Semana Santa: la calle no era de Fraga; es de los cofrades

Por Antonio García Maldonado, el 23 de marzo de 2016, en Andalucía General málaga Semana Santa

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Un paso de la Semana Santa de Málaga.

El autor critica en este artículo el abuso del espacio público de las cofradías y hermandades en la Semana Santa en los centros de las ciudades andaluzas, con las molestias que dicha imposición suponen para todos, también para los que no pueden o no quieren participar. Y extrae conclusiones sobre las virtudes, pero sobre todo de los vicios de los andaluces. Critica a los que luego se sentirán aludidos con los clichés difamatorios, propios de los viajeros románticos del XIX, pero que contribuyen a su permanencia. 

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P- ¿Qué le parece que la oposición política no entienda las Medallas de la Ciudad a cristos y vírgenes de la Agrupación?

R- La Audiencia Nacional ya asimiló como persona jurídica a la Virgen del Amor en el caso del Rico. No tiene por qué ponerse en duda esto. 

Extracto de entrevista a Pablo Atencia, Presidente de la Agrupación de Cofradías de Málaga. Diario El Mundo, 18 de marzo de 2016

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«No debemos perder el norte, estamos aquí por el amor de Dios»

Dolores Vargas, Cronista de la Hermandad de la Salud, en La Opinión de Málaga, 20 de marzo de 2016

Llega la inefable Semana Santa y, con ella, el cofrade global Antonio Banderas. La angustia por la incertidumbre de si lloverá o no (“¡¿por qué, zeñó, por qué?!”). Las saetas desafinadas (lo más parecido que hay en Andalucía a los 15 minutos de gloria que Warhol decía que nos correspondían a todos). Los visitantes vip que alquilan algún balcón en la capital para ver pasar algún trono. La foto del alcalde con los Hermanos mayores de las cofradías. Los suplementos especiales en los diarios regionales. Las calles atestadas y ocupadas que para cruzarlas hay que encararse con una señora vestida de negro que dice que lleva allí dos horas y que no se mueve. La música de las bandas que se superponen hasta casi el amanecer. Los vendedores de cerveza a las cuatro de la madrugada sin riesgo de que les multen. Y los concejales de todos los partidos (todos: el mundo cofrade no hace distingos entre ‘viejos’ y ‘nuevos’) con la vara y gesto contrito detrás de la virgen o el cristo. Ahora, incluso, una tesis doctoral certifica que “el esfuerzo de los hombres de trono es único”.

Llega la alegalidad a la calle, el paréntesis jurídico que llamamos Semana Santa (que también ocurre en las Ferias patronales) y que, me temo, nos define como cliché a los que tenemos pese a todo ello la suerte de ser andaluces y vivir aquí. Pero a ver cómo explica ahora uno que Andalucía no es ese cliché, cuando incluso un ateo progresista como el cantautor Luis Eduardo Aute quedó conmocionado por el impacto que le produjo la Semana Santa y basó su -por otro lado, estupendo- disco Templo (1987) en la liturgia de la misa católica. Él podía elegir venir o no. Algo así como Günter Grass apoyando a Cuba o a la RDA pero viviendo en la opulencia capitalista de la Alemania federal o en su refugio en el campo danés.

Durante estos siete días con sus precuelas y secuelas de traslados a horas insensatas, si estás enfermo, si tienes  hijos recién nacidos o sencillamente quieres leer en tus vacaciones o dormir porque mañana trabajas, la culpa es tuya por vivir en el centro. Eso te dirán. Y apelarán a la tradición desde la Contrarreforma (la minoría que sepa qué es esto), aunque a alguno le convencerá tu argumento de que el progreso es precisamente ir quitándose tradiciones de encima o de que el piso es heredado, y entonces te hará el salto doble mortal, que consiste en pasar de utilizar un argumento moral (la fe, la tradición espiritual, el respeto a las creencias) a uno económico: “¿Y el dinero que deja esto?” Entonces uno dice que esto es empleo de una semana, precario, del que luego se critica, que no hay un I+D cofrade, ni feriante. Que después nos quejamos de “ser el pueblo que pone las cañas a los alemanes”. Entonces se produce otra jamesiana vuelta de tuerca en la que sólo queda apelar a la emoción y al apego. Esto es, al radicalismo irracional, moleste a quien moleste, pese a quien pese. Eso que si argumenta un musulmán es una intolerable regresión a la caverna.

