Los viajes de Djadja desde Senegal hasta la sierra madrileña

Ilustración ‘Djadja’, de Daud.

David Echave, o Daud –su nombre artístico–, hace ya unos años que encontró en África un mundo que descubrir y que mostrar a través de su arte. Ilustrador mallorquí, en 2012 se trasladó a vivir a Senegal. Fruto de ese hilo que desde entonces le mantiene unido a ese continente es la exposición ‘Mujer espejo: un cuerpo de agua y tierra’, que hasta febrero puede verse en la galería Mamah África, en el centro del municipio de Navacerrada, Madrid.

Hasta ese rincón africano, rodeado de cumbre nevadas cuando el tiempo invernal se hace presente, ha llegado Daud con unas obras, en realidad parte del libro ilustrado que prepara para este año, en las que la vida de la mujer de ese continente se duplica como protagonista de un viaje que viene representado a lo largo de una veintena de obras llenas de color, y vida.

En realidad, esa figura a la que vemos caminar con un haz de leña sobre la cabeza en cada imagen no es fruto de la creatividad de Daud. La conoció en esa zona fronteriza entre Senegal y Guinea Bissau, donde un grupo de mujeres hortelanas están organizadas para que se les reconozca como propietarias de la tierra que cultivan, un trámite nada fácil en su mundo patriarcal. Se llama Djadja y vive en una pequeña aldea en la que ahora es fácil ver en cada techumbre una pequeña placa fotovoltaica para cargar los móviles, pero en la que su vida no se diferencia mucho de la que tuvieron sus abuelas y otras antepasadas. “La conocí haciendo un vídeo para una ONG española que tiene proyectos en esa zona de apoyo a las mujeres, Alianza por la Solidaridad. Me encargaron un vídeo en la que esa joven que se empeñaba en estudiar y alfabetizarse en un entorno muy complicado era la protagonista. De ahí que la haya utilizado como símbolo para que nos cuente su realidad desde el arte”, explica Daud.

Hace ya muchos años que este mallorquí se quedó enganchado con el continente del sur y empezó a viajar, mochila al hombro, por esa parte del planeta en la que los europeos se mueven sin necesidad de saltar vallas o de embarcarse para cruzar el mar en una pequeña patera. “Antes de ir para allá ya sentía una atracción especial por sus culturas, hacía decorados para artistas y músicos y siempre me decían que mi simbología tenía conexión con ese mundo. Eran señales de que me tiraban hacia esa tierra, así que allí me fui”. Cuenta que para ganarse la vida se convirtió en guía de viajes a largas temporadas. “No me apasionaba ese trabajo, pero eran grupos pequeños y en viajes integradores con lo local. Pero no lo compartía. A mí me gusta volver a los sitios para ver cómo cambian las cosas, reencontrarme de nuevo con la gente. Un viejito de una aldea un día me preguntó por qué no volvían los que me habían acompañado antes. No lo entendía. Por muchos años que estés en sitios como Senegal, al final solo ves una foto incompleta. En 2012, cuando mi hija tenía tres años, nos fuimos toda la familia a vivir a la ciudad de Kolda”, nos cuenta.

Y Kolda no es una ciudad bonita. Es un cruce de caminos entre el norte y el sur de calles polvorientas y un calor que va a más cada verano, un lugar donde la supervivencia de la población es un reto, acosada por el cambio climático. “Es un lugar duro, pero la relación con la gente fue maravillosa. Desde allí trabajaba como ilustrador a distancia para Europa y hacía fotos para proyectos de cooperación. Todo el conocimiento que conseguí haciendo documentales y vídeos luego lo he trasladado a la ilustración. Soy un documentalista de la realidad, pero con dibujos”, comenta.

Como resultado, tenemos una Dajdja que camina incansable, con su carga de madera, mientras cruza los bosques guineanos o el desierto mauritano, atraviesa las salinas –seguramente no lejos del Lago Rosa de Senegal–, se encuentra con esa fila de estudiantes que recorren kilómetros para llegar a su escuela o pasa de largo ante unos nómadas del norte que aún tienen dromedarios, aunque ahora prefieren los camiones. Y la vemos sosteniendo nuestro planeta a la vez que se maravilla del ave que se posa en su mano y usando su teléfono móvil o pasando delante de instalaciones de energía solar como la que sus compadres usan para poder sacar el agua de un pozo donde está cada vez más profunda. Y es una diacronía de siglos la que nos plantea Daud: “Está con una llamada al móvil y a la vez cargando leña y agua. Y se pregunta: ¿de qué me sirven tantas aplicaciones si ninguna me ayuda a encontrar agua potable?

El artista Daud.

Este viaje de Djadja no es todo un recorrido amable; también tiene su parte oscura. Ahí está su encuentro con un derrame de petróleo frente a la costa, los buques abarrotados de contenedores que cruzan los mares que nos hablan de la globalización comercial, no la humana, y esos vertederos de plásticos que hoy crecen en África más rápidos que el mijo. “Buscaba una clave poética entre la mujer y la naturaleza y la encontré en ese juego de espejos que expresan la analogía entre la explotación de la mujer y de la Madre Tierra. Ellas son mujeres tierra porque no solo la cuidan, sino que la entienden y hablan con ella, la escuchan, le piden permiso y perdón, le bailan y cantan para recoger sus frutos y pedirle fertilidad y abundancia”, cuenta el artista, hoy ya de vuelta a España, pero con ese hilo que le mantiene unido a ese mundo que forma parte de él.

“Allí he vivido el deterioro ambiental en directo, el impacto de la pesca industrial de arrastre que deja sin comida a los habitantes de la costa, la tala ilegal de la selva, la basura de los envases y ahora la extracción de gas y petróleo en la costa de Senegal y Mauritania. Y nada de ello es un cambio a mejor; a la vez hay una riqueza cultural espectacular que no puede perderse”, nos explica en Mamah África, una galería fundada por dos mujeres que, a su vez, han logrado comunicarse con “el lenguaje de las telas” con ese mismo mundo que ahora cuelga de sus paredes.

Maica y Laura, diseñadoras ambas, apostaron hace muchos años en Madrid por trabajar en colaboración con muchas Djadja de África Occidental que participan de sus diseños aportando su sabiduría ancestral con los tintes, con sus tejidos y su creatividad. Hasta el 2 de febrero, en su galería,  Mujer Espejo: un cuerpo de agua y tierra estará disponible, rodeada de montañas de la sierra madrileña, en una parada más en su viaje.

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