Vuelve ‘El Traje’, humor negro sobre las trampas del capitalismo

Javier Gutiérrez y Luis Bermejo interpretan ‘El traje’ en La Abadía. Foto: Sergio Parra.

Teatro de La Abadía acoge hasta el 7 de julio ‘El Traje’, un texto de Juan Cavestany que él mismo vuelve a rescatar tras su creación durante la crisis financiera de 2008. Javier Gutiérrez y Luis Bermejo encarnan a la perfección a dos personajes que son a la vez víctima y verdugo, y que conducirán al espectador por los recovecos del capitalismo más feroz.

La música ambiental de unos grandes almacenes está diseñada casi para que no sea escuchada. Si nos sentáramos a hacerlo, cuanto menos nos aburriríamos, incluso puede que necesariamente nos pareciera una creación atroz. Su objetivo es otro, que no es el disfrute: relajarnos, evadirnos, verlo todo de un color más claro. Hacer del dinero algo transparente, vacuo, a través del cual colmar nuestras ansias consumistas; esa música parece decirnos que su transacción podría ser algo indoloro. Puro capitalismo, claro, una incitación constante a tomar los deseos por necesidades, el olvido de una premisa fundamental que si tuviéramos en mente cambiaría por completo las reglas del juego: necesidades tenemos pocas; en cambio, los deseos pueden ser infinitos.

Contemplando las normas de nuestra sociedad un traje puede ser necesario, pero ¿tanto como para desencadenar una pelea en unos grandes almacenes? Este es el conflicto que abre El Traje, el texto de Juan Cavestany que vuelve a las tablas en 2024, en un contexto económico en el que quizá tenga menos sentido que el que hizo posible su creación, allá por 2008, cuando la crisis financiera arrastró todo lo que tuvo por delante, aunque incluso en ese año los grandes almacenes siguieron su rumbo, impávidos, como las grandes pirámides egipcias.

La acción transcurre precisamente ahí donde los ojos de los consumidores no llegan: en la trastienda de un centro comercial, un no lugar para la mayor parte de los espectadores, alejado de la luz natural, un espacio meramente funcional donde pasan las horas de las vidas de los trabajadores. Un lugar gris: allí sólo encontramos una mesa, una gran pantalla donde podemos ver las cámaras de seguridad del centro y la fotografía de un perro como paradójico rescoldo de humanidad. Aquí tampoco llega la música engañosa, no hay relajo ni cartón que tape las cloacas del capitalismo. A una de las dos partes litigantes por el traje –una mujer– no la veremos, o al menos en principio. Tan solo llegaremos a conocer la mitad: su contrincante, interpretado por Javier Gutiérrez, nos da nociones parciales de lo que ha ocurrido, o más bien se las da al encargado de la seguridad de estos grandes almacenes, encarnado por Luis Bermejo. Ella, la mujer, está oculta, encerrada en otras dependencias, su estado se nos irá dejando de escatimar según corran los minutos, pero su versión de los hechos nunca la conoceremos.

El texto es un alarde completo de humor negro, a veces trazado con muy buen gusto, otras veces más directo, más hosco, un poco tabernario. Entre las risas, que no todo el público comparte (algo que ocurre siempre con lo negro), la mirada del espectador va del responsable de seguridad al personaje retenido allí, en contra de su voluntad. El verdadero sentido de la función lo encontramos en que la visión que vamos teniendo de ambos personajes varía. Cambiamos el punto de vista a medida que la dramaturgia juega con nosotros. Uno pasa de ser el retenido a ser una persona violenta, en la que en ocasiones se esboza cierto síndrome de estocolmo. El otro pasa de ser un represor a una persona humillada por su trabajo, un hombre solo que solamente busca compañía, que busca otra voz humana. Es en este juego cambiante cuando apreciamos que el verdadero protagonista de El Traje es el capitalismo, un sistema opresor, capaz de convertir el consumo en norma, en una necesidad, en un amo que nos subyuga.

Sin duda, lo mejor de la función descansa en los intérpretes. Bermejo consigue que empaticemos con un personaje que, a nivel humano, lleva todas las de perder, conduciendo a este guardia de seguridad desde la histeria a la soledad, pasando por la violencia y cierto histrionismo que llega a parecernos tierno. Javier Gutiérrez encarna al hombre medio de clase media, con todas las tensiones sociales que esto conlleva aunque, eso sí, el tono de su voz y el nerviosismo de sus manos nos recuerdan quizá demasiado a ese José Luis López Vázquez que brilló especialmente en Plácido (Luis García Berlanga, 1961).

Lo peor de la función es, sin duda, su final, allí donde el humor negro se desboca para acabar pareciendo lo que no es; una comedia de enredo. Pero hasta entonces es mejor dejarse llevar por estos dos personajes de naturaleza ambigua que encarnan un sistema del que también intentan escapar. Sin música de fondo, eso sí.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.