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Cambios en el callejero de Madrid: el curioso caso de la plaza Juan Pujol

Por Antonio García Maldonado, el 29 de julio de 2016, en demócrata desembarco normandía España guerra fría madrid

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Dos imágenes del espía Juan Pujol.

Dos imágenes del agente Juan Pujol.

El autor defiende el cambio de nombres de algunas calles de Madrid y hace una peculiar petición: que la plaza Juan Pujol de Malasaña –que forma parte de las que deberán cambiar– se conserve como está, pero que pase a homenajear también a otro Juan Pujol, el agente doble español conocido como ‘Garbo’, que de mano de los Aliados consiguió hacer creer a Hitler que el desembarco no sería en Normandía sino en Calais. Ambos Juan Pujol tendrían así su plaza. La misma plaza.

***

Hace unos días, en una sobremesa en la que se hablaba del cambio de nombre de algunas calles de Madrid, volví a escuchar el conocido mantra contra la Ley de la Memoria Histórica que dice que “abrir las fosas comunes es reabrir heridas innecesariamente”. En este sintagma hay un supuesto falso que lo invalida, porque se da a entender que todo el que tiene un familiar en una fosa común sin identificar tiene alguna herida cerrada. Pero, sobre todo, hay contra esta sentencia un argumento moral que sólo mientras hubo amenazas de golpismo en España estuvo justificado esconder: un Estado democrático, desarrollado y digno no tiene muertos en las cunetas reclamados por sus familiares dolientes.

Porque un Estado democrático no discrimina. Y utilizo este verbo con toda intención, pues el argumento que se utiliza contra esta ley es similar al que se utilizaba contra el matrimonio igualitario: qué necesidad hay de llamarlo matrimonio si eso molesta a determinadas personas. El problema lo tiene a quien molesta ese derecho, nunca quien lo ejerce. Creo que sólo alguien afectado puede, por tanto, negarse a que se busque a su familiar, pero nunca que no se busque al de otro. Menos aún debemos negar ese derecho los que tenemos la inmensa suerte de no sufrir esa situación. Y aunque somos la mayoría, hay un dato estremecedor que revela bien hasta qué punto esta herida no se ha cerrado (como muchos, al hablar de “reabrir”, dan por supuesto): España es el segundo país del mundo en número de desaparecidos tras Camboya, con más de 100.000 hombres y mujeres que permanecen en fosas comunes, algunas con más de mil personas dentro, sin haber sido identificados y enterrados dignamente.

No es un dato baladí que la oposición a esta ley venga de un sector social cercano a la Iglesia, y políticamente autocalificado como democrata-cristiano, cuando es ese sector social el que más importancia da a la liturgia funeraria. Suele ser, por otro lado, el sector que sí fue reparado durante el franquismo. Es a ellos a los que se debe apelar, persuadir de que esto no es más que un acto de justicia básica que, moralmente, nos repara finalmente a todos. Que a ellos desagrade no es sinónimo de que esté mal. El juicio propio no es ley universal. Por volver al ejemplo de los matrimonios igualitarios, la generación de la posguerra que ahora casa con normalidad a sus hijos homosexuales fue educada para despreciar a gais y lesbianas, porque era delito serlo, además; pero con generosidad entendieron que, si no les gustaba, era un problema de ellos que era inmoral cargar en las espaldas de otros. Poco se repara en España en el progreso moral inmenso que supone esta normalidad, inconcebible hace apenas un par de décadas. Por una vez en la historia contemporánea, fuimos vanguardia.

El centro-derecha español llegó tarde y mal (ese recurso al Constitucional, que tuvo en vilo a tanta gente, es imperdonable para muchos), y aún lo paga innecesariamente en su imagen, y actúa con torpeza en el asunto de la Memoria Histórica: sus fieles más conservadores no le van a dejar de votar, pero puede enajenarse a votantes más jóvenes y liberales. Es cierto que esta pedagogía no ha existido entre muchos opinadores influyentes de la izquierda, quizá porque la consideran innecesaria de tan justa que parece la causa. Pero los partidarios de esta Ley debemos ser mejores estrategas y facilitar las cosas a un sector social al que, comprensiblemente y por razones biográficas, este asunto se le atraganta. No dejar de hacer las cosas, sino explicarlas. Si no, siempre les resultará ganadora la acusación –falsa pero eficaz– de “revanchismo”.

