‘Tangerina’: lucha entre cloacas a ambos lados del Estrecho
El autor reseña ‘Tangerina’, primera novela del periodista Javier Valenzuela. Un thriller político ambientado en el Tánger internacional (1956) y en el actual (2002), con un oscuro trasfondo de corruptelas de grandes empresas y el hedor de las cloacas de los Estados español y marroquí a ambos lados del Estrecho. Un libro que es, además, una extraordinaria guía de los últimos 50 años de Tánger y de las relaciones siempre complicadas con el país vecino.
El principal problema para escribir (y leer) una novela con una trama de espionaje es que, en general, lo que ocurre en la realidad es tan extraño que resulta inverosímil para un lector que no esté familiarizado con ellas cuando se la encuentra en libros de supuesta ficción.
Claro que, si no es para hacer cosas extrañas, ¿para qué están los espías? De lo demás ya se encargan los policías y los diplomáticos. Y no olvidemos que los grandes del género como John Le Carré o Graham Greene pertenecieron al MI6 británico, e Ian Fleming, el padre de 007, fue agente de Inteligencia Naval británico, y tiene en su haber algunas misiones que cualquier editor habría desechado por alucinantes.
Todos hemos oído a alguien descalificar libros y películas del género aduciendo lo poco creíble que resultaba todo. En ningún género se puede usar con más propiedad que aquí el mantra de que la realidad supera siempre la ficción. De modo que, cuando alguna ficción cuenta “una de espías” con verosimilitud y con ornatos, esquejes y subtramas suficientes para ayudar al lector a entrar en la novela sin sensación de sentirse engañado, sino todo lo contrario, de que le están contando una verdad profunda, uno no puede más que aplaudir y reconocer el mérito. Más aún, siendo la primera novela de un autor.
Esa agradable sensación la ha tenido leyendo Tangerina (Martínez Roca, 2015), del periodista Javier Valenzuela. Que haya sido, además de director de comunicación exterior en Moncloa durante dos años, periodista en El País durante más de 30, y que haya ocupado las corresponsalías de Washington, París, Rabat y Beirut, y la dirección adjunta del diario, le ha dado una posición privilegiada para mirar la realidad. Y la que su memoria ha revelado (decía el portugués António Lobo Antunes que “la ficción no es más que memoria fermentada”) es ciertamente desconcertante, pero me temo que real. Es, no obstante y pese a un poso innegable de veracidad, una ficción enclavada sin duda en el género negro.
Cuando el Estado juega con fuego, nos quemamos todos
Tangerina arranca de forma trepidante. Año 2002. Sepúlveda es un desencantado profesor de Secundaria que, tras separarse, cambia su instituto de Madrid por una plaza en el Instituto Cervantes de Tánger, dirigido por su amiga Alicia, y que recibe una llamada que le comunica que Alberto Marquina, alto ejecutivo de Telefónica y un viejo amigo de infancia, ha sido detenido en la ciudad, acusado de violar a una empleada del hotel donde se alojaba.
Sepúlveda, que cree firmemente en su amigo de la infancia, comienza las pesquisas junto a su novia, la atractiva Leila; Rivaldo, un vendedor ambulante que hace las veces de agente de campo, y el escritor Mohammed Chukri (sobre el que Sepúlveda está editando un libro de relatos), que ocupa aquí el papel de analista del improvisado comando de inteligencia que trata de desentrañar la verdadera historia de lo que él cree primeramente que es una equivocación. Ninguno ejerce de lo que supuestamente es, y eso es, en esencia, el espionaje.
De todo este recorrido, donde hay policías corruptos, camareros delatores y mohínos funcionarios de embajada, va dando cuenta Sepúlveda, observador de una ciudad luminosa y aún bella en su decadencia. Una decadencia que, además, contrasta con el segundo arco temporal de la novela: el Tánger internacional, en 1956, en los últimos cantos del cisne de un periodo cosmopolita por donde pasaron (y que pasan o son nombrados en la novela) Paul y Jane Bowles, (la Yenini de la novela, personaje fundamental), Truman Capote, Patricia Highsmith, Haro Tecglen, Bourroughs o Jean Genet. Tangerina, despojada de los diálogos y la trama y ateniéndose a las descripciones de Sepúlveda y al narrador en tercera persona de la vida de Olvido en Tánger, tiene una segunda lectura como extraordinaria guía de la ciudad en los últimos 50 años.
Aunque la historia de la malagueña Olvido, madre de Sepúlveda, no es un mero adorno en esta novela. Primero, porque cumple esa función de contraste con la actual Tánger, y sobre todo porque la historia de esta mujer libérrima (dentro de un orden social franquista que asume, pero contra el que se rebela rutinaria e inadvertidamente), atractiva, misteriosa y carismática, produce un giro final que acrecienta esa sensación que es, para mí, el punto fuerte del libro: que todo es un juego de espejos, en el que las certezas más asumidas pueden ser reflejos de otras verdades escondidas. Es, para Sepúlveda, un salto tardío a una madurez que le desagrada, pero que decide asumir y confrontar. El personaje se construye y fortalece con la narración: de apocado y triste profesor, a retador y valiente justiciero sin más armas que las de la rebeldía que le produce la decepción, personal y política, y tener poco que perder, excepto a su hija Julia, estudiante de periodismo en Madrid.
“Tú no eres nunca la humanidad; tú sólo eres tu propio yo desesperadamente aislado”. Esa frase de El cielo protector de Paul Bowles resume bien el desengaño que debe asumir el personaje, el tránsito del viejo al nuevo Sepúlveda, que termina con aroma de personaje de serie narrativa, como el Montalbano de Camilleri o el Carvalho de Montalbán.
Y el final es un gran acierto. No revelaré detalles para no desvelar el giro final de la trama, donde las cloacas del Estado juegan un papel clave en las siempre tensas relaciones bilaterales entre España y Marruecos, pero no creo que sea casualidad que el autor haya situado estos manejos dos años antes de los atentados de Atocha de 2004. Algo parecido al final de “otra de espías”, en este caso la película Múnich (Spielberg, 2005), cuando un alto cargo del Mossad va a la Nueva York de los 70 para pedir al jefe del comando que ha ejecutado la misión de venganza contra los palestinos que asaltaron la Villa Olímpica de Múnich en 1972, que vuelva a Israel como un héroe. Abner, que así se llama el agente, vive atormentado por los recuerdos y la mala conciencia por una operación a la que no ve utilidad, y niega su regreso en un último plano con las Torres Gemelas de fondo.
Tampoco creo que sea fortuita la equivocación en la que Valenzuela hace caer al principio a Sepúlveda: si primero cree que el trasfondo de la detención de Marquina es un contrato de telefonía móvil (es decir, de la empresa privada), finalmente encuentra el origen en el poder político. Y es una denuncia que no es baladí: lo que hace la empresa privada se hace porque el poder político lo consiente. En esto, la trama de 2002 de Tangerina es claramente de thriller de denuncia política. Una historia que estaría más cerca de llevar al cine Sidney Pollack que el Bertolucci de la novela de Bowles.
Una feliz singladura para el Valenzuela novelista.