Victoria Ocampo, el descubrimiento de la escritora

Victoria Ocampo.

Victoria Ocampo.

La cuidada antología ‘Darse. Autobiografía y Testimonios’, publicada por la Fundación Banco Santander en edición de Carlos Pardo, busca la reivindicación como escritora de la argentina Victoria Ocampo (1890-1979), directora de la mítica revista ‘Sur’ y primera mujer en entrar en la Academia Argentina de las Letras, y a menudo injustamente tratada por los escritores hombres, aunque algunos como Borges salieran en su defensa. La historia no suena nueva, ¿verdad?

El crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal no dudó en confesar que “como todos, fui alguna vez injusto con Victoria Ocampo”, injusticias, las supuestamente cometidas por Monegal, matizadas por distintos encuentros con la obra de Ocampo. A la revista Sur le dedicó más de una página y compartió mesa de debate con Victoria Ocampo en 1996 en el Congreso del Pen Club de Nueva York, organizado por Henry Miller, donde se reunieron nombres tan ilustres como Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Nicanor Parra o Carlos Fuentes. Puede que Monegal sea el único en reconocer las injusticias cometidas, pero sin duda no fue el único en mostrarse hostil hacia la fundadora de Sur. El 27 de junio de 1966, en una carta dirigida al doctor Arnaldo Orfila, Carlos Fuentes definía a Victoria Ocampo como una “vanidosa señora” que, así como Alicia Jurado, los Gurri o los Murena, “después de años de lamer los pies de los gringos, eran tratados como se portaban: como criados” y en 1962, como recogen Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine, en un artículo en ocasión del aniversario de Sur, Roger Caillois, amigo y estrecho colaborador de Ocampo en la revista, “ponía de relieve, con excesiva crueldad” algunos de sus defectos “(su impetuosidad, su versatilidad, su ‘cándida idolatría de las obras difíciles’)”. Es cierto que Caillois finalizaba su texto afirmando que Victoria era “una de las personas a las que más debo”, pero sus palabras no pasaron inadvertidas para la directora de Sur.

“Todo lo que ha hecho me parece muy notable”, afirmaba Borges, “la revista, la editorial, el hecho de haber reunido a personajes tan notables. En otro tiempo la gente decía: ‘Sí, lo hace porque es rica’, pero yo les respondía: ‘Sí, pero no faltan las mujeres ricas que gastan el dinero en estupideces, en hoteles ladrones, en sombreros, en peluqueros y en otras cosas peores… Lo que ha hecho Victoria es notable e inteligente’”. En las palabras de Borges se percibe no sólo un reconocimiento de la figura de Ocampo, sino también un intento de contestación a las críticas dirigidas hacia ella, pero ¿era verdaderamente necesario defender la figura de quien fuera la primera mujer en entrar en la Academia Argentina de las Letras? “Un día se sabrá cuánto debe la cultura de ese país a aquella mujer obstinada”, concluía Ernesto Sábato una entrevista el 8 de abril de 1979 y su declaración obliga a preguntarse si ese día aludido por Sábato ha llegado y, sobre todo, cuáles son los motivos de esta supuesta infravaloración.

“Este libro se propone vindicar la figura de Victoria Ocampo como escritora. Es decir, mostrar lo mejor de su obra para que el lector juzgue si, como se ha repetido tantas veces, fue solo una mujer amante y gran promotora de la cultura o una verdadera escritora”, escribe el poeta Carlos Pardo en la introducción de Darse, antología -publicada por la Fundación Banco Santander y de la que Pardo es editor- que reúne los fragmentos más destacados de Autobiografía, texto inacabado escrito entre 1952 y 1953 cuyos seis tomos fueron publicados póstumamente, y textos elegidos de los diez volúmenes de Testimonios, título bajo el cual la escritora reunió conferencias y artículos escritos desde 1935 hasta 1977. Tal y como afirma Pardo, el principal propósito de Darse, es el descubrimiento y reconocimiento de Victoria Ocampo como escritora, reconocimiento que, para el periodista Hugo Salas, que está escribiendo un ensayo acerca de Ocampo, todavía está pendiente: “En lo que hace a su recepción por parte de la crítica, el paradigma de gran personaje de la cultura, sumado al interés contemporáneo por las escrituras del yo, ha determinado que a grandes rasgos se lea la Autobiografía como ‘su obra’ y el resto como escoria o soporte de la intervención pública”. En sintonía con Salas, que reconoce que su “fascinación tiene por centro a Victoria como escritora”, faceta “casi sin explorar”, Darse presenta una selección de textos que ejemplifican el carácter de escritora de Ocampo. Si bien es cierto que esta antología puede considerarse como la presentación para el público español de la Victoria Ocampo escritora, si bien es cierto que, como señala Salas, en los último años del siglo xx se produjo “la destrucción de la figura de Ocampo” en coincidencia “con el momento de consolidación de una nueva relación entre las clases que detentan el capital (ya sea el crudamente económico o simbólico) y ‘la cultura’”, sería erróneo afirmar que su valor propiamente literario es reconocido solo recientemente. Resulta imposible hablar de la Victoria Ocampo escritora sin detenerse en el ya clásico ensayo de Blas Matamoro, publicado en la colección Genio y figura de Eudeba; aunque en ese ensayo, así como en Oligarquía y literatura, Matamoro analiza la figura de Ocampo desde un punto de vista sociológico-literario, insertando su figura dentro del campo intelectual argentino –“El grupo de Sur no puede pensarse como una expresión de clase (…) Decir que Sur fue una revista de la oligarquía porteña, aunque se limitara este concepto a su capa intelectual, es harto inexacto. La oligarquía porteña nunca se dedicó a este tipo de empresas, y entre los animadores de Sur hay tanta clase de esta gente como de otras»-, resulta imprescindible su acercamiento psicoanalítico a la construcción del yo en Ocampo, en concreto a partir del estudio de la escritora con su padre y con su hermana, Silvina Ocampo, pieza fundamental dentro de la recepción de la obra literaria de Victoria: por un lado, Salas observa que “la caída de Victoria Ocampo se produce en sincronía con la canonización de su hermana menor”, por otro lado, Mariana Enriquez, autora del ensayo La hermana menor. Retrato de Silvina Ocampo, observa cómo la figura de Silvina no fue clave ni para Borges ni para Bioy Casares: “era mujer, por lo tanto, consideraban que no participaba plenamente del campo literario, ellos eran escritores famosos de modo que Silvina quedó en un segundo plano. Creo que la valoraban, pero la escritura de Silvina no era el tipo de literatura que a ellos más les interesaba, por eso ella tenía una mejor relación con José Bianco, uno de los editores de Sur, o J.R. Wilcock, otro escritor raro”. En consonancia con Matamoro, Enríquez se detiene en la relación entre las dos hermanas: “Para Victoria el talento de Silvina no le pasaba desapercibido, pero reconocer el talento no significa que le gustara. De hecho, cuando le hace la primera reseña, reconoce que es talentosa, pero no le gusta que trabaje los recuerdos y la memoria con tantas deformaciones ficcionales. La llama ‘una persona disfrazada de sí misma’. Hay que pensar que Victoria era una diarista muy interesante y una mujer política: Silvina no llevaba diario, no sabía nada de política, donde era intuitiva y definitivamente no le gustaba ser una figura pública”.

