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Hammerstein o el deber de la resistencia civil en la era Trump

Por Antonio García Maldonado, el 26 de enero de 2017, en Europa Holocausto judaismo libros literatura magnicidio segunda guerra mundial

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El autor escribe sobre Kurt von Hammerstein, un general alemán contrario a Hitler al que Hans Magnus Enzensberger dedicó un libro hace unos años. Lo rescata para hablarnos de la necesidad de la resistencia civil, de no transigir con los principios básicos ahora que un presidente como Trump ocupa la Casa Blanca. Si bien el autor dice que no vivimos unos nuevos años 1930, sí cree que hay lecciones que extraer. “De la familia Hammerstein-Equord no salió ni un solo nacionalsocialista. No son muchas las familias alemanas que pueden decir lo mismo”, escribe Enzensberger en su libro.

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Con los años he ido perdiendo paciencia lectora con los escritores (periodistas de opinión incluidos, o sobre todo con ellos) que desde la primera letra transmiten que juegan a epatar, que se toman lo de ir a la contra como un deber rutinario y no como la expresión de un genuino disentimiento de una posición compartida por la mayoría. Ya no me divierten, si es que alguna vez lo hicieron, y me cuesta ver en ellos a grandes ironistas de los que aprender otra cosa que no sea lo encantados que están de haberse conocido. Pero hay un escritor al que se lo perdono en todos los formatos y géneros en los que escribe, Hans Magnus Enzensberger. Entre otras cosas porque, además de envidiar su curiosidad inagotable y su sólido fondo intelectual, sabe cuándo quitarle el piloto automático al sarcasmo, la gracieta, la maledicencia estilizada o el malditismo.

Una de las últimas ocasiones en las que ha aparcado al bendito cascarrabias que le gusta ser ha sido con Hammerstein o el tesón, y precisamente para ensalzar el valor de la disidencia cuando realmente es valiosa. Quizá no hay mejor forma, precisamente, de desenmascarar la falsa épica de nuestros actuales “mártires” del pensamiento crítico que ven corrección política en dar los buenos días y las buenas noches a tus padres.

Kurt von Hammerstein-Equord (1878-1943) fue el jefe del Truppenamnt, el Estado Mayor Alemán camuflado desde la Primera Guerra Mundial, pues el Tratado de Versalles de 1919 había prohibido a Alemania, entre otras cosas, tener un Ejército convencional, y por tanto un Estado Mayor. Sin embargo, una vez Hitler llegó al poder a principios de 1933, Hammerstein sólo aguantaría en el cargo un año más junto al Führer. Llegaría a convertirse en uno de los pocos disidentes a los que el nuevo canciller no mandó asesinar. Escribe Enzensberger sobre Hammerstein que “en 1933 […] aprovechó su posición para proteger a personas amenazadas de las detenciones de la Gestapo, […] consiguió informes de los servicios secretos para enterarse de quiénes estaban en la lista de futuras detenciones”. Y añade que “a sus hijos los utilizó de mensajeros para advertir a los amenazados”.

Las sospechas sobre él venían de antiguo. La brutal guerra entre la Alemania nazi y la URSS ha hecho que se hable muy poco de los fuertes vínculos militares que hubo entre la República de Weimar y la entonces naciente patria del socialismo. Y en esa unión, Hammerstein había jugado un papel esencial. Los primeros daban reconocimiento internacional y entrenamiento militar a los segundos, que agradecían el favor albergando en su territorio a la nueva fuerza aérea alemana. Las relaciones bilaterales están brillantemente descritas por el escritor judío alemán Sebastian Haffner en otro libro imprescindible, El pacto con el diablo (Destino, 2007).

El propósito de Enzensberger queda explicitado en uno de los diálogos ficticios que mantiene con Hammerstein y su familia: “La historia de su familia me interesa porque dice mucho sobre cómo alguien pudo soportar el gobierno de Hitler sin capitular”. O, como afirma en otro momento: “De la familia Hammerstein-Equord no salió ni un solo nacionalsocialista. No son muchas las familias alemanas que pueden decir lo mismo”.

A través de la historia del general y de sus hijos e hijas, el autor hace un repaso crítico de la República de Weimar, pero sobre todo de la URSS de Stalin, sobre la que aporta datos escalofriantes (por más que nos los hayan repetido mil veces, no dejan de impresionar): “En la purga […] cayeron tres de los cinco mariscales y trece de quince generales”. No queda muy claro en esta biografía (ceñida a un periodo de la vida de Hammerstein y con estilo muy libre, ensayístico) si fueron los contactos de Kurt von Hammerstein con los altos mandos soviéticos durante los años 1920 lo que llevó a varios de sus hijos a adherirse a la causa comunista. El caso es que así fue, aunque no obstante tuvieron siempre un trato de favor “deferente” por parte de un régimen asesino como el nazi que no admitía disidencia alguna.

La resistencia alemana

Hammerstein representaba el viejo estamento militar prusiano, mayoritario en la cúpula de la Wehrmacht (el antiguo Reichwher), y Hitler sabía que no podía hacer tabla rasa pese a su desprecio por muchos altos mandos. Quizá por eso respetó la vida de Hammerstein. De hecho, como cuenta el autor, la enemistad creciente entre el Ejército y los nazis fue la que propició los intentos de matar a Hitler, como la Operación Valkiria, el fallido atentado de julio de 1944, cuyo máximo representante sería el coronel Claus von Stauffenberg, una de las pocas conciencias morales a la que se puede agarrar Alemania cuando repasa su primera mitad del siglo XX. Hammerstein, sin embargo, era contrario a la idea del golpe contra Hitler. Al fin y al cabo, los alemanes lo habían votado, y creía que debía deslegitimarse con su propia acción antes de abordar una asonada. La política del “apaciguamiento” es considerada por el consenso de los historiadores como una de las causas de la fuerza del nazismo, pero Hammerstein apelaba también a la tradición prusiana de respeto a la jerarquía.