Y nos molesta y nos pesa a muchos. No sólo (ni sobre todo) desde un punto de vista práctico por el catálogo de inconvenientes reales que debemos soportar estos días, ni siquiera por el trasfondo moral y reaccionario de la Semana Santa, por su iconografía siniestra. Eso que el escritor gaditano Felipe Benítez Reyes (sí, no soy el único andaluz que piensa así) describió el año pasado de forma inmejorable: “Sí, el arte, el barroquismo, el esplendor dramático de las imágenes, el aroma orientalizante del incienso, la cultura popular, las saetas y todo eso, pero no olvidemos que esta es la fiesta de quienes condenan el divorcio y la homosexualidad, de quienes niegan el derecho al aborto, de quienes amenazan a los demás con el infierno”. Que luego haya gente que siga esta fiesta sin sentirse así, es distinto, pero engrandece a los convocantes. Nos molesta a muchos, sobre todo, por que instala, cuando no confirma, el cliché del tipismo andaluz neorromántico.

Encantados con nosotros mismos

Después de algunos años, he vuelto a instalarme en mi ciudad andaluza y me encuentro sincera alegría vital, quizá como en ningún sitio en el mundo que haya conocido, una elogiable actitud cotidiana que realmente significa trabajar para vivir y no al revés, un interés genuino por ayudar y agradar al otro. Nuevos museos, buenas carteleras de cine, bares con gusto. No conozco sitio en el mundo donde sea más fácil entablar conversación y llegar a cierto grado de intimidad con alguien que Andalucía.

Pero junto a eso, está la permanente sobreactuación del “ser andaluz”, que bien merecería un ensayo como el de Gertrude Stein sobre el sino norteamericano. Una región donde el urbanismo lo condicionan las hermandades. ¿No podemos sencillamente vivir así, disfrutar así, sin el regodeo y la retórica del compadre borracho en la feria? Y, sobre todo, ¿sin molestar a los que no comparten los rasgos caricaturescos del andaluz de pura cepa? ¿No nos hemos aprendido aún ese mantra de autoayuda que dice que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro?

Todos llevamos un pequeño Blas Infante dentro, ese icono de algo inexistente (Dios nos libre) como es el andalucismo, que abjuraba de Europa, fascinado por el mito de Al-Ándalus, y que nos definía como “euroafricanos”; y ese pepito grillo de la conciencia andaluza nos ha inoculado un virus sin vacuna: el encantamiento de habernos conocido. Tenemos mucho sentido del humor, y quizá sea nuestra mejor virtud como sociedad (verbigracia, las letras de las chirigotas), pero muy poco sentido crítico, y así es imposible avanzar para dejar de “ser los que ponen cañas a los alemanes”. Ni siquiera se puede decir sin escarnio que hablamos mal. Cuando la realidad es que lo hacemos (y aquí no me refiero al acento andaluz, sino a las incorrecciones gramaticales o a los verbos inexistentes en el DRAE, como “fuérois y viniérois”), y escribimos aún peor. Somos muy extrovertidos sin tener un ápice de introspección y duda.

El hispanista Gerald Brenan definió a los andaluces como un pueblo gregario para lo bueno y para lo malo: mientras en tiempos de felicidad nos solazábamos juntos, unos encima de otros, en tiempo de guerra y oscuridad éramos los más bárbaros contra nuestros vecinos, por los rencores acumulados tras tantos años de contacto. De ahí Lorca y su universo literario. Un Lorca que, junto a sus glosadores (aunque si algo nos enseñó el centenario de Cortázar es que uno no es responsable de sus admiradores), también contribuyó a estereotipar el cliché que hoy somos los andaluces, y que desde todas las instancias y organismos se potencia para desagracia, aunque no lo sepamos, de los propios andaluces. No sin algo de razón y bastante malababa, Borges definió al poeta granadino como “un andaluz profesional”, y me temo que es en eso en lo que nos estamos convirtiendo todos. Con el cofrade global Banderas dirigiendo la película. Andaluces profesionales y sobreactuados. Eso sí, riéndonos, tomando cañas y cantando las virtudes de nuestra secular “alegría de vivir”.

Después de esta semana, no obstante, volveremos a quejarnos de los estereotipos.

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