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‘El cazador’ y el patriotismo: sobre el malestar, los afectos y la comunidad política

Por Antonio García Maldonado, el 16 de noviembre de 2017, en cine General libros vietnam

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Escena de 'El cazador' en la que los amigos salen de trabajar en la fundición

Escena de ‘El cazador’ en la que los amigos salen (felices) de trabajar en la fundición.

El autor reflexiona sobre el malestar que ha llevado a reacciones políticas tan inesperados como las que han traído a Trump, el Brexit o el resurgir de los populismos en Europa. Y lo hace a través de la película ‘El cazador’ (1979), de Michael Cimino, en cuya primera parte ve el relato de la comunidad política y de afectos que hoy parece perdida en la globalización hipertecnológica y financiera, donde aumenta la desigualdad y el precariado en sociedades antes más igualitarias y protectoras.

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Hace unas semanas publiqué un artículo en el que reflexionaba sobre la relación entre el trabajo y la identidad. Lo hacía con sentido crítico hacia políticas económicas y laborales determinadas –y predominantes–, y me enfocaba en eso que se ha dado en llamar “flexiseguridad”: proteger al trabajador, no tanto el trabajo. Mi crítica se centraba en el modelo de sociedad dispersa que favorece o refuerza, donde aumenta la dificultad para establecer y mantener lazos sólidos con la familia, los amigos, la pareja; en resumen, la casi imposibilidad de incardinarse en una comunidad de afectos que dé estabilidad y sentido a la vida en un momento de especial incertidumbre.

Este malestar es en gran medida causa de muchas reacciones políticas indeseables que vemos en Europa y Estados Unidos especialmente, pero no parten de la nada: la desafección hacia el sistema no es un capricho social de gente rencorosa sin más. Tras la crisis económica, la revolución tecnológica y la competencia desleal asiática, el pacto social por el que uno cumplía su parte con su comunidad (su país) y ésta se encargaba de proveerle algunas expectativas y de protegerle mínimamente está muy dañado.

El pacto social y laboral en El cazador

En dicho artículo mencionaba brevemente la película El cazador, que Michael Cimino estrenó en 1979 con un reparto de lujo que incluía a Robert de Niro, Meryl Streep, John Cazale (que moriría poco después) y Cristopher Walken. Un grupo de amigos, trabajadores en una gran fundición, pasa los días previos a su marcha a la guerra de Vietnam entre fiestas, jornadas de caza en la montaña, la boda de uno de ellos, y encuentros en el bar para tomar unas cervezas mientras hablan de sus expectativas con sus futuras esposas, de las ganas que tienen de volver a cazar o de lo que harán cuando vuelvan. Parecen no sólo relajados, sino exultantes y felices con sus vidas sencillas en una ciudad industrial fea y deslustrada, y laboralmente agotadoras entre hierros fundidos y trajes ignífugos.

La película me parecía un ejemplo inmejorable para ilustrar ese pacto social que ahora se ha roto y que hay que recuperar si queremos acabar con el malestar y sus consecuencias políticas. Por eso la película (basada en una novela de E. M. Corder) me parecía una gran reflexión sobre el patriotismo, que no puede existir sin ese pacto social. Además de ser una película sobre la amistad y la comunidad. Los personajes de la película, aun en un entorno complejo, sienten que tienen algo que defender en una guerra, que es un caso extremo. En general, entienden las razones de un sacrificio que se les pide, sin entrar aquí a analizar la guerra de Vietnam, cuyo horror fue a ellos a los primeros que destrozó. Creen defender un estilo de vida, una mínima prosperidad repartida, unas expectativas, una comunidad de afectos, un país que no es una entelequia o solo una bandera, sino una rutina exigente pero también confortable. La mítica escena en el bar en la que los amigos cantan eufóricos ‘Cant take my eyes off you’ mientras juegan al billar y toman cervezas parece hoy inimaginable ante un sacrificio colectivo.

He vuelto a recordarla y a verla tras leer El otoño americano, del excorresponsal en Washington Marc Bassets, que en su periplo por el país reconstruye la atmósfera y los perfiles que pueden explicar el malestar que llevó a Trump a la Casa Blanca, con especial incidencia en las antiguas zonas industriales de Estados Unidos. Muchos de ellos podrían ser personajes de El cazador treinta años después, o sus hijos.

Sacrificios a cambio de qué

Ahora se piden sacrificios sin ofrecer ni esperar nada a cambio en el futuro, se habla de la inevitabilidad de los hechos que traen la tecnología o la competencia asiática. Hay una resignación fruto de ese malestar. Con trabajos mal pagados, sin expectativas de que mejoren, con la desigualdad aumentando dentro de sociedades antes más igualitarias, con mercados de valores y paraísos fiscales a la vista donde circulan cifras fuera de la realidad de la mayoría, ¿qué apego a ningún sistema se puede esperar? El voto reactivo, cabreado, irracional si se quiere, no debe sorprendernos tanto.

El patriotismo tiene un contacto con la realidad a través de ese pacto social, pero el nacionalismo solo necesita creyentes. Mala señal que se esté buscando esa recomposición del pacto a través de nacionalismos identitarios y excluyentes. El nacionalismo es una deformación patológica del patriotismo, que a diferencia del primero nace de la sensación de pertenencia a una comunidad de afectos y a una comunidad política con la que se está comprometido. La falta de capacidad de nuestras democracias liberales en esta etapa hipertecnológica para generar sensación de comunidad (aunque intuitivamente pensáramos que las redes, Internet y las telecomunicaciones en general lo favorecerían), es una debilidad sistémica que debe tomarse mucho más en serio. Esa, y no otra, es la principal amenaza de fondo para nuestras democracias.

El cambio tecnológico no puede convertirse -como en gran medida ocurre ahora- en una coartada para volver a un capitalismo dickensiano de falsos autónomos o trabajadores pobres con smartphones. Desde que leí que los repartidores de empresas (que no app) como Deliveroo tienen que poner, además de la bicicleta, un depósito para tener la caja de reparto, no dejo de acordarme de los nativos en Pekín o Calcuta llevando a los occidentales en las carretillas cuando llegaban desde las metrópolis a las colonias. Empresas que, además, utilizan después ingeniería fiscal para apenas pagar impuestos de unos beneficios tan inmoralmente conseguidos.

Mientras no reconstruyamos ese pacto que se muestra en la primera parte de El cazador -que ahora sería un pacto por la gobernanza global- y se ofrezcan a los ciudadanos más expectativas, mejores condiciones laborales y protección social, no habrá nada que hacer por más que gastemos saliva, tinta y dinero contando qué malos son los populismos y los nacionalismos excluyentes.

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Comentarios

Hay un comentario

  • 16.11.2017
    chifus dice:

    la vida amarga en lo politico-economico
    no la hacen ls trajes ignifugos-etc que cita este articulo,
    mas bien un mal sueldo ,
    poca conciliacion familiar
    la falta de seguridad laboral,
    poco acceso a la educ y cultura
    pocos servicios etc y
    suciedad en ls barrios obreros por abandono de ls politicos
    Por todo ello no solo hay que recuperra el pacto social sino mejorarlo para que un obrerto no tenga nada que envidiar a un oficinista etc

    podemos sentir desafeccion patriotica
    por que las elites nos explotan y manipulan,
    pero el pais en realidad es nº mas que de las elites
    que nos necesitan y son minoria
    y hasta que no actuemos de veras como si lo fuera
    nos pasara lo mismo

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