Mi vida radiactiva, retratos de la gente del entorno de Chernóbil
Han pasado 32 años desde el escape de Chernóbil, el accidente nuclear –y desastre medioambiental- más grave de la historia junto con Fukushima, en Japón. ¿Mucho tiempo? Nada en términos de radiactividad, de miles de años de radiactividad. Por eso la desolación y el drama siguen instalados en ese territorio entre Ucrania, Rusia y Bielorrusia. El fotógrafo albaceteño Raúl Moreno lo pisa año tras año, desde 2010, para retratar la vida cotidiana de quienes lo perdieron todo, sobre todo su salud y la salud de sus hijos, sus nietos, sus biznietos y la de muchas generaciones que les sucederán en esa tierra contaminada.
Monólogo sobre Chernóbyl, de Raúl Moreno, encoge el alma. Más que encogerla, la deja aterida, con sus tonos de frío, tristeza y soledad, azules y grises, negros más los blancos de las nieves. Unas fotografías pictóricas, tenebristas, con personajes que dejan flotando en el aire una pregunta espesa, de esas que acartonan los pulmones: ¿hasta dónde es capaz de aguantar el ser humano?
El día lluvioso en Madrid deja el ánimo preparado. Leo las cartelas de las imágenes: “La escasez de recursos económicos hace que tengan que alimentarse con los productos contaminados que ellos mismos producen”. “El llamado bosque rojo. Un área altamente radiactiva que será inhabitable durante más de 20.000 años; al fondo, el reactor número 4 de Chernóbil”. “El bosque cercano a la zona esconde manadas de lobos radiactivos. Estos animales han ocupado el espacio que la gente ha dejado libre”.
Imagino esas noches heladas, cortadas por los aullidos y los isótopos; les miro a la cara, a sus ojos que no me ven, a esa gente retratada por Raúl que sigue viviendo allí, los retornados que han regresado tras algunos años de desocupación, a pesar de que saben que la zona está altamente contaminada; que han vuelto porque no tienen otra opción, porque no tienen adonde ir, y los gobiernos de Rusia, de Ucrania y Bielorrusia lo han permitido -allá vosotros-, mirando para otro lado, sin prestarles apoyo; gente que se alimenta de sus patatas, de sus peras y manzanas y coles y sus remolachas radiactivas. Dos millones de personas, calcula Raúl Moreno, diseminadas en pueblos de pequeño y mediano tamaño, habitando tierras malditas, en los límites de la zona de exclusión total. Les miras a la cara, sus arrugas, rostros duros, enjutos, a los ojos de esa anciana que lleva a la cocina unos huevos radiactivos de sus gallinas radiactivas, una anciana que declara que no teme la radiactividad, que a quien teme es a los nazis. Y uno la entiende, si a sus 90 años sigue viviendo. Y entiende también que es mentalidad muy rural: esa que lleva a pensar que lo que no se ve no existe. “Esa mujer y su marido jamás se marcharon, no fueron evacuados; y la frase que me dijo al poco de estar con ella se me quedó grabada a fuego: Sólo nos quedamos nosotros y los perros ladrando”, comenta Raúl. Los perros ladrando, y los lobos aullando en las noches de invierno.
“Son gente ruda, dura, que ha sufrido mucho, pero muy hospitalaria, amable con el visitante, con mucha energía y, a pesar de todo, sacando alegría y esperanza de donde otros no la sacarían. Han normalizado ya mucho lo atípico de su vida e incluso bromean diciendo por ejemplo: vamos a comernos unas setas radiactivas”.
Quizá por eso dos de sus retratos preferidos de la muestra de EFTI sean el de la niña discapacitada mental elegantemente vestida, que con la cabeza vuelta hacia un lado, los ojos vidriosos, guapa, se nos presenta con extraordinaria dignidad sentada en su camita; o el hombre abrazado a su mujer embarazada, de prominente barriga, sonríen los dos, con una mirada perdida en un futuro de esperanza, extrañamente confiados, ¿es que no saben nada o quieren ignorarlo?, ¿qué van a hacer?, no tienen adonde ir, acompañándose de muchos iconos de su religión ortodoxa, quizá confíen en que rodear las ventanas con esas imágenes les proteja, a ellos y a su hijo. Hay retratos de personas con malformaciones y de gente que en el espacio de tiempo transcurrido desde que Raúl les fotografió hasta ahora ya han muerto.
Raúl Moreno se ha quedado enganchado a esa gente de tan pocos recursos, azotados por el olvido, las enfermedades, el alcoholismo. Y vuelve y vuelve a Ucrania, quizá atraído por la dureza de esos caracteres que siguen encontrando esperanza donde otros quizá no la halláramos. ¿O sí? Nunca se sabe.
Tiene 39 años, ¿no teme por su salud?
“A la gente de fuera nos controlan mucho. Vamos permanentemente con un guía y un contador de radiactividad, con una alarma que salta si traspasa determinados niveles; dentro de la zona de exclusión hay manchas a evitar totalmente. Estás trabajando un día, de 9 de la mañana a 5 o 6 de la tarde. Y tengo calculado que en un día allí recibes más o menos las mismas radiaciones que en un vuelo internacional; y en la zona de exclusión entro muy pocas veces; me interesa más donde vive la gente, retratar toda esa vida que se desarrolla en los límites de la zona prohibida. También suelo viajar en invierno, porque aparte de que consigo mejor luz para captar la desolación, la lluvia o la nieve evita que se levante polvo que te puede entrar por las vías respiratorias y eso sí es peligroso”.
Enganchado a los temas de salud y a los fantasmas invisibles que nos acorralan, tras la radiactividad de Chernóbil, ahora ha puesto en marcha un proyecto fotográfico en torno al VIH en Europa, empezando por Ucrania (en la actualidad, el país de Europa con la tasa más alta de infectados de VIH) y siguiendo por Italia, Islandia, España; otro proyecto sobre lo invisible –retos para un fotógrafo, cómo plasmarlo en imágenes quietas que hablen por sí solas- y cómo el virus afecta de muy desigual manera según el entorno y el país donde vivas. También prepara junto a dos compañeros fotógrafos, Guillem Trius y Javier Corso, del colectivo Oak, un proyecto para abordar la cara B de los países nórdicos, “esos países donde las estadísticas dicen que mejor se vive del mundo, pero hay una trastienda de soledad, endogamia, suicidios y alcoholismo”. No todo allí es felicidad y facilidad.
Comentarios
Por Nui, el 13 marzo 2018
enhorabuena por tu articulo, Rafa… te sigo normalmente.
Por Rafa Ruiz, el 13 marzo 2018
Gracias!!! Un abrazo
Por Ileana, el 18 junio 2019
Brillante tu trabajo 🙂