Por todo eso, cualquier apoyo a esta Ley me parece elogiable, por obligado. (De la misma forma que no me gusta que el presidente del Gobierno en funciones se jactase de que el gasto en dicha ley “es cero”). Ya no hay amenaza de golpismo, ya no hay excusas. Aún viven mujeres, maridos, hijos e hijas de desaparecidos, de modo que urge ese mínimo homenaje. Una reparación que tarda demasiado se convierte en una ofensa añadida, como los arrepentimientos del Vaticano por el juicio a Galileo o los de Reino Unido por maltratar psicológicamente hasta la muerte a Alan Turing. Ignoro qué debe hacerse con el Valle de los Caídos, pero plantearse esa pregunta es comenzar la casa por el tejado. Incluso, si lo sustantivo se hiciera (abrir cunetas y fosas, identificar y enterrar con dignidad), quizá este monolito dejaría de ser un problema para nadie.

Dentro de estas medidas sustantivas incluyo el cambio de nombre de algunas calles y plazas de Madrid que ha propuesto la comisión creada por su alcaldesa, Manuela Carmena. Hay algunas excepciones y matices que deben tenerse en cuenta, pero son anécdotas frente al hecho central de la intención de reparación moral. Una de esas impugnaciones ha sido la que brillantemente ha expuesto en un artículo en Letras Libres la periodista y politóloga Aurora Nacarino-Brabo, que da sus razones –con las que yo concuerdo– para mantener el nombre de la calle de los Hermanos García Noblejas.

Y yo me atrevo ahora a hacer otra propuesta sobre uno de los lugares señalados, la plaza Juan Pujol, en Malasaña. De él decía el pasado domingo Arcadi Espada en El Mundo que “fue un periodista importante, un gran corresponsal de guerra en Abc, al que Fernández Flórez, que era un agudísimo crítico, puso como ejemplo de narrador”. También fue un delator, con algunas muertes a sus espaldas, como la del padre del escritor Fernando Sánchez Dragó.

No obstante, su trayectoria me es indiferente en este caso. Lo que me interesa es algo simbólico: que se llama igual que el agente aliado Garbo (al que sus reclutadores llamaron así por lo buen actor que era), el espía más importante de la Segunda Guerra Mundial, un catalán que, como agente doble del MI5 británico y la Abwer alemana, consiguió hacer creer a Hitler que el desembarco no sería en Normandía sino en Calais. Quince días después del Día-D de junio de 1944, Hitler seguía pensando que, como le había informado Garbo, aquella invasión masiva no era más que “una maniobra de distracción”. Fue la única persona condecorada con la máxima distinción de ambos bandos en guerra. Cuando Alemania se rindió, con ese sentido del honor germánico que tanto parodiaron Lubitch y Wilder, el contacto de Garbo en Madrid le dio todo el dinero que aún guardaba en la embajada, con objeto de que su “mejor agente” se pusiera a salvo.

De Pujol ya he hablado aquí, y no merece nuestro olvido este héroe discreto. Un hombre providencial, represaliado por el franquismo, español, hijo de catalanistas, demócrata, aunque también mezquino con su primera familia y, en general, poco fiable en sus relaciones personales. La pureza del relato histórico casa siempre mal con la complejidad de la realidad y las miserias personales de cada uno. Sobre todo con Juan Pujol Martínez, el escritor, pero también con el agente Juan Pujol García.

Un agente doble para una plaza doble. Propongo que esa plaza de Malasaña sea punto de encuentro de unos y otros. Que cada uno homenajee al Juan Pujol que más le guste. O a ambos. De hecho, hasta que lo comprobé hace unos meses, siempre creí que esta plaza homenajeaba al agente doble. A su salud me tomaba siempre una caña bien tirada. Para mí seguirá siendo así mientras esa plaza lleve su nombre. No hay nada que cambiar ni monumento que retirar. Esa era la vocación que jamás cumplirá el Valle de los Caídos y que, quizá, sí pueda representar esta pequeña plaza del centro de Madrid. No estaría mal empezar allí con un homenaje a Garbo, y desde ese punto de encuentro, seguir abriendo fosas, identificando y enterrando con dignidad a nuestros represaliados. Porque mientras seamos nosotros los que no los reparemos, también serán, de alguna forma, víctimas nuestras.

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Comentarios

Hay 3 comentarios

  • 29.07.2016
    Josep M dice:

    Fantástica solución. Garbo fue un personaje increíble. Y para hacerlo bien, debería llamarse de Joan Pujol, su nombre correcto. Les recomiendo la película de (creo) Edmon Roch.

  • 29.07.2016
    Elvi dice:

    y que quiten tambien el nombre de la Plaza a la se~ora Thatcher mujer horrible de la que es mejor olvidarse o si no mirar la vida de su hijo Marc otro impresentable.

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