”, negando así con rotundidad que exista algún tipo de régimen totalitario que atente contra la dignidad de la población. Sin embargo, la realidad es bien distinta: En Guinea Ecuatorial existe sicariato infantil y prostitución de menores, así como tráfico de armas y violencia en las calles, entre otras graves problemáticas.

Sin miedo a las represalias, Juan Tomás no dudó en regresar a un país en el que sabía que no era bienvenido; un periplo que se narra en El escritor de un país sin librerías. La cinta posee un valor añadido, ya que no solo denuncia la situación de Guinea Ecuatorial, sino que sirve para confirmar lo necesaria que resulta la labor de Ávila, un activista que se enfrenta a la actual dictadura y por extensión a la historia de un territorio maltratado por la codicia y las ansias de poder que bajo políticas de terror -desde la conquista española, pasando por el franquismo y el actual liderazgo del gran líder- ha subyugado a los ecuatoguineanos hasta el punto de que las cárceles están llenas de presos políticos que han sido encerrados tras haber sido delatados por amigos o allegados.

Además, lo triste de la realidad que retrata el filme se encuentra en la escasez de cultura de un país sin apenas librerías -de ahí el título-, poniendo de relieve la importancia de la cultura para comprender y cuestionarse, así como la capacidad que el arte nos otorga para elaborar un juicio crítico y una libertad de pensamiento acorde a cualquier nación que se haga llamar democrática. Por eso, la función de Ávila Laurel es aún mayor. Resulta paradójico que sus escritos, prohibidos en su país, nacen precisamente de allí. Solo allí cobrarían un sentido real y no figurado. Pero como se relata en el documental, el hambre no alimenta las ansias de cultura, lo que significa que mantener al pueblo hambriento es también mantenerlo lejos de los libros: el hambre no despierta conciencias. Mientras, desde la lejanía, el autor de Arde el monte de noche (2009) seguirá escribiendo para los suyos con la esperanza de que algún día se acabe el hambre y puedan al fin leerle.

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Comentarios

  • Ivan

    Por Ivan, el 16 febrero 2020

    En Guinea Ecuatorial no se muere nadie de hambre. Cuando digo nadie quiero decir 0 personas. Hay que contar la realidad tal y como es. Y lo que no es, no es.

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