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Juan Francisco Ferré: “Buñuel y Almodóvar son los únicos grandes cineastas españoles”

Por Antonio García Maldonado, el 1 de febrero de 2016, en cine

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El escritor y crítico de cine Juan Francisco Ferré.

El escritor y crítico de cine Juan Francisco Ferré.

El autor entrevista al escritor Juan Francisco Ferré (Premio Anagrama por ‘Karnaval’ y autor de la reciente novela ‘El Rey del juego’), que acaba de publicar sus escritos cinematográficos en el libro ‘Así en el cine como en la vida’. Textos de procedencia diversa que revelan la mirada personal de un escritor para quien el cine no es menos importante que la literatura. 

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Aunque a Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) se le conoce más por su obra literaria que por su labor de crítico de cine, tras leer Así en la vida como en el cine (Excodra, 2016) queda claro que el escritor no concede más importancia a una faceta que a otra. El libro —que se presenta hoy lunes en la Librería Luces de Málaga— reúne los escritos sobre cine que el autor de Providence, Karnaval (Premio Herralde en 2012) y la reciente El Rey del juego  (las tres en Anagrama) ha publicado durante la última década. Su procedencia original es diversa: la mayoría son artículos para periódicos (Sur, La Vanguardia), pero también para libros. Otros aparecieron en versiones distintas como entradas en un blog anterior (El ojo intachable) y en el actual (La vuelta al mundo). Reivindica el cine de autor, el pleno encaje de las películas en su tiempo y la mirada propia y formada, algo que echa en falta en los críticos españoles, a los que, dice, cuesta diferenciar de espectadores corrientes. “No se puede aplaudir o denigrar una película sólo porque no encaje en mis estrechos moldes mentales”.

Aunque no rehuye asuntos polémicos, la esencia del libro es distinta, y tiene más que ver con una declaración pública de amor al cine, sostenida en un bagaje imponente y una mirada muy personal, que con un ajuste de cuentas. Es elocuente su reivindicación de la imagen sobre el guión, cuyo peso excesivo en las teleseries considera «el mayor defecto incluso de las mejores». Cita durante la entrevista una frase del filósofo Jacques Rancière que resume bien su actitud y los artículos de Así en el cine como en la vida: “El cine es para mí un arte vivo del que sigo esperando sorpresas”.

Dices que «los modos del cine clásico o del moderno se han vuelto obsoletos y no tienen nada que decir sobre la sociedad contemporánea». ¿Por qué? Pese a ser un arte joven, ¿el cine envejece mal? ¿Peor que la literatura, por ejemplo?

No, yo sigo disfrutando con el viejo cine con el que descubrí las posibilidades de este arte, pero si lo someto al criterio de lo contemporáneo, o de expresar y representar la experiencia del presente, es cuando el celuloide antiguo, por más placer que aún me proporcione, se me derrumba. Yendo más allá, hay algo en el cine como modo de representación que lo conecta directamente con las vibraciones y palpitaciones de su tiempo, con lo más superficial de éste también, y ahí radica gran parte de su encanto, en ese poder para atrapar lo efímero y lo superfluo, las modas y las tendencias, las formas de vida, pero también su fragilidad. Basta mirar una película de los años treinta o, más reciente, de los noventa, y tienes una radiografía de un tiempo ya caduco. Como una fotografía antigua pero en movimiento, con rostros y vestimentas que delatan su tiempo. Por eso el cine es un medio privilegiado para suscitar la nostalgia. En este sentido, nunca me repondré del impacto que me causó el cine americano de los setenta, cuando terminaba mi infancia y comenzaba la adolescencia: Tiburón y La guerra de las galaxias, a la que dedico un ensayo en el libro, pero también Taxi Driver y Apocalypse Now. Cada vez que veo alguna de estas películas recupero de inmediato una edad muy temprana de mi vida…

Pero, aunque no hablen propiamente de nuestro tiempo, digamos “político”, ¿no hay una verdad de fondo sobre las relaciones humanas más inalterables?

El problema es que las relaciones humanas las define la historia y no son inalterables. Desde un punto de vista estético y narrativo, el cine del pasado sigue dando fuego a nuestros sueños y pasiones, desde luego, y, a veces, puede incluso sorprenderme por su audacia y libertad. Todavía no hemos terminado en absoluto con el cine del pasado, ni siquiera con el más antiguo, el mudo, que aún guarda muchas sorpresas y tesoros, pero la exigencia de un cine contemporáneo que sepa serlo verdaderamente me parece crucial.

