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Montanelli: La sublime locura de la revolución periodística

Por Antonio García Maldonado, el 13 de junio de 2015, en guerra fría Hungría libros periodismo Revolución

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Indro Montanelli, a pie de calle, con su máquina de escribir

Indro Montanelli, a pie de calle, con su máquina de escribir.

El autor hace un análisis crítico del periodismo político español -«¿a quién le habla la prensa generalista?, ¿nos cuenta el mundo?-, y pone como contraejemplo frente al encorsetamiento y la insustancialidad al italiano Indro Montanelli, tras la lectura de ‘La sublime locura de la revolución’ (Gallo Nero), que reúne sus crónicas de la revolución húngara de 1956 y su aplastamiento por parte de los soviéticos. 

Cuando comiencen a hacerse antologías periodísticas de textos o vídeos políticos que están siendo publicados ahora, sería interesante informar de en qué página del periódico estaban, cuánto scroll hubo que hacer en la web para encontrarlos o en qué minutos finales del telediario quedaron. Porque lo interesante, lo único que puede resistir el paso del tiempo, está enterrado en un tráfago de insustancialidad y de cotilleo político irrelevante más allá de la M-30, o con un interés puramente comercial o político. Que la noticia más vista en un medio nacional fuera la salida de la cárcel de la Pantoja no es culpa del IBEX-35.

Que haya honrosas e importantes excepciones no invalida el diagnóstico general de unos medios que, además de errar el tiro al informar hasta la extenuación de lo que no tiene importancia (con el coste de oportunidad que ello conlleva), infunde un estado general de catástrofe inminente y permanente, muy discutible sin necesidad de rebatir con extremos dialécticos panglossianos. Con muchas más razones científico-técnicas que los medios del siglo XIX, podemos decir que vivimos tiempos fascinantes. ¿A quién le habla la prensa generalista? ¿Es vanguardia de algo? ¿Nos cuenta el mundo? Pocas y escondidas veces. Con el agravante de que la prensa se ha convertido en heraldo de su propia crisis y glosador impúdico de su importancia vital. ¿Qué le interesa esto al lector? ¿No ha abusado la prensa de su relato trágico? ¿No ha transferido su crisis a sus noticias, a su visión del mundo?

En el caso de la prensa escrita, además, con una atención a las reglas agencieras, al canon de la facultad, que ha matado el nervio de reportero y la ha hecho tremendamente previsible, acartonada. Que no es que invite a leer, sino todo lo contrario. Con esa afición tan española por los sondeos a destiempo, como los encuentros que le gustaban a Cortázar. ¿Alguien que no esté implicado en la noticia se termina de leer las crónicas políticas hoy en día?

Buenos periodistas, malos editores

Los periodistas son los primeros que están aburridos del corta y pega agenciero (a la primera cerveza vomitan su hastío), o con la redacción plana a la que se ven obligados. Es un problema más de los editores que de los redactores. Para enmarcar fue el titular destacado en una home nacional en pleno golpe de Estado en Egipto: “La Agencia X informa de que se han escuchado disparos en varias calles de El Cairo”. Casi a la altura de la inopia del periódico sueco que informó de nuestro 23-F diciendo que “un grupo de militares vestidos de torero toma el Congreso”. No es casualidad que sea en el precario mundo del freelance donde mejor periodismo se está haciendo, aunque luego se publique en medios generalistas importantes. La mayoría de la vocación joven que no ha claudicado por hastío o por necesidad está ahí.

Sobran ejemplos de buen periodismo en España, no sólo freelance. Ya se ha hablado aquí del rescate que las editoriales están haciendo de periodistas como Julio Camba, Eugenio Xammar, Ramón J. Sender, Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Gaziel o Umbral. Y también se ha hablado en esta sección de cronistas y reporteros de primer orden, generalmente influidos por su paso por América Latina, como Carol Gamazo, Enrique Naveda, Alberto Arce, Andros Lozano, Alex Ayala o Ander Izagirre, o todo el colectivo MSUR. Y tenemos grandes opinadores de estilo muy personal, como Juan Soto, Manuel Jabois, David Gistau, Jorge Bustos, Rubén Amón o Eva Díaz Pérez.

No es un problema de materia prima, sino de falta de buenos editores de prensa (elogiable es el papel de los editores de libros de no ficción). Vivir en Madrid, donde las sedes de los partidos pesan más que los ministerios, pertenecer a una cultura periodística muy cerrada y centrada en los dimes y diretes políticos, e influida por la reconstrucción política que hubo que hacer en España, condiciona para mal el diagnóstico de la realidad y de la importancia de las cosas.  Nuestro periodismo político es tremendamente madrileño, que es mucho peor que decir provinciano: aldeano. Quizá por eso la radio, con sus desconexiones provinciales o comarcales, está resistiendo mejor la crisis del sector.