Hammerstein murió en 1943 a causa de una enfermedad. Si bien en su entierro no se le rindieron los honores debidos, es cierto que tampoco las autoridades le perturbaron demasiado en vida. Testigo y protagonista en tiempos convulsos, el relato de su paso por el Ejército y su vida cotidiana durante el nazismo nos muestra eso que creemos que no existió: una resistencia alemana organizada dentro y fuera del régimen (más allá de simbólicas excepciones) que se jugó la vida y que en muchos casos la perdió. Pese a su muerte natural, Hammerstein fue uno de ellos, como lo fue la conocida como Orquesta Roja, una red clandestina de espías alemanes comunistas infiltrados en algunos organismos nazis y que sería desmantelada por completo y sus integrantes ejecutados.

La mala conciencia alemana

La parte más débil tiene que ver, cómo no, con la cuestión de cuánto sabían realmente los alemanes del extermino de los judíos que tenía lugar ante sus narices. Puede uno aceptar que no tuvieran noticia de lo que pasaba en Auschwitz-Birkenau en Polonia, pero La Noche de los Cristales Rotos de 1938 no fue un hecho desconocido para la población, ni los carteles prohibiendo la entrada a los judíos a determinados establecimientos, ni los guetos, ni las cruces amarillas ni, por supuesto, los discursos antisemitas. Hitler, el nazismo, no se molestó en disimular. Por eso hay reflexiones en algunos capítulos que suenan a exculpación insostenible:

“Es posible que las generaciones posteriores se pregunten por qué el genocidio de los judíos no ocupó al parecer lugar alguno en las deliberaciones de la Resistencia. La tristemente célebre Conferencia de Wannsee, en la que se decidió perfeccionar la organización de la “solución final”, se había celebrado en enero de 1942. Hay que tener en cuenta que esos planes estaban sujetos al más estricto de los secretos. Los oficiales dependían de los rumores y de la información que recibían de testigos oculares de los territorios ocupados del Este”.

Pese a algunas de estas reflexiones (que es fácil comprender en un alemán, a fin de cuentas), Hammerstein o el tesón es un libro muy esclarecedor en otros puntos, como la mencionada relación bilateral entre Alemania y URSS antes de la guerra, o el papel que jugó el Partido Comunista Alemán, la torpeza de la clase política que no supo ver el alcance del nazismo cuando aún era controlable, la imprudencia del presidente Hindenburg, el ascenso de Hitler o la vida diaria en la Alemania nazi en plena guerra.

No soy de los que piensan que vivamos en unos nuevos 1930. Por suerte, nuestras generaciones no necesitan recurrir a la épica de la guerra. Precisamente porque, también en Alemania, gente como Hammerstein, Von Stauffenberg o la Orquesta Roja ya lo hicieron para evitarnos a nosotros tener que vivir esas tragedias y tomar decisiones dramáticas. Pero sí hay lecciones que extraer sobre la necesidad de la resistencia cívica, o de la importancia de no transigir con los principios básicos de la democracia y las libertades.

Y, por desgracia, este libro nos alerta de que no hay que minusvalorar la capacidad de un lunático para hacer barbaridades desde el poder. En la nueva era Trump, no está de más recodar a Hammerstein durante los primeros 100 días.

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Comentarios

Hay 3 comentarios

  • 26.01.2017
    chifus dice:

    el Trib Constitucional aleman ha permitido la legalidad d un partido nazi ,
    pqe no representa peligro ya qe son pocos y conseguirían pocos votos…
    Parece qe se les ha olvidado qe d un grano nace una espiga y qe precisamente por ello hasta ese momento s eprohibió-

    vi una peli, qe creo qe es «el Ocaso d ls dioses»,
    en cierto modo cn dadtos verídicos,
    dnde ls SS masacran en un pueblo y d noche
    a ls camisas pardas y sus jefes por cuestiones d luchas d poder dentro dl nazismo y d privilegios d armamento…
    Esos mismos pardas, qe habian ayudado a Hitler hasta entonces y qe hicieron la matanza d la noche d «ls cristales rotos».

  • 27.01.2017
    Juan del Sur dice:

    Eso de que sea «Claus von Stauffenberg, una de las pocas conciencias morales a la que se puede agarrar Alemania» es discutible.
    A Claus y sus amigos la «conciencia moral» les agarró después de diez años de nazismo y cuando los analistas más fríos de uno y otro bando coincidían en que el ocaso del 3er Reich era acelerado e imparable.
    Fue, pues, la segura derrota y el escarnio de Alemania, y la pérdida del poder de su clase lo que impulsó a los junkers y a parte de la casta militar a desprenderse de Hitler y tratar de negociar la paz en condiciones menos onerosas.
    Me gustaba mucho Enzensberger, pero hace tiempo que no leía nada de él.
    Ahora me gusta un poco menos.

  • 27.01.2017
    Andres Gutierrez dice:

    Nos preguntamos si los alemanes sabian algo. Hoy en dia es bien conocido el genocidio de los emigrantes en el Mediterraneo, la implicacion politica y militar de EEUU y paises europeos en las guerras que provocan esas migraciones. Las torturas de Guantanamo o la guerra de Irak que se podria considerar un acto de terrorismo de estado. Sin embargo apaete de algunas protestas ciudadanas tampoco hoy se hace nada. Y esta vez si que se sabe todo.
    ¿No es peor nuestro caso?

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