Escribes que el cine ya no te interesa tanto, «si sólo pienso en él como modo de representación; me interesa más como encefalograma social y cultural del presente». Utilizas muchos conceptos políticos para mirar y para describir el cine. ¿No hay cine inocente?

El cine es estética, antes de nada; es decir, un arte que someto al juicio de gusto. Y después, tecnología. Y después, política y sociología y hasta antropología y, llevando al límite las posibilidades artísticas del medio, psicoanálisis colectivo. Cuando pienso y escribo sobre películas, tengo en cuenta todas esas dimensiones que enriquecen la percepción de un artefacto que para la mayoría de sus espectadores es un simple entretenimiento, un ocio más o menos cultivado o ramplón. Uno de los grandes temas del cine, desde sus comienzos, es el de la inocencia o virginidad de la mirada. Es el gran gesto con el que debuta Buñuel, en Un perro andaluz, abriendo el ojo de la mente a todas las contaminaciones e impurezas de la visión. Mostrando que, tras la aparición del cine, nuestra forma de mirar el mundo y de comprenderlo y comprender nuestra presencia en él cambió para siempre…

Es muy interesante el correlato que haces entre la carencia (o la decadencia) de un cine genuinamente europeo y la difuminación de la idea política de Europa. En Europa no tenemos una industria como Hollywood. ¿No es más un problema económico (incluso lógico teniendo en cuenta que hace 50 años nos matábamos unos a otros) que de talento?

La existencia creativa del cine europeo es un milagro, dadas todas las resistencias políticas o financieras que se le oponen. Todo ello, por cierto, suscitando la perfecta indiferencia del público mayoritario y de los mandatarios culturales, para quienes el cine se reduce al cine comercial americano. El cine europeo fue grande, lo digo en el libro en su defensa, cuando el concepto alta cultura tenía valor y los espectadores entendían que el cine era un arte al mismo nivel que la literatura, la pintura, la música o la ópera. En ese momento, tuvimos a Antonioni, Pasolini o Fellini, del mismo modo que teníamos a Luciano Berio, Italo Calvino, Nicolas de Staël o Michel Butor. Hoy, Sokurov, Von Trier, Assayas o Greenaway, entre muchos otros directores creativos, sobreviven en un contexto dominado por la cultura de masas y los blockbusters americanos, de una parte, la indiferencia de los consumidores compulsivos de teleseries, y la élite económica que, desdeñando el cine y la literatura, sigue deleitándose con el arte lucrativo de las galerías y las opulentas óperas metropolitanas. Piensa en los logros de Fellini, una de mis pasiones absolutas como cineasta: La dolce vita, Ocho y medio, Satiricón, Casanova, Y la nave va… ¿Volverá el cine europeo alguna vez a tener esa exuberancia visual y esa libertad imaginativa unida a una dotación presupuestaria a la altura de sus ambiciones creativas? Lo dudo mucho…

Eres muy crítico con el estado general de la crítica. Y con el espectador medio. 

No tengo nada contra la crítica, ni contra el espectador medio, que es el que mantiene vivo el negocio, pero sí contra las categorías que fundamentan los juicios de muchos de los críticos en ejercicio, en España y fuera de ella. No se puede aplaudir o denigrar una película sólo porque no encaje en mis estrechos moldes mentales. Muchos críticos no se diferencian de espectadores corrientes, con la diferencia de que pueden propagar su mediocre visión en plataformas periodísticas que les garantizan influencia y poder. Si uno aprende de los grandes críticos, literarios, artísticos o cinematográficos, uno se da cuenta de que las películas innovadoras exigirían de los críticos que renovaran el arsenal de conceptos con que pretenden juzgarlas y que, a la hora de emitir un juicio crítico, tuvieran en cuenta la información que proporcionan los discursos elaborados en otras artes contemporáneas.

¿Algún ejemplo de ese mal hacer de la crítica, o de determinada crítica?

Una de las carreras más apasionantes y creativas de los últimos 30 años es la de Lars Von Trier y, sin embargo, este director no deja de provocar en los críticos más necios y los opinadores profesionales, película tras película, polémicas espurias y malentendidos absurdos. No hay muchos críticos intelectual y estéticamente preparados para encajar en sus cerebros las consecuencias de la devastadora trilogía Anticristo, Melancolía y Nymphomaniac. Por otra parte, me molesta mucho el predominio de lo emocional o lo sentimental, un signo inequívoco de fracaso artístico, en muchos discursos que se sostienen sobre el cine.