Montanelli como contraejemplo

La editorial Gallo Nero publica ahora una selección de crónicas del periodista italiano Indro Montanelli que puede leerse como un contraejemplo del periodismo político que se hace en España (con las consabidas honrosas excepciones, como ha sido por ejemplo la forma en que se han descubierto casos de corrupción), y cuya lectura pone de relieve, por comparación, todos estos problemas. Aunque La sublime locura de la revolución (traducción de David Paradela) recoge textos sobre la Revolución Húngara de 1956, su interés trasciende los hechos que narra Montanelli como corresponsal y columnista. Es un gran libro del mejor periodismo político.

El periodista, uno de los más importantes del pasado siglo, tenía entonces ya 48 años, y era una eminencia en su país. Había sufrido todos los accidentes políticos de la época, e incluso había entrevistado a Hitler. En la posguerra era ya un periodista vivaz y temido, respetado por su independencia y su claridad, además de diarista y autor de decenas de libros, obras de teatro y guiones. Lejos de las contorsiones de otros, él abjuró del fascismo (por lo que se exilió tras ser condenado a muerte) sin negar que fue seguidor de Mussolini, y no se dejó tentar por los cantos de sirena comunistas, lo que le valió ser llamado fascista por unos y comunista por otros en la posguerra (si hubiera sido francés, ya se imaginan qué habría dicho Sartre de él). Siempre imprevisible y certero, resultó un personaje incómodo en una Italia carcomida por la corrupción política y económica de la Democracia Cristiana y la Mafia, y la corrupción ideológica y moral de gran parte del PCI de Togliatti.

Hubo de saltar de periódico en periódico, defendiendo su libertad de criterio y de estilo ante editores complacientes con la omertà. Desde el Corriere della Sera hasta sus il Giornale (que dejó tras las imposiciones de Berlusconi) o La Voce, su estilo directo y claro era un martillo pilón en la Italia de la posguerra y de los Años de Plomo. En 1977 recibió cuatro disparos de las Brigadas Rojas, con casi 70 años. Moriría en 2001 a los 92. Fue un personaje, por circunstancias históricas y por desempeño biográfico, profundamente europeo, como lo fueron sus coetáneos Albert Camus, Dionisio Ridruejo, Ryszard  Kapuscinsky, Leonardo Sciascia o su corresponsal en Il Tempo Curzio Malaparte.

La sublime locura de la revolución     

Primero desde Viena, luego desde Budapest, de vuelta en Viena y Roma, Montanelli escribe reportajes y columnas de opinión sobre la revolución (estudiantil primero y popular después) contra el gobierno de observancia estalinista que regía en 1956 en Hungría. Casi todas las crónicas fueron publicadas en el Corriere della Sera. Cubren su derribo, los breves e ilusionantes días del más liberal y timorato comunista Imre Nagy, la entrada de los 5.000 tanques en la ciudad durante varios días de noviembre, la derrota final de la insurrección.

Se muestra entusiasmado con los estudiantes, pone en contexto regional el  levantamiento (¿qué pensaría el polaco Gomulka? ¿y el yugoslavo Tito?, se pregunta y responde), formula hipótesis, saca conclusiones sobre el medio y largo plazo, vaticina las consecuencias para el movimiento comunista y, ya en Roma, escribe contra el PCI y su actitud favorable a la invasión soviética. En su faceta más opinativa, tanto en las columnas de opinión desde Roma como en sus crónicas, se posiciona sin recato y con ciertos alegatos panfletarios propios de la guerra fría.  Algo que hoy sólo podríamos entender de un periodista que cubriera el terror del ISIS en alguna ciudad de Oriente Medio. La enorme cultura general que tenía le hacía ser un analista lúcido y daban peso y credibilidad a sus opiniones, muchas veces impredecibles. Un valor, el de la impredecibilidad, fundamental en el periodismo y, sin embargo, tan escaso.

En sus crónicas de corresponsal sobre el terreno, como en las del joven Camus en la Kabilia argelina, hay hechos, análisis, opinión, y un yo que toma partido, habla sin tapujos y sin eufemismos, bien lejos de “este corresponsal no pudo acceder a Budapest debido al bloqueo soviético». Más bien: “Nada más entrar en Hungría tuve la impresión de haberla liberado yo, tal era el entusiasmo que mi pasaporte y mi automóvil italiano despertaban allá por donde pasábamos”. ¿Cuántos editores habrían consentido esta frase a un corresponsal? Ahora, el corresponsal político nacional o internacional suele contar los hechos de forma más o menos fría, telegramática, y un analista a 10.000 kilómetros escribe el análisis. ¿De qué es sospechoso el corresponsal? ¿Por qué no se le deja contarlo con todas las herramientas? ¿Para que pueda luego escribir un libro?