En relación con la consideración literaria de los textos de Ocampo, destaca el capítulo que le dedica Nora Catelli en En la era de la intimidad: “nación, infancia, lenguas, escritura, traducción, feminismo y conciencia americana son los núcleos principales de la ingente obra autobiográfico-memorialística de Victoria Ocampo”. Apunta Catelli el carácter apostrófico de los textos de Ocampo: su deseo de “trascender artísticamente sus circunstancias dirigiéndose a un interlocutor ausente o transhistórico para permanecer”. En Ocampo hablamos de deseo, pero también de conciencia ante el hecho literario: “estas páginas se parecen a la confesión en tanto que intentan explorar, descifrar el misterioso dibujo que traza una vida con la precisión de un electrocardiograma. No veo por qué ha de ser más fidedigno uno que otro para el diagnóstico de la época en que le tocó vivir”, escribe Ocampo en los Propósitos de su autobiografía, afirmando el carácter literario de sus páginas: “Aborrezco eso que podría llamarse: hacer literatura, fabricarla torpemente, sin capacidad para usar las palabras como instrumentos de precisión adecuados al fin que nos proponemos. Es decir, caer en la afectación, deficiencia mucho más lamentable que el uso de los borrosos lugares comunes”. Y concluye: “en lo que atañe a la buena literatura, no soy yo quien la evita, será ella quien se aparta de mí, en todo caso. Pues una de las cosas que más he admirado es la cosa escrita”.

Los textos reunidos en Darse explicitan ese carácter apostrófico aludido por Catelli y la conciencia literaria de Ocampo, conciencia que se expresa en el reconocimiento de las estrategias de la ficción inherentes a toda escritura y en la consideración de la escritura como alumbramiento: “Hay dos sentimientos diferentes que me llevan a escribir estas memorias. Uno es esa necesidad de alumbramiento, de confesión general: es el más importante. El otro es el deseo de tomar la delantera a posibles biografías futuras, con una autobiografía explícita”. En Darse son los textos los que hablan, el reconocimiento de esta faceta, más allá de la espléndida introducción de Carlos Pardo, se realiza a través de los textos. Y en esto radica el interés de Darse: el lector español descubre a Victoria Ocampo a través de Victoria Ocampo, que, como apunta Catelli, esboza una poética al afirmar en la novena serie que “las autobiografías son lecturas que apasionan. Claro que la vida más y más llena de acontecimientos diversos no pasa de lo vivido a lo escrito sin un talentoso traductor. Y las traducciones de esta índole no son fáciles”. Victoria Ocampo es traductora de sí misma y, concluye Catelli, “ella misma evoca esa permanente dificultad entre la vida ‘llena de acontecimientos diversos’ y ‘lo escrito’, fascinante comparación con el proceso de escritura que practicó, ya que escribió siempre en francés y mientras pudo se tradujo a sí misma”.

El campo literario e intelectual español, ese mismo donde Ocampo encontró interlocutor de la mano de Ortega y Gasset, tenía una deuda pendiente con la directora de Sur, una deuda que gracias a Darse queda saldada.

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Anna María Iglesia es licenciada en teoría de la literatura y literatura comparada. Colabora con distintos medios, como Revista de Letras, Culturamas, El Cotidiano o Núvol.

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