Queda claro que en tu manera de analizar el cine, junto con la mirada política de la que hablábamos, das un peso mayor a las imágenes que al guión; de ahí tu valoración a contracorriente de Tony Scott frente a su hermano Ridley.

Sí, el cine es imagen y sonido, no se olvide, y una experiencia cinematográfica plena pasa por ser una experiencia audiovisual en su máxima expresión. La mejor película de Tony Scott, no obstante, tiene uno de los guiones más originales que ha producido el cine americano en lo que va de siglo. Hablo de Domino, escrita por Richard Kelly, uno de los talentos infravalorados del cine americano de este siglo, autor de películas de culto de la envergadura de Donnie Darko y Southland Tales. Así que el guión también cuenta, las imágenes se potencian a partir de su existencia, pero el guión lo que no debe ser nunca, y a esto se refería Godard en su famosa boutade, es una camisa de fuerza para el despliegue del poder visual de las imágenes. Este es para mí el mayor defecto incluso de las mejores teleseries, lo que me impide disfrutarlas al mismo nivel que las mejores películas. Blade Runner es otro magnífico ejemplo de ese ensamblaje perfecto entre guión y visualización.

¿Qué películas han sido fundamentales en tu visión poética y política?

Las que más te han marcado como escritor de novelas y como crítico. Es muy distinta la perspectiva en uno u otro caso. Ejercen una influencia diferente las películas que me han marcado como espectador a las que me han estimulado como novelista. Como escritor, no entendería mi concepto de la ficción narrativa si no tuviera en cuenta el impacto profundo del cine de Fellini, Godard, Brian de Palma, Cronenberg, Lynch, Von Trier, los Coen, Greenaway o Raoul Ruiz, a quien conocí y traté personalmente en los años noventa y al que considero una de las personalidades creativas más determinantes en mi vida. Como espectador, sin embargo, nací con muy pocos años viendo en un cine con mis padres El coleccionista, de Wyler, y he renacido incontables veces después viendo películas (en salas o en televisión) que me han perturbado en cada momento ofreciéndome un mundo que era tan fascinante como la vida, pero mucho más comprensible a pesar de todo. Hay una frase del filósofo Jacques Rancière, que ha escrito cosas muy interesantes sobre cine, que me gusta especialmente: “El cine es para mí un arte vivo del que sigo esperando sorpresas”. Hace unos días, por ejemplo, uno de mis ídolos, Tarantino, me sorprendió con su nueva película, Los odiosos ocho, ofreciéndome una tragedia isabelina sobre la historia americana de un pesimismo, una negrura y una gravedad implacables…

¿Cuáles son tus directores vivos imprescindibles?

Son demasiados como para citarlos a todos y cambian cada año o cada década, según mis necesidades o mis humores. No está uno siempre con ganas de ver un Godard o un Ford, como tampoco una película de Béla Tarr o una de Spielberg. Hay momentos Potemkin y hay momentos Indiana Jones, qué se le va a hacer. La relación con el cine es aún más caprichosa y subjetiva que con otras artes. En el cine europeo no me perdería por nada del mundo cualquier nueva película de Lars Von Trier y en el americano no me perdería nada de Lynch, Tarantino, Paul Thomas Anderson, Scorsese o Fincher. En otra galaxia de la creación, Cronenberg, Sokurov o Greenaway siguen estimulándome con su proyecto artístico personal, más allá de que me convenzan o no obras concretas realizadas en los últimos años. Y en el cine asiático, otra de mis pasiones estéticas, espero con impaciencia e inquietud cada película de Sion Sono, un agitador revulsivo del cine contemporáneo y un gran creador de formas fílmicas, pero también me interesan Jia Zhang Ke, uno de cuyos fotogramas ilustra la portada del libro, o Tsai Ming Liang.

¿Cómo ves el cine español? ¿Te interesa especialmente algo?

En el libro lo digo muy claro. Buñuel y, a cierta distancia, Almodóvar son los únicos grandes cineastas que ha producido el cine español y cuya contribución al lenguaje cinematográfico es fundamental. La piel que habito, de la que hablo en extensión en el libro, es una de las grandes películas españolas de las últimas décadas y no ha recibido un tratamiento crítico acorde. Con independencia de esto, Berlanga es un gran director que, como le pasó a Buñuel, cuando se encuentra en Francia hace una de las grandes películas del cine español (Tamaño natural). Jesús Franco es un inclasificable, no encaja en ninguna categoría y, a pesar de sus imperfecciones, fue capaz de crear un cine original y estimulante. Y, desde sus principios, me encanta el cine de Álex de la Iglesia.

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