Esa obsesión tan anglosajona de sospechar del periodista (que lleva a The Economist a que sus periodistas no firmen las noticias siquiera, pese a lo tendencioso de muchos de sus artículos), de separar con un cuchillo jamonero el tocino opinativo de los hechos carnosos implica, también, una toma de partido, además de una cándida creencia en la robótica. Lo explica bien Umberto Eco en su último (y bastante decepcionante como novela, pero muy sugerente como ensayo) Número cero (Lúmen, 2015): “Hay una infinidad de noticias que dar en este mundo, pero, ¿por qué se debe decir que ha habido un accidente en Bérgamo e ignorar que ha habido otro en Messina? No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias”.

Dado que el periodista es un ser humano (“¿acaso no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afecciones…?”), quizá sea más realista aceptar su naturaleza y exigir de él cultura de fondo, humildad como método y sinceridad a la hora de asumir miedos y confesar posiciones ideológicas o morales. Y por supuesto que escriba bien y no se ampare en una supuesta incorruptibilidad deontológica, en un acto de fe. Si he de elegir entre un periodismo de autor frente a un periodismo de agencia, no tengo duda. Y nada tiene que ver esto con el periodismo de datos. ¿Con qué han trabajado hasta ahora los periodistas? ¿Con clavos? Una opinión periodística se funda en datos. Si no, es un exabrupto caprichoso.  Si es periodismo, es de datos o no es, sea un gráfico de apoyo, un análisis, un reportaje o una entrevista.

Montanelli está bien lejos de los mandamientos de la supuesta objetividad del periodista contemporáneo, de las reglas de agencia o de la pureza de un observador sin sentimientos. Admite que está con los estudiantes (toma partido) y que Hungría le ha afectado a su percepción del mundo (asume su vulnerabilidad). Bien lejos de la superioridad moral y la suficiencia que muchas veces ha predominado en el sector. Un libro fundamental por lo que cuenta de la guerra fría y, sobre todo, por lo que cuenta de lo que nosotros, en el siglo XXI, hacemos mal en general, como el periodismo político pese a los grandes periodistas que tenemos, por no hablar del gran nivel de los corresponsales en el extranjero. Quitándole los excesos propios del posicionamiento de la guerra fría, este libro es un manual del mejor periodismo, que sigue teniendo más que ver con buenos escritores que con buenas aplicaciones.

“Llegué a Budapest con un determinado bagaje de ideas y convicciones, o mejor dicho, de incredulidades. Estaba convencido, por ejemplo, de que lo de ‘el pueblo en armas’ era una figura retórica, de que ‘la clase obrera’ no tenía más ideales que el frigorífico y la televisión, y de que las revueltas nacían de la debilidad y la indecisión del opresor más que de la determinación de los oprimidos. De esas certezas ya no queda en pie ni siquiera un fragmento”.

Cuando un periodista español sea capaz no sólo de cambiar de opinión, sino de contarlo públicamente en un acto de contrición semejante, la profesión habrá dado un paso importante en su recuperación. Por suerte, me ha parecido ver algunos artículos alentadores últimamente.

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Comentarios

Hay un comentario

  • 14.06.2015
    Pepinus dice:

    Excelente artículo en el que su autor»se moja» utilizando valientemente la figura de Montanelli para reivindicar(se) (de) un periodismo firmado, subjetivo y capaz de plegarse a los hechos, no sólo de narralos «de aquella manera». Coincido en ser de aquellos que no amaron nunca a Montanelli – ciertamente por prejuicio determinista debido a su pasado fascista – pero que admiraron siempre su independencia de criterio, un poco como un Norman Mailer que arremete contra Bush jr.
    Es cierto que el periodismo patrio se escribe en las sedes de los partidos de Madrid, que es provinciano, canovista, conscientemente incapaz de análisis que lleguen al nucleo duro hacia un estado crítico, pues ello haría peligrar el propio status cómodo y clientelar (Pienso, a modo de ejemplo y sin pretender demonizarlo, en José Ignacio Torreblanca, un exponente cristalino del Think Tank). Se reduce así a la frase de Alphonse Allais: «Sólo escribimos mentiras, pero no las certificamos nunca»… Y encima, salvo excepciones más o menos honrosas, paleto de narices, servil a más no poder y, lo peor de todo – paradigma – censor, que no censurado; aplastador de voces ciudadanas disidentes de modo sistemático, para que sólo brillen lugares comunes que reconduzcan la opinión hacia las sendas trilladas de los intereses endémicos del poderoso.
    Así, un Montanelli o un Chaves Nogales aparecen como gigantes, tipos que no se cortaron un pelo en indicar cómo los acontecimientos les cambiaban a ellos, derrumbaba sus certezas, en vez de practicar la ortopedia servil de reconducir el acontecimiento hacia donde, erre que erre, se le quiso llevar. No existe verdad sin subjetividad, por relativa que sea, ya lo decía Lenin, que era una lumbrera. Gracias por este excelente artículo que invita a redescubrir a un Montanelli independiente, mientras Giorgio Napolitano, hasta hoy ecuménico presidente de la República, aplaudía entonces los tanques soviéticos, en plan » la voz de su amo».

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