Vivian Gornick y Lucia Berlin: escritura de lo íntimo, escritura para sobrevivir
Dos escritoras brillantes. Americanas y coétaneas. Una viva y otra muerta. Vivian Gornick y Lucia Berlin. Berlin y Gornick. Y dos libros. Uno de memorias, más reciente, y otro de relatos, de ficción autobiográfica: ‘Apegos feroces’ (Sexto Piso) y ‘Manual para mujeres de la limpieza’ (Alfaguara). Escritura de lo íntimo, escritura para sobrevivir, para seguir adelante dejando un bello rastro, un reguero de emociones a su paso. Dos escritoras y dos libros para tener siempre muy cerca.
Narrar lo íntimo. Lo familiar. Contar tu vida. Lo que te duele. Y lo que no. Lo que te ha desbordado. Lo que te ha desorientado y luego te ha hecho sobrevivir. Los rechazos. El contrabando de tus adicciones. Las alegrías. La cartografía de tus infiernos. Desnudar tu experiencia emocional. Prenda a prenda. Los fragmentos de tu biografía. Lo sucio y lo bello. La rabia. El amor. Lo que pasó y lo que crees que pasó. Tu huella. Tu rastro.
Dos mujeres. Vivian y Lucia. Lucia y Vivian. Americanas. Coetáneas. Escritoras. Una nació en 1935. Otra en 1936. Una vive. La otra no. Vivian Gornick aprendió de Natalia Ginzburg. Lucia Berlin de James Salter. De Carver. De Chejov. Dos libros. Uno más reciente, Apegos feroces, las memorias de Vivian. El otro publicado en los últimos años: Manual para mujeres de la limpieza, los relatos de Lucia Berlin, su ficción autobiográfica, su autobiografía ficcional.
Los personajes de Lucia Berlin son retazos de ella misma, de su verdad. Sus personajes aman como ella, sufren como ella y, como ella, no paran de beber. “Rex y el tío Tyler se alegraron de verme. Dijeron que cuando Joe volviera a pisar suelo americano se lo hiciera saber, lo descuartizarían vivo. Estaban tomando bourbon y escribiendo listas”, escribe en el cuento Dentelladas de tigre. “El indio solía quedarse allí sentado tomando tragos de Jim Beam, mirándose las manos”, detalla en Lavandería Ángel. “Desde mi cama, en el porche de atrás, los oía tomar bourbon, cada uno por su lado”, continúa en Doctor H. A. Moynihan. “He aprendido a contarles a las señoras desde el principio que mi marido alcohólico acaba de morir y me he quedado sola con mis cuatro hijos”, relata en Manual para mujeres de la limpieza. “A la mañana siguiente de camino al avión de vuelta a California compró una petaca de ron, para curar los temblores y la jaqueca”, concluye en Penas.
En Apegos feroces los personajes son la propia Vivian y su madre (y vecinos como Nettie), que agitan todos sus sentimientos, que exhiben todo su carácter durante largos paseos por el Bronx, por Nueva York, o lo hacen en su propia casa, contextos donde asoman sus fortalezas y sus debilidades, donde brotan la tensión, la discusión, el reproche, el lamento o los recuerdos, un desorden de emociones que dan paso al silencio o a la reconciliación, a la distancia o al acercamiento, a la incertidumbre o al amor. “Mi madre murió entre los brazos de mi hermana, con todos sus hijos alrededor. ¿Cómo voy a morir yo? ¿Me lo puedes decir? Seguro que pasará una semana antes de que encuentren mi cadáver. Pasan días sin que tenga noticias tuyas. A tu hermano lo veo tres veces al año. ¿Y los vecinos? ¿Quiénes? ¿Quién está pendiente de mí? Manhattan no es el Bronx, eso ya lo sabes”, se queja la madre de Vivian, que es viuda, testaruda, impermeable, de pensamientos intactos e innegociables –“la idea de mi madre de que todos los que la rodeaban estaban subdesarrollados y que gran parte de lo que decían era ridículo se quedó impresa en mí como tinte sobre el más absorbente de los materiales”-, una madre para quien la ausencia de su marido se ha convertido en dogma, en religión, en continuo lamento: “Lo único que yo tenía era el amor. ¿Qué tenía? No tenía nada. Nada. ¿Y qué iba a tener? ¿Qué podía tener? Todo lo que dices de tu vida es cierto, entiendo que es muy cierto, pero tú has tenido tu trabajo, tienes tu trabajo. Y has viajado. Dios, ¡has viajado! Has recorrido medio mundo. ¡Lo que habría dado yo por viajar! Yo sólo tenía el amor de tu padre. Era la única dulzura de mi vida. Así que amaba su amor. ¿Qué podía haber hecho yo?”.
Quemar los días
Lucia Berlin quemó sus días de juventud a la velocidad de un cometa. Con 32 años tenía cuatro hijos y había sucumbido ya a tres matrimonios o a tres infiernos en llamas, con hombres problemáticos y alcohólicos. Su escritura se impregna de alusiones chispeantes en torno al fracaso de amar, a sus divorcios: “Estaban furiosos porque mi marido, Joe, me había dejado. Por poco se mueren cuando me casé con diecisiete años, así que mi divorcio era la gota que colmaba el vaso”. “Hace muchos años que nos divorciamos. Ahora está invalido, con oxígeno, en una silla de ruedas”. “Me recitó todas las muertes de viejos conocidos, los fracasos económicos y conyugales de mis antiguos novios”; o alusiones en torno al fracaso de vivir y al suicidio: “Voy juntando somníferos. Una vez hicimos un pacto: si para 1976 las cosas no se arreglaban, nos mataríamos a tiros al final del muelle. Tú no te fiabas de mí, decías que te dispararía y echaría a correr, o me mataría yo primero, cualquier cosa. Estoy harta de bregar, Ter”.
Tanto Lucia como Vivian no pierden casi nunca el humor, la melancolía, la vitalidad y dejan en ambos libros frases memorables, frases de esas que uno escribe en la pared del dormitorio para repasarlas antes de dormir o pega con un imán en la nevera. “La vida te pasa por delante de los ojos mientras estás ahí, hundiéndote sin remedio” (Lucia). “Me empapaba de ella como de cloroformo impregnado de un paño apretado contra mi cara” (Vivian). “La gente pobre está acostumbrada a esperar” (Lucia). “No hago de la tarde un holocausto” (Vivian). “Cásate conmigo, decía, dame una razón para vivir” (Lucia). “El ambiente de casa era el de una morgue” (Vivian).
Dos estilos directos. Transparentes. Cargados de belleza. O, más bien, dos voces que nos recuerdan que una cosa es escribir libros y otra es hacer literatura, como una cosa es hacer películas y otra hacer cine. Vivian y Berlin. Berlin y Vivian. Vivir para escribir.
Comentarios
Por Maria Pons, el 03 septiembre 2017
Extraordinarias ambas obras. ¡Cuánta razón tiene el autor al distinguir entre escribir libros y hacer literatura! Para mí Gornick ha sido el último descubrimiento de una asombrosa generación de escritoras: la ya celebrada Alice Munro, Elizabeth Strout y Lucia Berlin. Léanlas.
Por Alex, el 03 septiembre 2017
Echando un vistazo a las estanterías en una librería de Alicante, observé a dos chicas jovencitas (yo soy sexagenario) que miraban la portada del libro de la Berlin y se reían. Me atreví a abordarlas para recomendárselo…y me dieron las gracias y siguieron a lo suyo.
Seguramente comprarían la basura que es habitual en las librerías de provincia: literatura española estilo Zafón o Maximo No me acuerdo, etc.